El primer muerto que vi en mi vida fue un niño.
Era primo hermano mío y además, mi primer ahijado. Se llamaba Agustín. No
recuerdo la edad que yo tendría entonces pero no creo que pasara de los diez o
doce años.
Padrino a los doce… ¿A qué mente perversa se le
ocurre hacer padrino a un niño con esa edad? Yo no quería encontrarme con la
muerte de aquella manera (en realidad, hubiera preferido no encontrarme nunca con otra muerte que no fuera la mía a su debido tiempo), pero me hicieron pasar a ver su mínimo cadáver (era aún un bebé,
apenas vivió unos meses) casi a la fuerza. Más perversión todavía.-¿Cómo no te vas a despedir de tu ahijado? -me recriminaban todos, mientras casi me empujaban para que traspasara el umbral de la habitación donde lo estaban velando.
Me dijeron, “pasa un momento y despídete”. Así, de esa manera tan seca, en un espeso silencio quebrado por los sollozos, tuve conciencia de la muerte a una temprana edad.
El muerto se llamaba Agustín. Era mi ahijado y mi primo.
Pero, ¿cómo eran su cara, su llanto, su sonrisa?
Elías, quizá lo viviste de modo traumático, pero creo que hicieron bien. Tómalo como una prueba de amor por él. Un abrazo grande.
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