Querido Sr. Académico:
Ignorando por completo el tratamiento debido a su flamante e insigne rango, si Vuecencia,
Señoría, Ilustrísimo, Usía o Excelencia -aunque todos juntos cabrían en su honorable persona y
todavía quedaría sitio para un par de ellos más sin menoscabo alguno para los antedichos- y rogándole de antemano que
disculpe mi arrojo, y aun osadía, frutos tempranos ambos del arrebato y el
entusiasmo al llegar hasta estos casi ignotos lares el eco de tan excelsa noticia, me tomo
la libertad de dirigirme a usted con el simple y llano de propósito de
manifestarle mi más sincera alegría (estoy que no quepo en mí de gozo, como
unas castañuelas, henchido de gozo, feliz como una lombriz...) por su reciente
y más que merecido nombramiento como Miembro Correspondiente de la Real
Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.
De que Don José Luis Melero Rivas, perpetuo paladín de la letra impresa, escritor, más que notable, excelso, bibliófilo y lector de pro, es más que dignísimo merecedor de tal nombramiento y honor, no me cabe ninguna duda. Quien lo conoce, lo sabe.
(Don José Luis: espero benevolencia por su parte ante lo intempestivo y soez de los términos de la locución, pero en este preciso momento mi lenguaje, impelido a ello por un impulso tan espontáneo como incontrolable en su arrebato, ha tendido a lo chabacano a despecho de mi voluntad y al debido respeto que su augusta figura reclama).
De modo que ruego, y aún suplico, porque usted, con su más
que acreditada caballerosidad, sepa disculpar el impropio exabrupto de este gañán que empuña la pluma
con singular desmayo e impericia a la par que con tan desaseada terminología pero, se lo aseguro, con el más franco, noble y leal de los propósitos.
Tengo, señor, la plena certeza y
convencimiento de que de ahora en adelante, las sesiones de tan docta y magna
institución dedicada a la salvaguarda y enaltecimiento de la Belleza y la
Armonía en sus múltiples manifestaciones artísticas, y que uno, en su simpleza e ignorancia,
imagina sesudas y serias de común, por no decir prolijas y aun plúmbeas para
los no iniciados en los secretos de sus deliberaciones, serán, como mínimo,
mucho más divertidas y jacarandosas, sin obviar, por supuesto -que lo
"Cortés no quita lo Moctezuma", como pontifica jocosamente cada vez
que tiene ocasión un amigo mío algo tarambana y vivalavirgen-, el rigor y la
sabiduría debidos a tan preclaros fines.
Item más: albergo la firme intención de solicitarle audiencia en su Muy Noble, Muy
Leal, Muy Heroica, Muy Benéfica, Siempre Heroica e Inmortal ciudad en cuanto me
sea posible, para poner en práctica esa cordial manifestación de cariño que, en
presencia de quien esto suscribe, expresó de manera tan efusiva como visceral
el egregio periodista Raúl Lahoz un día que se cruzó con usted en pleno Paseo
de la Independencia de la ciudad que usía adorna con su sabia y elegante
presencia: el estentóreo grito de "¡Ven a mis lomos, Pepe!", que el
insigne “plumilla” lanzó al éter mañico dirigido a usted con toda la potencia de sus pulmones, todavía resuena, bizarro y pertinaz, en mis
oídos.
Queda de usted su seguro servidor.
Y póngame a los pies de su señora.
Su más rendido admirador
Elías Moro
En la imagen, realizada por Jesús Marchamalo -otro que tal- un par de años antes de la feliz noticia que aquí se comenta, el susodicho académico parece tener ya un feliz pálpito de lo porvenir.
Grandes, el Melero y el Moro. Afortunado me siento de conoceros. (el Gascón).
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