lunes, 29 de junio de 2020

Escorpión blanco



Habitante solitario de los cementerios de marfil y huesos encanecidos que puntean las lindes de la jungla, este pequeño escorpión del color de la leche cumple con serena eficiencia su trabajo de verdugo de los viejos elefantes que han venido a morir, no menos serenamente, al templo de sus antepasados. Su pinchazo es indoloro pero mortal, con frecuencia ayudado por la debilidad y el cansancio de sus víctimas. Convive con frágil armonía con los buitres y cuervos que sobrevuelan ansiosos las grandes osamentas, pero no los teme: inicia lo que ellos completan y vive de los restos que dejan. Su veneno es la destilación de la carne que se deshace bajo los huesos en apariencia limpios y su hogar la penumbra de las pocas raíces que surgen al aire, pero su blancura, dicen las leyendas nativas, tiene otro origen: es la blancura de un hueso que no se resignó a su fin y resucitó con nueva forma, la palidez secreta de lo que busca regresar al tiempo y es sólo, sin saberlo, un enviado de la muerte.

Jordi Doce

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