Coloquio. Si
literario, dícese de la habitual tanda de preguntas tras una conferencia,
lectura o presentación libresca en la que el presentador, moderador, maestro de
ceremonias… otorga turno de palabra al público asistente. Oportunidad esta que
algunos, con evidente ánimo de venganza por el tostón sufrido de boca del vate,
orador o especialista, aprovechan para largar de corrido una especie de tesis
doctoral sobre asuntos que a nadie le importan un pimiento antes de formular la
requerida pregunta. Si es que al final la formulan; a ellos les trae al fresco
la posible respuesta ya que han ido hasta allí para largar su perorata le pese
a quien le pese y caiga quien caiga ante semejante monserga.
Si de cualquier otra índole (médico,
técnico, económico…), más de lo mismo.
Suele resultar insólito, asombroso, casi
extraordinario, que por parte de los asistentes se plantee alguna cuestión de
enjundia acorde con lo escuchado y que el interpelado responda con claridad y
concisión a la misma, por lo que la inteligencia, como puede suponerse, brilla
por su ausencia en todo su esplendor en este fachendoso cruce de pláticas.
Tiempo perdido el empleado en estas
lides si no fuera por el socorrido y castizo “vino español” que acostumbra
servirse como colofón en este tipo de actos: ya que no más sabio, si estás un
poco atento al tránsito de bandejas con canapés y copas cumplidas del citado
brebaje por lo menos te vas calentito y alegre para casa.
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