Consejo.
Parecer de otro con respecto acerca de cómo, por qué, cuándo o de cual manera, deberíamos hacer, o no, algo.
Quieras que no, y arteramente camufladas en ellos, siempre habrá quien se
empeñe en endosarnos insidiosas moralejas de oculto veneno, vengan o no a
cuento y hayan sido o no solicitadas.
Cuando escuches decir a alguien
dirigiéndose a ti, “Mira, yo no soy amigo de dar consejos, pero…”, huye, por
todos los santos escabúllete, toma las de Villadiego, pon pies en polvorosa,
sal pitando…
Es bien sabido, por lo demás, que los
hay de dos categorías: los del resto de la gente (también llamados “consejas de
vieja pelleja”, y que no son más que una retahíla de embustes, patrañas y
engañabobos) y los míos, sentenciosos y cabales, cercanos, y me quedo corto, a la
máxima filosófica.
Y mirad, escuchadme; aunque yo no soy
amigo de dar consejos, por una vez, y sin que sirva de precedente, haced caso
de este: No hagáis caso de los consejos.
Ya lo decía el Antiguo
Testamento: “Guárdate del consejero”.
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