Nunca
he echado la cuenta de uno en uno, para qué, pero vamos, en estos últimos tres
o cuatro años, de veinte seguro que no bajan.
Y
lo mejor de todo es que nadie sospecha nada.
Incluso
mis doctos colegas me palmean compungidos la espalda consolándome, lamentando
el fatal y periódico desenlace como si fuera una cuota penosa e inevitable de
la profesión.
La
verdad es que esto de ser un cirujano de prestigio facilita bastante las cosas
en la mesa de operaciones.
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