Paseo bordeando el lago que los romanos
que habitaron estas tierras hace dos mil años construyeron para abastecer a la
ciudad; al otro lado de la cerca de púas que rodea una finca, toros zainos y vacas
jóvenes y malencaradas pastando su bravura en la dehesa, mastines ocres
desparramando su molicie a la sombra glauca de una encina, un gañán barbilampiño
acarreando estiércol en una carretilla que chirría como ratón atrapado por la
cola…
Una pequeña corriente, un minúsculo
regato fluyendo hacia el lago multiplica y esparce su breve rumor al chocar con
el lecho de piedras, rocalla antigua con canales y túneles horadados por el
agua con su paciencia de siglos, gusano líquido y tenaz hilvanando sus caprichosos
meandros y desvíos sin tregua ni descanso, ajeno al humano tiempo y sus inmediatos
afanes.
Ranas, sapillos, esos insectos zancudos,
patinadores gráciles por la superficie en calma de los charcos estancados, un
pececillo que salta sobre la superficie atrayendo, inconsciente y suicida, la
atención y codicia del martín pescador, pespuntean un silencio abrasador.
Acabo el paseo entre trochas feraces, pringoso
de la miel de las jaras florecidas.
Sin duda, un paseo hermoso y productivo. En ese lago, ha más de 30 años, acostumbraba a ir a bañarme cuando el destino me llevó a trabajar a Emérita Augusta. ¡Qué tiempos!
ResponderEliminarUn abrazo.