sábado, 17 de diciembre de 2011

Cesaria


Acabo de recibir dos correos de amigos dándome cuenta de la muerte de Cesaria Evora.
Hará unos veinte años que la escuché por primera vez gracias a otro amigo que me habló de ella con un fervor inusitado en él y, por eso mismo, difícil de no tener en cuenta.

Fue todo un descubrimiento; sus canciones, esas mornas sensuales y tristes que ella parecía bordar en nuestros oídos con su voz de agua, siempre formarán parte de la banda sonora de mi vida.
Recuerdo como si fuera ahora mismo un concierto de Cesaria en la iglesia del complejo San Francisco de Cáceres: sentados en los bancos de la iglesia, estoy seguro de que los afortunados que aquella noche pudimos verla en directo, los destinatarios de aquella comunión pagana y laica, no lo olvidaremos nunca.
De vez en cuando paraba de cantar, se sentaba en una mesa camilla, y mientras los músicos tocaban, tomaba un trago, fumaba un cigarrillo, seguía el ritmo de la melodía con el vaivén de sus pies regordetes, la mirada perdida acaso en la espuma de su mar natal.
A la salida del concierto, cenamos en una terraza cercana el grupo de amigos que habíamos ido a verla; en una mesa próxima, ella cenaba también con su grupo de músicos, entre los que recuerdo especialmente a un hombretón de raza negra, con rastas, que tocaba el violín. Me impactó aquella imagen del minúsculo violín en las manos de aquel hércules, cómo acariciaba las cuerdas con el arco, cómo surgían de su caja las notas más dulces.
Mi emoción y timidez me impidieron acercarme y plantarle el beso agradecido que bien hubiera merecido por la felicidad que nos regaló.
Tiempo después escribí en homenaje a la diva el pequeño poema que transcribo a continuación, un poema que hasta ahora no había visto la luz en ningún lugar:
Poema para nombrar a Cesaria

Yo te corono, Cesaria,
voz antigua del mar, 

latido triste del océano,
piel oscura del agua
tras el crepúsculo.

Y dono para tus pies
todas las algas,
todas las arenas,
las islas aquellas que prefieres.


Aquí podéis escuchar una de mis canciones favoritas de todas las suyas: Petit pays

Gracias, Cesaria.

3 comentarios:

  1. Es una pena. Voces como estas hay pocas.

    Un saludo

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  2. Mira por donde debimos estar, Elías, en el mismo concierto sin saberlo. Te agradezco también este poema que me sabe a poco, en esa apariencia de gigante dormido y roto de pronto. Tal vez como ella, y no hoy, sino desde que recibió en la infancia el sabor de la pobreza y después otras carencias, como las afectivas. He sentido una enorme tristeza a la que no he sabido poner en palabras. Salvo oír sus canciones. Cesária hablaba de un dolor que se escapa del alma y que urgía calmarlo para que no aúlle. Muy viejo y lo hacía con la belleza que de lo maltratado se erguía con esa voz exclusiva que conmocionaba. Era una herida que repercutía en todos, abierta con la dulzura triste de sus mornas. ¡Cómo una mujer descalza nos ha podido desheredar tanto esta noche! Hoy, que hasta la salud no quiso acompañarla. Y si ella ya no se lleva nada, qué nos queda a nosotros, que nos abrigaba de todas las carencias personales que descubrimos al oírla.

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  3. Hermoso texto y bellísimo poema para una mujer con una voz única. Hoy todos somos más huérfanos.

    Un abrazo.

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