lunes, 21 de noviembre de 2011

Cromos y canicas


Aunque me esté mal el decirlo, yo era, sin ningún género de dudas, el aquiles de las canicas en el barrio, el atila de los bolsillos ajenos, el napoleón del guá, el general patton del triángulo. Aquellas esferas de cristal de colores traslúcidos que cambiaban de manos, casi siempre a las del menda, a una velocidad inusitada en partidas vespertinas que parecían no tener fin, no tenían secretos para mí. El guá y yo, uno para otro, almas gemelas, uña y carne, fifty-fifty. En el agreste solar donde nos las jugábamos día sí, día también, me conocía al dedillo los posibles trayectos y querencias de las bolas para lograr antes y mejor que los demás contrincantes el objetivo propuesto, así como también la estrategia, puntería y puntos flacos de mis rivales en las partidas. Aquí entre nosotros, unos pardillos y unos cabezas huecas, unos ilusos más bravucones que hábiles que no se bajaban de la burra y casi todos los días se iban para casa con los bolsillos huérfanos, con la talega de las canicas bien aligeradas de peso cunado no vacías del todo. Si me encontraba de buenas y así me placía, alguna tarde que otra me dejaba ganar como sin querer y les permitía a aquellos pringados un engañoso respiro en sus cotidianos, aunque no por ello menos dolorosos, fracasos. Pero no vayáis a creer que era por esas memeces de la compasión, lástima, piedad o misericorodia, que va, que no era yo de hacer prisioneros por costumbre ni curar demasiado a los heridos: lo hacía más que nada para dorarles la píldora con el espurio propósito de que no dejasen de jugar conmigo y se me fueran a pique la diversión, la ganancia y el reinado. Como un tahúr pagado de sí mismo y absolutamente seguro de que al final de la partida habrá desplumado por completo a los incautos. Vistos los antecedentes citados, el balance semanal de las escaramuzas en la tierra del descampado no podía ser sino positivo para mi cuenta de resultados. Por decirlo con lenguaje bursátil, mis acciones en ese negocio cotizaban al alza la mayor parte del año. Lo malo de todo este asunto, que algo malo tendría que tener, no todo el monte es siempre orégano, es que luego llegaba mi hermano (que no estaba lo que se dice bien dotado para desempeñar con un mínimo de éxito tal labor), se apropiaba de mi botín sin permiso (podría hablarse de saqueo sin faltar un ápice a la verdad), y volvía a poner las cosas en su sitio; quiero decir, que él perdía en un par de tardes lo que yo ganaba en dos semanas. Y sin importarle una higa ni cargo alguno de conciencia alguno. Como las canicas no eran suyas... Igual pensaba que se reproducían por ciencia infusa, vaya usted a saber. Y es que con ellas en la mano era torpe como un cerrojo, inútil como espejo de ciego, obtuso como vaso de corcho... Pero para birlármelas a la chita callando qué buena maña se daba el puñetero.

De modo que cuando el menda, o sea, yo, caía en la cuenta del innoble expolio de mi compañero forzoso de cuarto, que siempre se producía a mis espaldas y como a traición, me pillaba unos cabreos de campeonato. Y sus buenos sopapos y capones le aticé al ratero manazas, no voy a negarlo. Que bien merecidos que se los tenía, no me digáis que no. Lloraba como una nena (-"Cállate ya, Braguitas" -le conminaba yo mientras le sacudía el pellejo), pero el cabezón de él no escarmentaba ni a tiros: en cuanto se le pasaba el susto y veía ocasión, metía otra vez la mano artera en el saco. Y vuelta a empezar. El problema es que al olor del sofocón cobardica de mi hermano, mi madre, que tenía un olfato finísimo para las trifulcas fraternas, acudía al rescate de su cachorro en peligro rauda como centella vengadora y, sin atender ni mucho ni poco ni nada a mis más que atinadas razones para el escarmiento filial, se cobraba, cual prestamista sin entrañas, cual usurero mafioso, cual banquero que se precie, los pescozones atizados al mocoso ladrón con leoninos intereses de demora. La autora de mis días era hábil con la mano y el palo de la escoba, pero tenía una acusada y dañina propensión por la zapatilla con recia suela de goma como instrumento justiciero para restablecer el orden e intentar domeñarme. De su portentosa pericia con la alpargata en la mano, mis nalgas y espalda (o cualquier otra parte de mi cuerpo, porque cuando cogía carrerilla y se encelaba en la faena atizaba al tuntún buscando bulto sin preocuparse ni mijita de dónde hacía carne su ímpetu castigador) pueden dar fe de la buena las veces que haga falta y ante quien sea. No os digo más que si el sacudir la badana y el zurrar el cuero hubieran sido deportes olímpicos, fijo que mi madre se sube al cajón en todas y cada una de las categorías y se trae para casa un porrón de medallas del más preciado metal
Sin embargo, no le guardo rencor por ello a mi hermano, al contrario; gracias a su ampliamente contrastada ineptitud con los bolindres y sus constantes latrocinios en botín ajeno, y aunque de manera inconsciente, contribuía a mantener un equilibrio pacífico entre los habituales del terreno donde dirimíamos con feroz ahínco nuestras habituales y esféricas querellas.

Pero de lo que más orgulloso estaba, y con mucho, era de mi caja de zapatos llena de cromos hasta los topes. Yo tenía una colección de cromos difíciles. Y algunos de ellos, más difícil todavía, repetidos. Ésta sí a buen recaudo de la rapiña fraterna.

De fútbol, de inventos, de zoología o botánica, de barcos, trenes y aviones, de actores y cantantes famosos, de minerales, de automóviles, de historia de España o mundial, de razas y costumbres...

Ese cromo que siempre os faltaba para completar vuestra colección, esa  esquiva y cabrona estampita que nunca salía en los sobres donde os gastabais, ilusos, la escasa y avarienta
paga semanal y dejaba mellado para siempre vuestro álbum preferido, lo tenía yo en la mía, que lo sepáis, chincha rabiña.

Imagen: Alberto Schommer Koch

4 comentarios:

  1. Mirar atrás para aguantar el tirón de lo que viene. Qué sería de nosotros sin la memoria y su pizquita de melancolía. Sigo atento a estas "Notas", tan bien narradas y sabrosas.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  2. Estoy segura de que jugabas como nadie a las canicas; pero mi caja de cromos era mejor.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Que tiempos aquellos de cromos y canicas, ¿donde estará mi bolsa de bolas de cristal y mi caja de cromos?, ¡¡ah!! de lo que de verdad me acuerdo son de mis colección de Roberto Alcázar y Pedrín y Capitán Trueno.

    ResponderEliminar
  4. Antonio: gracias por tus siempre alentadores y cómplices comentarios.

    Mercedes: eso habría que verlo. La única colección que conservo es la de "Vida y color".

    Emilio: lo de los tebeos tampoco es manco para discutirlo. Otro mundo fabuloso.

    Abrazos.

    ResponderEliminar