Aquella vez que a Pidio el zapatero
se le escapó el mirlo de la jaula, lo esperábamos
en el patio y cada sombra que pasaba
nos parecía él. Pero no era.
Hasta que una tarde vimos en el cañizal
algo negro que se movía
y nos miraba con unos ojillos que eran puntas de navaja.
Entonces, nos apartamos de la ventana
y nos pusimos a disimular,
a hacer como que cambiábamos las sillas de sitio.
(La miel, 1981)
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