Entonces hablábamos un poco de todo: del tiempo que
haría en ultramar (nos gustaba imaginar tormentas sobre los árboles, un fragor
de monos y cacatúas buscando refugio del agua violenta), de los últimos récords
de atletas como dioses, de marineros cetrinos muertos lejos de casa, atacados
por fiebres exóticas en el trópico, abandonados en un océano de hielo, de los
bellos nombres de algunas ciudades: Samarcanda, Valparaíso, Sidney, Vancouver,
Maracaibo...
Bebíamos cerveza y anís y, como es natural,
terminábamos algo borrachos, desbarrando más de lo corriente.
Digo yo que nos queríamos.
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