“En primer lugar: tengamos en cuenta que yo soy un intuitivo. Y que lo
que voy a decir es de mi cosecha propia. No es, por tanto, que yo sepa sobre lo
que os digo todo lo que se sabe y que se escribió. No soy un sabio ni un
profesor, mucho menos un erudito; soy un poeta. Existen, claro, profesores
poetas, y hasta poetas profesores. Son respetables. Un poeta nunca es
respetable, es vital. Su don no ha conseguido ser atrapado en la red de las
conveniencias. Ya Platón, que era un gran poeta metido a redentor, expulsó a
los poetas de la República porque sabía bien que eran los únicos ciudadanos
que, como excepciones que son, podían desarticularle sus inflexibles esquemas.
Excepciones a toda regla, ya que ellos llevan en sí, constitutivamente, una
regla propia, esotérica y fatal; seres sin utilidad ni provecho, dentro del
fariseísmo que caracteriza las sociedades humanas, van pregonando, desde su
intimidad, los proyectos eternos: la libertad y la belleza y, con ellas, como
encarnaciones, su conspicuo cortejo terrenal, el Amor, la Felicidad, el
Arrebato, la Rebeldía y la Muerte.”
(De
Breviarium vitae)
Juan Gil-Albert
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