y nosotros, detrás de la ventana, esperábamos
a que el agua lavara las hojas más ocultas.
Luego estalló la tormenta y llovió a mares
y nosotros habíamos puesto un vaso en el alféizar
para medir el agua de la lluvia.
A las cuatro salió el sol
y en la ventana brillaba el vaso
lleno hasta rebosar.
Mi hermano y yo nos lo bebimos a medias
y luego nos pusimos a comparar el agua
del pozo con la del cielo, que es más resbaladiza
pero tiene el olor de los relámpagos.
(La miel, 1981)
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