En mi vida de lector, pocas veces, por no decir ninguna, me he tropezado con una sarta de insultos tan rica, tan extensa, tan con mala leche como esta del peruano Alberto Hidalgo dedicada al dos veces presidente del Perú Luis Miguel Sánchez-Cerro e incluida en este raro volumen, una edición privada que se editó en Buenos Aires en 1937.
No parece, no, que el de Arequipa tuviera en mucha estima al militar limeño.
Ahí va esa retahíla.
Esto es mucho. Basta ya de él. Hay que darle de
una vez, como a los toros, el golpe de puntilla. En cuanto lo nombro, siento
bajarme hasta la pluma, desde todos los extremos del alma, un tropel de
adjetivos para calificarlo mental, física y moralmente. Recitador de los discursos
que otros escriben, Sánchez-Cerro es el esfínter por donde se evacúa la
estupidez de los secretarios. Por eso es chato, anodino, difuso, cursi,
adocenado, digresivo, soporífero, ecoico, diluente, huero, ripioso, enriscado,
banal, estólido, estulto, filatero, gárrulo, fruselero, gedeónico, blando,
ezquerdeado, gelatinoso, vacío, hilarante, burdo, bellaco, ignorante,
charlatán, majadero, chirle, dengoso, zafio, diárrico, inane, cándido, latero,
inconcino, minúsculo, nulo, insípido, farragoso, nesciente, orillero, remedón,
trefe, volatero, insignificante y ramplón. Es roñoso, pestilente, grosero,
pusilánime, cochino, adefésico, eclámptico; fétido, escolimoso, hirsuto,
fotófobo, zullón, lechuguino, currutaco, sotreta y huevón. Es arribista,
pícaro, rapaz, trepador, venal, avieso, pillo, tunante, gregario; fanfarrón,
embustero, tenebroso, hipócrita, taimado, escatológico, marrajo, cenagoso, mendaz,
cínico, cocador, nocivo, atrabiliario, coccígeo, estúpido, zorronglón,
intruso, inmoral, deyectado, nepótico, zolocho, ambidextro, equívoco, zopenco,
dingolondangoso, ruin, falaz, trapacero, fraudulento, lacroso, lúteo,
intérlope, pravo, fecal, mazorral, lordósico, infando, impúdico, histrión,
siniestro, simulador, rastrero, pérfido, vitando, esquizofrénico, perillán,
abyecto, mezquino, torpe, miserable, necio, ridículo, truhán, bribón, venenoso,
turbio, adulón, artero, apostático, servil, alevoso, epiléptico, perverso,
funesto, protervo, cobarde y canalla. Todavía le hacen falta unos sustantivos:
es un bacín, un microbio, un rufián, una bazofia, una calamidad, un cacaseno,
un estropajo, un bufón, un cachivache, un sirle, un turiferario, un camaleón,
una úlcera, una cloaca, un carnaval, un juglar, un Rigoletto, un insulto, un
agravio, un cabrón, un comodín, un fariseo, una cucaracha, un estantino, un
gargajo, un piojo, un hominicaco, un monigote, un payaso, una posma, un
vituperio, un ultraje, un galafate, un parásito, un sayón, un esbirro, un
sátrapa, un fronterizo, un retardado, un esquizoide, un traidor, un
degenerado, un baldón, un lacayo, un impostor y un perro.
Sé que lo he muerto. Sé que este artículo es su
tumba. Ahora, encima de esos adjetivos y sustantivos que lo retratan de cuerpo
entero, para que le sirva de lápida pongo una capa de mierda. Y luego, a fin de
que el pasante advierta su presencia y se descubra, si quiere, planto una cruz
sobre su fosa.
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