En el escenario desnudo, una actriz joven, poderosa,
con notables registros pese a su juventud, interpreta con maestría el monólogo
escrito por uno acerca de la figura de Juan Ramón Jiménez y donde “Platero”,
recién desembarcado en el puerto de Nueva York tras una penosa travesía,
desconfiando de lo que le espera en manos del poeta desgrana, una tras otra,
todas las espigas de la gavilla de agravios en contra de su creador, empezando
por la incomodidad del viaje y acabando por su estulticia.
Lo más sorprendente de la función para mí: la voz
femenina allí donde uno había imaginado una voz recia y callosa, de hombretón
de vuelta de todo y sin pelos en la lengua. Con una dicción perfecta, con las
inflexiones y los énfasis en su momento y lugar, con los gestos precisos,
para quien mira y escucha, los diez, quince minutos escasos de la
representación se le hacen cortos. Y uno, que no está dotado para el teatro más
que como espectador (y aun de esto ni siquiera estoy seguro) no puede por menos
de emocionarse ante lo que esa voz, esa hermosa presencia ha hecho con el texto
que empezó a gestarse en un parque, entre cervezas, y casi como sin querer, una
calurosa tarde de junio bajo los árboles.
Y uno, el mismo de antes, con su poquito de vanidad a
cuestas, acaba la noche del estreno como debía: también entre amigos y
cervezas, con besos de despedida hasta la próxima.
Aprovechemos las duras que ya vendrán las maduras.
Telón.
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