Cuando un escritor declara el
esfuerzo titánico, doloroso, que le ha supuesto escribir ese volumen buscando
que apreciemos (y de paso se lo agradezcamos comprando su libro a mansalva) su
tremenda contribución a la Historia de la Literatura (le gusta decirlo con
mayúsculas), parece que le estuviera haciendo un favor decisivo e imperecedero
a la cultura universal.
Se nota, pienso yo después de
adentrarme en el libro también con esfuerzo y dolor, sudando la gota gorda y
perdido en sus farragosas páginas como un explorador decimonónico tirando de
machete y fusil en selvas ignotas para
abrirse un mínimo y practicable camino hasta el río por donde huir en medio del
ataque de tribus hostiles.
Porque semejante engendro, seamos sinceros, suele ser completamente
incomprensible.
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