Temblando
como un flan, con la taleguilla sospechosamente abultada por la parte donde se
unen las nalgas, perseguido de cerca por el bufido y las astas del morlaco (mulato, bragao, veleto…) por todo el
albero de la plaza para rechifla de la parroquia, se metió en el burladero a la
carrera.
Sudando miedo todavía, nos echó a toda la cuadrilla esa gélida mirada mezcla de desprecio y reproche de cuando la faena no cuajaba en triunfo.
Como si nosotros tuviéramos la culpa de su impericia y cobardía.
Hasta la coleta nos tenía.
No tuve más remedio que hacerle un favor al escalafón de la tauromaquia: le asesté un estoconazo, es un decir, con el botijo del mozo de espadas en todo lo alto.
Rodó sin puntilla.
Dos orejas y rabo (con salida por la puerta grande) me merezco.
Sudando miedo todavía, nos echó a toda la cuadrilla esa gélida mirada mezcla de desprecio y reproche de cuando la faena no cuajaba en triunfo.
Como si nosotros tuviéramos la culpa de su impericia y cobardía.
Hasta la coleta nos tenía.
No tuve más remedio que hacerle un favor al escalafón de la tauromaquia: le asesté un estoconazo, es un decir, con el botijo del mozo de espadas en todo lo alto.
Rodó sin puntilla.
Dos orejas y rabo (con salida por la puerta grande) me merezco.
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