Me acuerdo de las mentiras que dije estando de
rodillas ante el ventanuco del confesionario: me inventaba pecadillos -nada
grave, todo venial, un tocamiento por aquí, una sisa por allá- para que la
penitencia fuese lo más llevadera posible.
Nunca me he arrepentido de aquello
ni creo que nunca lo haga.
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