Aún
vive la flor de pascua que compramos antes de Navidad. Alguien dijo que
ya podía darla por perdida, que es una planta de temporada. Lo cierto
es que sólo conserva unas pocas hojitas rojas en lo alto de los tallos.
Ya tiene el entierro pagado, dice mi madre, que sigue regándola sin
embargo, como hace con la orquídea que lleva siete años seguidos dando
flores. Hace unos días, en un restaurante del barrio de Torrero vi una
flor de pascua muy hermosa junto a un ventanal del comedor. Si aquí ha
sobrevivido por qué no puede sobrevivir dentro de casa, pensé. Afuera se
presentía la primavera. A medio día entra un rayo de sol por mi ventana
por primera vez en muchos meses. No es momento de morir, le digo a la
flor de pascua que en realidad se llama Euphorbia Pulcherrima. Tengo la
certeza, casi absoluta, de que mis geranios de Arándiga se han secado
mientras tanto. Quizás hace un mes que no los veo y calculo que ha
llovido muy poco últimamente. Por eso, tal vez, tengo tanto empeño en
que no se me muera la Euphorbia. A veces, cuando no puedes cuidar a
alguien que te importa, te da por cuidar a quien con seguridad no
necesita de tus cuidados. Siempre he creído que no tengo instinto
maternal. Pero uno no acaba de conocerse porque somos muy recovecados
los seres humanos. La Euphorbia, me da la impresión, está echando nuevas
y mínimas hojas verdes. Está preciosa, dice mi madre con orgullo. Yo la
veo raquítica y me limito a mirar los tallos con detenimiento, por si
está rechitando a pesar de todo.
"Heraldo de Aragón" (10-3-2015)
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