Hoy hace setenta años del día en que tropas del ejército soviético, en su avance camino de Berlín, llegaban a las puertas del campo de exterminio nazi de Auswicthz-Birkenau.
Lo que los combatientes rusos encontraron en aquel lugar podría calificarse como la quintaesencia del horror, la mayor muestra de crueldad del ser humano contra sus semejantes conocida hasta entonces, la barbarie y la indignidad llevadas a extremos de locura.
El siguiente poema, inédito en libro hasta la fecha, y que pertenece al próximo que publicaré, quiere ser un homenaje a todos los masacrados en aquel infierno.
Si acaso sirviera para que tales actos de ignominia no caigan nunca en el olvido, habrá merecido la pena y cumplido su función.
Arbeit macht frei (antesala)
A Primo Levi
atravesando una Europa ensangrentada
cuyos mapas cambian de mano cada noche
a costa de muertos y ofensivas,
de la angustia de un sueño
sin descanso ni consuelo,
del llanto en los rostros
congelados de los niños,
la máquina se ha detenido junto a los topes
que clausuran el camino de repente
mientras las ruedas exhalan
un vapor de desgracia en el hielo de la noche, los alambres de púas,
los reflectores, los tacones
pavorosos de las botas
susurran oscuras letanías
y bailan una lúgubre pavana
con el miedo de los deportados
bajo mandatos tajantes
en un idioma de locura, por encima del brillo obsceno
de las ametralladoras
y el ladrido casi metálico de los perros,
alguien descorre con fiereza
los portones de la muerte,
se hacen saltar a culatazos
los cerrojos que la guardan
(junto a cada féretro rodante
hay una rampa para el ganado
-animales a punto para la muerte-
que conduce a la desaparición)
en el andén helado, la burocracia
extiende sus poderes, sus sellos, los terribles documentos
donde se asientan los nombres
de los ya destinados al olvido
entreteniendo la espera,
los oficiales fuman entre risasy acarician dulcemente
las culatas de sus Luger
crueles como latigazos,
en el cuello de los uniformes,
carretillas chirriantes transportan bultos
cuyos brazos arrastran por el suelo)
una orquesta de espectros ateridos
interpreta la melodía de bienvenida a este infierno que es verdad
más allá de los disparos y los gritos,
detrás de los barracones en silencio,alzándose como una catedral de adioses
sobre las copas mortecinas de los pinos,
la columna de ceniza
sigue su curso en el aire
¡Peazo poema!, Elías, que ya tenía la suerte de conocer.
ResponderEliminarEcha un vistazo a la penúltima estrofa, donde sobra alguna palabra, debido a mínimas erratas.
Un abrazo.
Muchas gracias, Antonio, por partida doble: por el adjetivo y por el aviso.
ResponderEliminarYa está corregido.
Abrazo.