viernes, 22 de abril de 2022

Canto XXI (Tonino Guerra)

 


Las hojas del albaricoquero comenzaron a caer
en julio y siguieron cayendo en agosto y en septiembre.
Nos divertíamos recogiéndolas una por una
y contándolas en voz alta;
uno decía: mil, mil una, mil dos y mil tres
y el otro continuaba: mil cuatro, mil cinco y mil seis.
Era una cantinela que duraba de la mañana a la noche.
Y así llenamos tres sacos.

Pero una mañana mi hermano dejó de trabajar 
por razones que no quiso confesarme;
después supe que se había enfadado conmigo
porque yo, bromeando, le había dicho cretino
por una hoja que no había contado.
Yo había dicho: dos mil dos, y él: dos mil cuatro;
¿dónde había ido a parar la dos mil tres?
Conque, nada, estuvimos diez días sin hablarnos. 
Nos levantábamos dándonos la espalda 
y comíamos con la cabeza agachada;
mientras tanto, las primares nieblas y la llovizna
iban tejiendo un velo de agua fina sobre los abrigos.
Por la noche echábamos en la lumbre aquellas hojas,
un puñado cada uno, y nos quedábamos mirando las llamas.

(La miel, 1981)


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