En muchos pueblos de Anand es costumbre matar al gallo si canta antes de hora.
Pero el gallo no sabe: nervioso por anunciar el alba, todo le engaña, el resplandor leve de una hoguera lejana, el eco de la luna en los charcos, alguien que en mitad de la noche, furtivo, enciende un candil.
Son gallos de pueblos pobres, gallos que no han podido aprender, y para los que cualquier luz es sinónimo de alba, no importa su palidez, su insuficiencia delatora de engaño.
Son pueblos pobres, pueblos de mala cosecha y sequía perpetua. Por esta razón, en noches de hambruna insoportable, algunos de los más jóvenes se encargan de ajusticiar al gallo prendiendo un árbol o una tea del patio. Su carne aguanta unos días, lo que aprovecha el pueblo para trabajar como nunca, con el empeño que surge y es emblema de la necesidad.
Luego, con el tiempo, caen rendidos en un sueño del que nadie, salvo el canto de un gallo inexistente, puede sacarlos.
Jordi Doce
No hay comentarios:
Publicar un comentario