Era uno de esos tíos con repugnantes boqueras
en las comisuras que escupen salivilla cuando hablan poniéndote perdido de minúsculos
esputos y mala baba, igual que curas de sotana y sacristía repartiendo
hisopazos al personal a diestro y siniestro.
Hasta hoy, cuando he sido yo quien le ha
rociado de plomo a base de bien antes de que abriera la boca de nuevo e
intentara besarme.
¡Qué asco!
Imagen: Weegee
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