martes, 27 de septiembre de 2011

La partida


Ligeramente encorvado sobre la mesa, el hombre viste un traje gris, jersey rojo sobre una camisa blanca. No se aprecian los zapatos, pero los imagino vulgares, anodinos y cómodos. El brazo derecho en flexión con el codo apoyado en el muslo, el dedo gordo sujetando el mentón poderoso y firme. Entre el índice y el corazón, un cigarrillo que desprende una voluta de humo blanco, casi macizo. La mano izquierda, abierta, descansa sobre la otra rodilla. El gesto de la cara (una ceja enarcada, la boca contraída levemente, pronunciados pómulos...) denota al mismo tiempo preocupación y esperanza. Un cierto desaliño (el cenicero con colillas, las piezas fuera de juego aquí y allá...) preside la mesa donde descansa el tablero que ocupa toda su atención.

No se ve a su contrincante, si es que lo hay.

Si yo fuera el hombre y me tocase mover, daría jaque al rey en 4 torre y a continuación (a lo sumo dos o tres jugadas más tarde) coronaría el peón pasado. Las blancas parecen estar perdidas y a la vista de lo que hay, su resistencia tiene más de numantina que de razonable. De modo que quizás lo que realmente denote la apariencia del hombre que fuma y mira, sea un anticipo del sabor de la victoria.

Mi mujer dice que el hombre se parece a mí con algunos años más.

Y puede, como casi siempre, que no le falte razón.

Imagen: Willi Neubert

2 comentarios:

  1. ... Y el tiempo da jaque mate.

    Estupendo relato.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Quizá tu mujer te ve como un Triunfador que aún no ha hecho su último movimiento.

    ResponderEliminar