Portadora a su pesar, junto a sus dos hermanas, de un apodo estigmático, apañadilla de aspecto pero parca de espíritu, Angustias era lo que se dice la viva imagen del desasosiego. Si la hubiera conocido el excelso Pessoa, bien podría haberle dedicado, sin desmerecer ni un ápice, ese tan famoso libro suyo donde el vate portugués (que tampoco es que fuese la alegría de la huerta pero escribía del copón, a cada uno lo suyo) volcó con enorme talento las penas del alma y el cuerpo, la amarga experiencia y el sinsabor, en la gran mayoría de los casos, del tránsito fugaz por este valle de lágrimas.
Un caso perdido y sin remedio, la tal Angustias. Ni siquiera los muchachos más alegres y jaraneros consiguieron nunca, pero lo que se dice nunca jamás de los jamases, arrancarle una sonrisa de soslayo, unas risitas de gozo, un chistoso jajajá. No digamos ya una carcajada. Y eso que se cruzaron apuestas por todo lo alto, y este asunto en nuestro pueblo son palabras mayores, que por aquí el personal no se anda con chiquitas ni diplomacias habiendo perras de por medio. Más agarraos son que un escocés en bancarrota. Tú no pagues una apuesta y ya verás, ya: no te arriendo las ganancias, disponte a lo peor. Pues ni por esas. No había manera.
Sus ojos, negros como ala de cuervo ("como los cojones de un grillo", decíamos los chaveas por lo bajini), eran un portal de lágrimas abierto siempre para lo que se terciara. A la mínima ocasión y por los más peregrinos motivos -tampoco es que hiciera falta ná del otro mundo-, allá que se daba la Angustias a llorar con un desconsuelo impropio y sin fecha de caducidad: un árbol escaso de porte y de fruto, algún perrillo callejero con su poquito de tiña y las costillas bien dibujás por el hambre, un chavalín con mocos y legañas que se cruzaran con ella (y mira que hay arbolillos miserables, canes famélicos y rapaces mocosos en este pueblo), gilipolleces y tontunas de estas, ya digo, eran argumentos más que suficientes para que diese comienzo el espectáculo en todo su esplendor. Porque eso, un auténtico espectáculo, era ver llorar a la Angustias: las lágrimas fluían por su rostro cual arroyuelo de montaña despeñándose tras el deshielo, acompañadas de gemidos y visajes de todas clases: las manos como garfios engarzadas una con otra, suspiros que parecían salir de lo más profundo de sus entrañas, ayes escalofriantes que estremecían al más pintao y encogían los ánimos más veteranos…
Las desgracias ajenas eran su cruz de la pasión y su camino hacia el Gólgota. La verdad es que como plañidera no tenía precio. Con ella de por medio -y nunca andaba muy lejos de cualquier desventura que aconteciese-, el sofocón estaba garantizado. ¡Qué tía por dos reales!, que dicen en el pueblo de mi abuelo. Tres horas estuvo llorando en el entierro del tío Genaro sin concederse un respiro a pesar de no tener con el difunto el más remoto parentesco ni haberle dirigido la palabra en toda su vida. Y esto sin contar que el tío Genaro era un impresentable, un grosero y un zafio -un mamón, vamos, pa entendernos bien y pronto-, que nos dio una alegría del carajo cuando la diñó.
Se veía venir que tamaños esfuerzos, por lo demás gratuitos y desproporcionados, sin lógica ni sostén alguno, no podían conducir a nada bueno y tenían que pasarle factura en algún momento. Lo que nunca sospechamos ni por un momento, y el que afirme lo contrario miente como un bellaco, es que, después de todo, fuese por un motivo tan tonto: Angustias murió de un soponcio tremebundo (también llamado “jamacuco” o “cólico miserere”) cuando al doblar una esquina se topó de repente con un gato negro que devoraba a un gazapillo debajo de una escalera junto a un espejo roto.
A saber qué se le indundiría en el ánimo con aquella escena para que le diese el ataque.
Y todo por algo que a ella, vamos, se supone, pero qué coño le importaría a la pavisosa, ni le iba ni le venía.
Estaría de Dios, que se dice.
Estaría de Dios. Angustias, que hizo honor a su solemne nombre. Descanse en paz.
ResponderEliminarSaludos, amigo
Por si alguien tenía alguna duda de que un nombre marca una existencia, se lo oí decir a mi abuela mil veces. Muy bueno.
ResponderEliminarSaludos.
Pero si es que ponerle ese nombre a una criatura es como nacer con una condena a cuestas. Qué queríais, que estuviese todo el día de guasa "La Angustias", eso si que hubiese sido raro. La pobre, imagino lo que la echarían de menos en los entierros...
ResponderEliminarBuen relato, y divertido. Me gusta tu fina ironía.
Un abrazo.
Qué cosas.
ResponderEliminarEl personaje, real como la vida misma.
El pueblo y las apuestas, como que lo asocio con el pueblo de Gila y sus historias. ¡Mecá..!
Un placer, Elías.
Abrazos.
Estaría, Esmeralda, estaría. La pobre Angus, vaya cruz.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Paloma. Es que las abuelas no suelen fallar en estas cosas.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado.
Un abrazo.
La verdad es que la pobre, con ese nombre.
ResponderEliminarLos entierros sin ella ya nunca fueron lo mismo.
Me alegro de que te haya gustado. Con estos relatos de "paisanos" lo único que pretendo es eso; humor e ironía, como bien dices.
Un abrazo
Antonio: pues ahora que lo dices, quizá cuando empecé a escribir estos "retratos" arquetípicos, si tuviera en el subconsciente las historias de Gila.
ResponderEliminarAl fin y al cabo, es uno de mis dioses tutelares del humor, que es lo que yo pretendo con estos relatos.
Para mí también son un placer tus visitas.
Abrazos.
Elías, apúntate otra más: esa coincidencia en Gila, otro -empleando tus mismas palabras- de mis dioses, si de reír se trata.
ResponderEliminarUn abrazo
Sus motivos tendría.
ResponderEliminarBuenísima la biografía.
Pero era un sobrenombre o un yugo, eso es un lazo al cuello. Jajajajajaajajaj.
ResponderEliminarPobrecita, esta vez has sido, jajajaja, mejor me lo callo.
Un beso Elías.
Apuntada queda, Antonio; y por lo que nos vamos conociendo, me da en la nariz que no va a ser la última.
ResponderEliminarAbrazos.
Blanco: pues sí, los tendría, no digo yo que no, pero vamos, en el pueblo no los conocían.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
Me alegro de que te haya gustado.
Habrá más de este estilo.
Abrazo.
Lola: Es que hay nombres que imprimen carácter.
ResponderEliminarY todavía queda (aparte de la Loli -anda, mira, como tú-, ya publicada)la otra hermana, que también se las trae.
Me alegran tus sonrisas.
Un beso.