Cuando por fin te llega tu turno en el dentista, siempre hay un momento de pánico en el que te arrepientes de no haber buscado una excusa para faltar a la cita.
Porque pocas veces se está tan desamparado como cuando estás tendido en ese sillón, con la boca abierta, el foco de luz quirúrgica en los ojos -como en un interrogatorio policial de tebeo-, y empapado de un miedo latente y terco a todos esos instrumentos de acero que a saber qué irán a hacer con tus pobres dientes indefensos.
Es que, ya se sabe, el espíritu del viejo "sacamuelas" continúa vigente para terror de todo aquel que tenga la dolorosa necesidad de acercarse a potro de tortura semejante. Bien traído, Elías. La "foto histórica" me encanta.
ResponderEliminarUn abrazo.
Acabo de llegar del dentista... No te digo más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bah...¡gallinas!
ResponderEliminarAntonio, ése, el de la foto, sí que parece el auténtico sacamuelas. Y del ayudante ya ni hablamos.
ResponderEliminarAbrazos.
Mercedes; mis más sentidas condolencias.
ResponderEliminarY eso que ahora ya no son lo que eran.
Los dentistas, digo.
Abrazos.
Vale, Madison, acepto lo de "gallina" en este caso. Pero es que hay "atavismos" que es casi imposible sacarse de encima.
ResponderEliminarAbrazos