viernes, 30 de noviembre de 2012

Corregir


Corregir lo que escribimos es como rascarse la tripa: te produce placer mientras lo haces, pero terminas el proceso y nunca puedes estar seguro de si no te picará de nuevo, otra y mil veces más, con más saña todavía.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Jueves poético en Extremadura


Como en aquella canción de moda de hace unos años con la que nos dieron la matraca a base de bien durante una buena temporada, hoy tengo el corazón partío: partío, sí, porque hoy coinciden en leer sus poemas en esta tierra dos estupendos poetas: Eduardo Moga y Basilio Sánchez. Al no tener concedido por los dioses el don de la ubicuidad -lo que no tengo muy claro si sería bendición o castigo- tengo que elegir; y elegir es renunciar, ya se sabe.

Así que esta tarde me marcho a Badajoz a conocer a Eduardo Moga. A las 20:00h., y en el Salón de Actos del MEIAC, el poeta, traductor y crítico barcelonés realizará una lectura de su obra dentro de las actividades del Aula “Díez-Canedo” que con mano sabia dirigen José Manuel Sánchez Paulete y Enrique García Fuentes.

Por cierto, que Moga  acaba de publicar en la Editora Regional de Extremadura un delicioso librito de prosa poética, El desierto verde, una particular visión de los pueblos y paisajes de la Sierra de Gata, donde el poeta pasa algunas semanas desde hace unos años y que mañana presentará en la Biblioteca Pública de Cáceres en compañía de Javier Pérez Walias.
Le he pedido permiso para reproducir aquí uno de los poemas del cuaderno que se publica con motivo de su visita y que se entrega a todos los que asisten a la lectura.


Los haikús del ciego y el perro

El ciego mete
al lánguido mastín
bajo el asiento.

El perro quiere
salir, pero el ciego
es inflexible.

El ciego ve
otras oscuridades.
También el perro.

Se mueve el perro
y, minuciosamente,
se mueve el ciego.

¿Transcurre el tiempo
entre el paso del perro
y el del ciego?

(Y un corolario afín)

El tuerto ¿ve
tan sólo la mitad
de lo que existe?

Eduardo Moga
(Segundo interludio de Los haikús del tren)

* * * * * * *

La otra mitad del corazón estará, a la misma hora pero en el Salón de Actos del Colegio Mayor Francisco de Sande de Cáceres, con mi querido Basilio Sánchez, recientemente galardonado con el premio “Ricardo Molina” en Córdoba, quien leerá sus poemas dentro de las actividades del Aula “José María Valverde”.
Estoy seguro de que Basilio sabrá disculpar mi ausencia; entre otras cosas, porque a buen seguro estará acompañado de un puñado de buenos amigos, de lectores inteligentes, de degustadores de la buena poesía.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Narvales


Como todos los seres con cuernos
son objeto de la humana codicia.
Llamadas unicornios de los mares,
no son más que amables ballenas
amantes de las profundidades
y enemigas tan sólo de las sepias,
de las cuales se alimentan.

Por dos motivos bien distintos
-su carne en un caso, su cuerno
(en rigor, un diente anómalo y excesivo) en otro-,
los esquimales, las orcas,
las odian con ceguera.

De Casi humanos (bestiario) Germanía, 2001

martes, 27 de noviembre de 2012

Hablar con extraños (7) -Tres años sin José-


Flanqueando mi aniversario de boda, se encuentran dos de los días más tristes de mi vida: el 25 de noviembre moría Ángel Campos Pámpano; con un año de diferencia, el 27 del mismo mes, José Viñals Correas.
Como ya he dicho en otras ocasiones y seguiré diciendo mientras tenga fuerzas, dos amigos, dos maestros, dos hermanos.
Hoy honro la memoria de José siguiendo con la publicación de esa serie suya que tanto me gusta de Hablar con extraños, páginas insertas en su He amado, un grueso volumen con varios libros de su poesía publicado por La Poesía, señor hidalgo en 2006.

20 Esta huelga de hambre es una puritica mierda, como dicen los centroamericanos. Ahora mismo, entérese, me comía yo un cochinillo al horno. O un rodaballo a la espalda. O hasta una paella de marisco, aunque rezonguen los valencianos. O aunque sea un queso manchego bien curado con jamón ibérico. O si no unas sardinas en aceite con pan de campo. O una libra de chocolate. A este paso nos vamos a morir todos, se lo digo yo. Mi reacción es testimonial y reservada, ya que soy dirigente sindical y apoyo la huelga. Pero hoy estuve a un tris de comerme el tubo de dentífrico.
(En la Castellana de Madrid, frente a Nuevos Ministerios)

21 ¿Usted nunca tuvo ladillas? ¡Uf, yo he tenido hasta tortugas en los pendejos!
(Confidencias de un juerguista porteño)

22 Yo tocaba el clarinete en la Banda Santa Cecilia. El maestro era un italiano maricón. Teníamos uniforme azul con gorra militar y una lira de plata en la solapa. Tocábamos en las procesiones y en algunos bailes, pero en los intermedios. Una vez tocamos una marcha fúnebre en un entierro. Fue un escándalo en el pueblo porque no se entendió eso de tocar música habiendo un muerto. Eso sí, nosotros le pusimos mucho sentimiento, y uno que se llamaba Humberto Berdini y tocaba el pistón, se mandó unas variaciones bárbaras. A ese se le daba el jazz y yo creo que terminó yéndose a Norteamérica. Aunque ahora trabaje de peón en la cementera, yo tengo alma para la música clásica.
(En Torredonjimeno, Jaén)

Coda: finalizo con dos greguerías de José que dedico a Andrés Neuman, “Andresito”, como lo llamaban Martha y José cuando era un pibe y que también andará, como yo, como tantos otros amigos, echándole de menos a diario.
Los charcos, espejos peligrosos del abismo.
El corazón es un ratón que late.
Y un gran beso para Martha.

lunes, 26 de noviembre de 2012

30 años con ella


Hoy hace 30 años que me casé con la mujer que está en el medio de la foto.
Ella es la responsable primera de las dos bellezas que la flanquean y abrazan. 
Yo sólo hice lo que pude.

Ella

Tiene una rosa abierta sobre el pecho, la cabeza apoyada en la mano izquierda, y una mirada entre púrpura y soñadora, como hacia dentro, encima de un chispazo de sonrisa.
La tengo justo enfrente.
Es la que me mira escribir todas las noches.
Es la que me hace vivir todos los días.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Elegía para Ángel (Antonio Gamoneda)



Hoy hace cuatro años que nos dejaste, amigo: huérfanos, desorientados, con la memoria rota y el dolor royéndonos.

Hace unos días encontré este poema de tu amigo Gamoneda (él inauguró en Badajoz el hermoso proyecto de las Aulas Literarias que tú abanderaste en Extremadura, con él estuvimos juntos la última vez que te vi.)

Con sus versos rindo homenaje a tu memoria, a sus bellas palabras me sumo.


Querido Ángel: no vas a recibir esta carta que no es una carta. Es un pliego de ausencia.

                                     
no estás en ti, no fermentas
ni descansas envuelto
en sábanas ni sombras.
                                           Te recuerdo, sin embargo,
lleno de paz.
                     Ahora, extrañamente,
no estás, pero gritas
en mi espacio arterial.
                                    No lo entiendo.

                                                                     Y yo,
¿estoy yo en mí? ¿Qué hago yo en este instante ¿Estoy mirando el lauro y las glicinias inmóviles?

                                                                                  No
sé. Realmente,
no sé.

Aún conservo la bufanda que con tus grandes manos pusiste en mi garganta. Fue un día blanco de Lisboa. Yo tenía fiebre. Tú pensabas en el metal de Villanubla.

                                                                                                                Cuánta
inocencia.

                   Morir.

Sucede, sí, pero sólo es apariencia. Tú no lo sabes aunque lo comprendas. (Necesariamente, ésta es tu única comprensión.)

                                                      En fin,
vuelvo a mis términos y a mis extinguidas
eminencias febriles.

                                 En fin,
ciertamente hacía frío. En Villanubla, ciertamente,
se congela el olvido.

                                  No
tengo nada más que decirte.
                                                  No
te devolveré tu bufanda.

Tengo aún mucho frío.

(De Canción errónea, Tusquets Editores, Barcelona, 2012)







sábado, 24 de noviembre de 2012

"Luz de luna" por bulerías (El Cabrero)


La gran Chavela Vargas, la hermosa Luz Casal, el mariachi Javier Solís…, tantos y tantos cantantes interpretaron esta canción de tan sentida manera, que cada vez que la escucho en sus voces se me ponen los pelos de punta.

Pero esta versión de José Domínguez “El Cabrero”, con la guitarra de Paco del Gastor y algunas variaciones en la letra original, es especialmente estremecedora para mí, acaso porque el flamenco se me agarra por dentro como pocas cosas.

He transcrito la letra de esta versión lo mejor que he podido, con alguna duda en “hace hembras valientes”.

Perdonadme el posible error, pinchad en este enlace y disfrutad.


En los pechos de los montes
me amamanto
y en la cornisa de los riscos
me sostengo:
por eso esta noche 
les voy a decir de dónde vengo.

Vengo del ronco tambor de la luna
en la memoria del puro animal,
soy una astilla de tierra que vuelve
hacia su antigua raíz mineral.

Vengo de adentro del hombre dormío
bajo la tierra gredosa y carnal;
rama de sangre, florezco en el vino
y el amor bárbaro del carnaval.
(De Vidala del nombrador, de Jaime Dávalos)

Hembra se llama
y no admite a los hombres
ni en pura llama;
porque la luna
hace hombres valientes
como ninguna.

Yo quiero luz de luna
para mi noche triste,
para pensar divina
la ilusión que me trajiste;
para sentirte mía…
mía tú como ninguna,
desde que tú te fuiste
no he tenío luz de luna.

Como todo mortal,
me pregunto quién soy
y a dar con la verdad no acierto;
me aseguran que soy
criatura de Dios,
mas yo como un retoño
de la tierra me siento;
como todo mortal.

 Yo siento tus amarras
como lazos, como garras
que me ahogan en la playa
de la farra y del dolor;
si llevo tus cadenas
a rastras en la noche callada,
que sea plenilunada,
azul como ninguna,
desde que tú te fuiste
no he tenío luz de luna.

viernes, 23 de noviembre de 2012

El cuadro


Para Javier Fernández de Molina
El cuadro parecía estar acabado.
Pero el caso es que yo lo miraba de cerca y de lejos, de frente y en escorzo, con más o menos luz, y no lo veía, no lo veía del todo, le faltaba algo: naturalidad, realismo, crudeza… No sé, algo.
Hasta que caí en la cuenta del fallo: no había ni una sola pincelada de rojo.
Y el rojo sangre es el matiz que más me gusta, qué le vamos a hacer.
Conque anoche salí a buscarlo y me traje a casa, recién exprimido de un voluntario forzoso, un bote de cuatro litros.
Unos toques de color aquí y allá y listo.

Ahora sí que sí.

Ya sólo me falta ponerle el marco.
Imagen: El paisaje inicial de la mirada XV
Javier Fernández de Molina

jueves, 22 de noviembre de 2012

Las alegrías que dan los amigos


Me sumo, alborozado y feliz, a la alegría que comparten y de la que dan noticia, Miguel Ángel Lama, Álvaro Valverde y José María Cumbreño por la concesión del premio "Ricardo Molina" a Basilio Sánchez, un poeta de ley, un amigo de los de verdad, un caballero.

Cristalizaciones se titula el poemario de Basilio que se ha alzado con el premio por unanimidad y que será publicado en breve por Hiperión.

Me acaba de llamar otro amigo, Jordi Doce, para darme la noticia y hacerme partícipe también de esa alegría.

Enhorabuena, Basilio.
Los buenos lectores de poesía te estamos agradecidos.
Y a ese sabio jurado.

Bestiario de Arreola (2)



El sapo

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad de sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

Juan José Arreola

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Camarero


Camarero. Menestral del gremio hostelero proclive a la sordera repentina y a la ralentización de movimientos durante su jornada laboral hasta extremos a veces preocupantes. O a pasear la mirada por un punto indeterminado del espacio que nunca coincide con el que ocupa mi humilde persona en cuanto aparezco por los aledaños de la barra en demanda de servicio.
Dichas patologías pueden englobarse también en los términos haragán o inútil de manera indistinta y sin faltar ni un ápice a la verdad.

martes, 20 de noviembre de 2012

Fósil


Hoy he visto caminando por la calle a un hombre de buena voluntad. Y no es que él fuera proclamándolo, pero estas cosas se saben, se notan. Manos en los bolsillos, sombrero de paño, un poco cargado de hombros contra el frío, mirada limpia… Naturalmente, iba solo. De vez en cuando miraba a su alrededor con la esperanza en el rostro de que alguien se acercara a él para entablar una sencilla conversación o caminar algunos pasos juntos acompasando o acompañando sus silencios. Inútiles anhelos. No parecen estos los mejores tiempos para trabar con nadie diálogos sin finalidad práctica ni andar porque sí en compañía de desconocidos que vete a saber qué ignotos y malvados propósitos ocultarán.
Me he recreado durante un rato siguiendo sus pasos, observando su solitario deambular sin perder detalle de sus movimientos, pendiente de todos sus gestos, atento a sus posibles palabras. Porque nunca se sabe cuando se presentará de nuevo otra nueva oportunidad como esta.
E incluso sabiendo que cada vez resultan más escasos estos ya de por sí inusuales encuentros, he de confesar que yo tampoco he tenido el valor de acercarme a él.
Aunque siempre podré decir que una vez vi uno.

Imagen: Vivian Maier

lunes, 19 de noviembre de 2012

De Marilyn



"En Hollywood te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma."
Marilyn Monroe

Coda: No he podido resistirme a embellecer la entrada con esta espléndida y risueña Marilyn "robada" del blog de José Manuel Benítez Ariza, a quien ruego comprensión y benevolencia.


domingo, 18 de noviembre de 2012

Pavo


Pavo. De envoltura y estética francamente mejorables, clásico volátil en espera del horno o la olla. Véanse a este respecto las hecatombes de la especie en el tan mentado día de Acción de Gracias yanqui y en las celebraciones navideñas patrias.
Antes de este culinario y casi irremediable destino, dicho animal emite de común un gluglú monótono y cansino, ciertamente molesto para cualquier oído con un mínimo de sensibilidad, que incrementa muy mucho las posibilidades de hacerle picadillo por la vía rápida para silenciarlo de una vez.
Edad del. Período particularmente penoso en el que los adolescentes se vuelven más gilipollas que de costumbre. Algunos se ven tan profundamente afectados por sus síntomas que tal estado se vuelve crónico de por vida.

viernes, 16 de noviembre de 2012

El cuchillo de la abuela


La abuela manejaba el cuchillo con una destreza propia de sicario reincidente, de malevo porteño, de gurka al asalto, de matarife municipal con quinquenios de servicio a cuestas. Un cuchillo de cocina pequeño, casi insignificante, el más raquítico del lote, pero de una eficacia implacable, sin tacha alguna a la hora de pelar los tomates o las naranjas, de mondar las patatas o desnudar los ajos para el guiso… O, y vamos a lo que vamos, para cortarles el pescuezo a las gallinas y conejos de un certero tajo sin un pestañeo de más, sin escrupulosos titubeos ni zarandajas sensibleras. Aquel humilde cuchillito con ya añejas mataduras en las cachas era un arma letal como pocas en manos de la vieja, una, como si dijéramos, guillotina portátil y de andar por casa. La verdad es que patatas y tomates, cebollas o lechugas pelaba más bien pocos, que no era ella precisamente una forofa de tubérculos, forrajes ni hortalizas: 
-A ver, hijos míos -nos aleccionaba con esa vocecilla que tenía de no haber roto un plato en la vida-, sentaos aquí conmigo y hacedle caso a la abuelita, que nunca os ha mentido: De lo que come el grillo, poquillo. ¿Vosotros habéis visto algún bicho de esos que estuviera gordo? ¿A que no? Pues ahí lo tenéis. Blanco y en botella... Era también muy refranera, ya lo habréis notado.
Una santa, la vieja. Pero el día que tocaba ave o mamífero en el menú se apuntaba voluntaria la primera para suministrar la materia prima al puchero, limpita de polvo y paja. Ya desde primera hora de la mañana, y sabiendo el menú del día, le entraba una especie de comecome nervioso que no auguraba nada bueno para el censo de la fauna de corral. Una chispa con algo de sicópata, tirando a criminal, asomaba de repente a su mirada durante la sangrienta faena. No sé, pero siempre he sospechado que aquello le gustaba más de la cuenta, que disfrutaba de lo lindo con las domésticas matanzas. Las gallinas la veían aparecer por la puerta que daba al corral con el cuchillito en la mano y se arracimaban en el rincón más alejado cacareando histéricas y cagándose de miedo. ¡Y mira que ya eran guarras de por sí, sin amenazas en el horizonte ni nada parecido! Aunque de poco les valía, pobrecitas: la vieja, con una admirable pericia entrenada durante años y años, atrapaba a la infortunada a la que le hubiera echado el ojo mientras iba de camino (un poco al voleo, porque en el fondo le daba igual una que otra, todo hay que decirlo, ella lo único que quería era matarla), y entre la algarabía de pánico de las demás volátiles la sujetaba bien firme entre las piernas, le aplicaba un giro brusco en el cuello, y zas… a otra cosa, mariposa. A la desdichada plumífera no le daba tiempo a decir este pico es mío. Acto seguido le daba un corte en el pescuezo y la ponía boca abajo para facilitar el desangrado. A los conejos, en cambio, que se debatían como demonios tirándole mordiscos y zarpazos barruntando la putada que se les venía encima, temiéndose lo peor, los enganchaba por las orejotas para sacarlos de la jaula y los despachaba (como karateca con enaguas, como ninja de refajo y alpargatas, como monje saholín ducho en el acogote) de un golpe seco en la nuca con el canto de la mano antes de meterles la cuchillada de gracia para desangrarlos. Conseguido esto era digno de ver cómo, luego de hacerles unos livianos cortes a tal fin (aquí semejaba a una patóloga forense, tales eran la exactitud y maestría en la incisión), les quitaba la pellica entera sujetándolos por las patas y dando un seco tirón hacia abajo. Después de la expeditiva escabechina, porque con la maña que tenía aquello era un visto y no visto, un aquí te pillo aquí te mato, un vámonos que nos vamos, limpiaba la sangrante hoja de metal refregándola un par de veces en un viaje de ida y vuelta por el mandilón que se plantaba encima de la falda no bien se levantaba de la cama y que ya no se quitaba hasta la hora de acostarse de nuevo. A los tres o cuatro días, con toda la mugre de las faenas caseras acumulada en la tela y la sangre reseca, el mandilón se sostenía en pie por su cuenta y riesgo. Algunas plumas y pelos de sus víctimas se le pegaban también a las suelas de las zapatillas de paño e iban dejando un rastro delator del estropicio mortal allá por donde pasara.
El resto del día lo pasaba de manera más pacífica. Tú la veías frente al espejo peinándose con parsimonia su larga melena, yendo a su misa diaria con aquellos pasitos como de gorrión, desgranando su rosario monótono y vespertino, dando su paseíto apoyada en el bastón y chinchorreando sobre vete a saber qué con las comadres de su quinta, y parecía una ursulina de permiso. Un alma de dios, vamos. Con razón dicen que las apariencias engañan. Pero de cojones.
-Ay, Señor, Señor, llévame pronto -suspiraba de vez en cuando y sin venir a cuento en esos momentos en que parecía tomarse un respiro del hogareño trajín-. 
El Señor, claro, que seguramente tendría mejores cosas que hacer que llevársela con él, o simplemente que no le daba la real gana, no le hacía ni puñetero caso, pero la vieja, el día que le daba por ahí, porfiaba tercamente en su viajero deseo hasta ponernos la cabeza como un bombo. Cuando empezaba con la retahíla machacona había veces que nos entraban ganas de matarla para darle el gusto y que se callara de una puñetera vez.

Cuando le preguntábamos por aquella habilidad suya con la puntilla, de dónde le venía semejante maestría con el acero, digna de espadachín mosquetero, de esgrimista olímpico, de artista circense incluso, sonreía enigmática y no soltaba prenda. Daba un poco de miedo, la verdad. Había noches en que soñaba con ella paseándose a oscuras por la casa como una sonámbula y con la hoja del cuchillo brillándole en la mano bajo aquella sonrisa inquietante. En tales sueños, la ya septuagenaria madre de mi madre no parecía albergar las mejores intenciones durante sus  paseos de madrugada. A su lado, Jack Nicholsosn en El resplandor (y mira que acojonaba el tío pegando hachazos a las puertas con aquella expresión de demente), un bailarín con tutú, un decorador sarasa, un repartidor de pizzas primavera.
Mi única y penosa protección ante la feroz pesadilla de verme agujereado como un colador por el cuchillo de mi abuela consistía en taparme lo más posible con la manta o la sábana, convertirme en un bulto anónimo e inmóvil (entre otras poderosas razones porque el pánico me paralizaba las piernas), y rezar lo poco que sabía (que era exactamente eso, más bien poco) para que en la ronda nocturna cuchillo en mano no le asaltaran de repente instintos homicidas y me tomara por un gallo capón o algún gazapillo indefenso con los que seguir practicando su pericia de psicópata.
Normalmente era de moño. Pero los días de matanza y proteínas animales en el menú, vaya usted a saber por qué, sería una manía, se recogía la melena ya casi nívea, aunque todavía moteada de gris aquí y allá, en dos grandes trenzas que luego enrollaba en rodetes a los lados de la cabeza sujetándolos con horquillas. De tal guisa, parecía un trasunto andante y a medias entre la Dama de Elche y la Bicha de Bazalote. Aunque si la cosa urgía, con el moño iba que chutaba, que tampoco es cuestión de ser más papistas que el Papa.
Le gustaban mucho las crestas de gallo fritas, el vino de pitarra, las aceitunas machás y, esto siempre antes de acostarse, un buen mendrugo de pan migado en la leche calentita servida en un tazón de barro desportillado y casi tan rancio como ella.
Menuda elementa la vieja.
De más está decir que nunca le tuvimos demasiado afecto.