Hoy he visto caminando por la calle a un hombre de buena voluntad. Y no es que él fuera proclamándolo, pero estas cosas se saben, se notan. Manos en los bolsillos, sombrero de paño, un poco cargado de hombros contra el frío, mirada limpia… Naturalmente, iba solo. De vez en cuando miraba a su alrededor con la esperanza en el rostro de que alguien se acercara a él para entablar una sencilla conversación o caminar algunos pasos juntos acompasando o acompañando sus silencios. Inútiles anhelos. No parecen estos los mejores tiempos para trabar con nadie diálogos sin finalidad práctica ni andar porque sí en compañía de desconocidos que vete a saber qué ignotos y malvados propósitos ocultarán.
Me he recreado durante un rato siguiendo sus pasos, observando su solitario deambular sin perder detalle de sus movimientos, pendiente de todos sus gestos, atento a sus posibles palabras. Porque nunca se sabe cuando se presentará de nuevo otra nueva oportunidad como esta.
E incluso sabiendo que cada vez resultan más escasos estos ya de por sí inusuales encuentros, he de confesar que yo tampoco he tenido el valor de acercarme a él.
Aunque siempre podré decir que una vez vi uno. Imagen: Vivian Maier
Gracias por la noticia y el descubrimiento. Había oído decir que existían en alguna parte. Magnífico texto. Abrazos.
ResponderEliminarMejor quedarse con la incógnita, es más romántico y caben muchas posibilidades.
ResponderEliminarHoy encontré a uno al que me acerqué una vez, y ahora tengo que huir porque piensa que mi silla en la terraza donde bebo mi cerveza y leo, al lado del mar, es el canapé del psiconalísta, jeje.
Saludos