lunes, 31 de diciembre de 2012

Tango dominical


Desde hace un par de años, los domingos por la tarde los dedico con mi mujer a intentar aprender a bailar el tango porteño, para mí el auténtico tango.

Este que podéis ver en el enlace de abajo es uno de los que más nos gusta bailar: A la gran muñeca, en la versión del gran director Carlos Di Sarli.
Nosotros, es evidente, no lo bailamos aún con la soltura de esta pareja del vídeo que podéis ver pinchando en el enlace del final, pero ya nos defendemos con cierta fluidez y me gusta pensar que alguna elegancia.

Con un poco de suerte, esta Nochevieja lo bailaremos en la fiesta a la que asistiremos con otros tangueros, salseros, bachateros...

Feliz año para todos.
Y si no, que al menos nos pille bailando.



domingo, 30 de diciembre de 2012

Un poema de Ángel Campos Pámpano


No se me ocurre mejor manera de ir despidiendo este año nefasto que con un poema de mi maestro y amigo. Cualquiera de los suyos enriquecería sin dudar este cuaderno, esta ventana, pero hoy ha sido este el que se me ha venido a la memoria y las manos.
Gracias, querido Ángel, por tu presencia generosa en mi vida.

IV
Anochece. Tu voz o tu silencio
-escrito a la intemperie contra el viento-
no es una comprensión
sino una misteriosa disciplina,
una necesidad tal vez, un balbuceo
que se pierde en la dureza del aire,
calcinada labor contra la muerte.
(De La vida de otro modo, Calambur, 2008)
Imagen: El paisaje inicial de la mirada LIV
 

sábado, 29 de diciembre de 2012

Economista



Economista. Licenciado en una rama de las Ciencias Exactas con tal cúmulo de desaciertos a cuestas en sus cotidianos vaticinios, que dicha exactitud brilla por su ausencia para mayor desgracia de nuestros ahorros, ya magros y sufridos de por sí.
Oráculo venido a menos, en franca decadencia de fiabilidad.
En algunos países, firme candidato a la horca o el desmembramiento. Los demás países, con la boca pequeña, condenan de manera taxativa estas punitivas y tajantes prácticas penales pero no dejan de tener en cuenta el resultado por si, en una situación concreta, y en algún momento dado, tan ejemplar escarmeinto fuera de posible aplicación dentro de sus fronteras para contento y despiste del populacho.
 
Imagen: Eneko

viernes, 28 de diciembre de 2012

Hablar con extraños (8)


23 Ahí donde la ve mi hija es tonta. Ya le han hecho tres abortos aquí, en el barrio. El barrio está bien en servicios sanitarios. Tenemos un centro de salud y todo. Yo soy la comadrona de El Palo pero no soy abortista, aunque comprendo a las que se quedan preñadas sin querer. El caso de mi hija es distinto porque ella no tiene cabeza; es inocentona para todo menos para mover el culo.

(Tomando chocolate con churros en un bar de Málaga)


24 Si el pan no es dorado no tiene gracia. Es como una paloma negra.

(Una anciana en el mercado de Vallecas, Madrid)


25 Voy a la feria de Río Tercero a comprarme un caballo. No una yegua, por muy linda que sea. Quiero ir a visitar a mi novia montado a caballo. Y le pienso poner al caballo un nombre bonito; se llamará Pleonasmo, como le decíamos a la maestra de quinto. ¡Qué risa, la señorita Pleonasmo!

(En el andén de la estación de Corralito, antes del tren de las ocho)

Imagen: Estación de Corralito, Córdoba, Argentina, encontrada en www.alepolvorines.com.ar

jueves, 27 de diciembre de 2012

Aníbal Núñez en Plasencia



Hoy, a las 20:00h, en la Librería-Café La Puerta de Tannhäuser, de Plasencia, se presenta el libro La vida dañada de Aníbal Núñez, de Fernando Rodríguez de la Flor, publicado por Editorial Delirio.

Como maestros de ceremonia, el propio Rodríguez de la Flor y Álvaro Valverde, sin duda alguna dos de los mejores especialistas en la obra del poeta salmantino.
Con tan magníficos escuderos al lado, a buen seguro que Aníbal hubiera dado un "triple salto" de alegría.


miércoles, 26 de diciembre de 2012

El plan


“Mi plan es vivir para siempre o morir en el intento.”
Joseph Heller

* * * * * * *

Me gustaría ser inmortal; aunque sólo fuera por hoy.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Lêdo Ivo è morto


Acabo de enterarme de que ayer murió Lêdo Ivo (Alagoas, Brasil, 1924).
La primera vez que oí su nombre fue en la voz de Juan Carlos Mestre mientras recitaba su poema Cavalo morto (“Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo. Lêdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y que sale en las antologías con cara de loco…”) escrito en homenaje al poeta brasileño.
Al enterarme de la noticia no he podido evitar pensar en la tristeza que habrán sentido Mestre y Guadalupe Grande que tradujeron para nosotros La aldea de sal, una antología poética bilingüe que puso al alcance de los lectores una parte importante de la obra de este enorme hombre de letras.

Como homenaje a su memoria, os dejo con uno de los poemas suyos que más me emocionan.

La ventana sin pestillo

Lo que los avidores ven
a tres mil metros de altura
lo que los mineros ven
cuando talan árboles de cristal
lo que los buzos ven
dentro del mar, mientras pisan la tierra como quien pisa una flor,
lo que el ciego ve cuando camina
lo que los niños aseguran ver mientras duermen
lo que los sonámbulos ven ante una pila que gotea
lo que se ve cuando el amor es un abrazo
lo que se ve y lo que no se ve
y lo que estoy viendo ahora
como si en tu mano hubiese una moneda escondida
y en el cielo se revelara la cara oculta de los planetas.

Veo el mundo con los ojos heridos por las estrellas
y los latidos quemados por las estaciones.
En la habitación en que duermo, escucho el rumor de las antípodas despiertas,
y los trópicos resbalan, perpendicularmente, sobre mis párpados
cuando ya sólo queda sol en mi sueño.

Duermo en el centro del universo, y mi inocencia es inmensa.
Como el joven amante esclavizado a la hidraúlica de un cuerpo desnudo
asisto al movimiento de las estrellas y a la desbandada de las nubes
y mi espíritu festeja este mundo infinito, que jamás tuvo
inicio y jamás concluirá,
este mundo desde el que el universo contemplado de noche es una polvareda
como un día que llorase sobre el hombro de los siglos.

Lo que los vivos ven y no olvidan
lo que todo hombre recuerda, la vida entera,
es lo que estoy viendo en este instante.

De La aldea de sal (Calambur, 2009, págs, 91-93)

Aquí Cavalo morto en la voz de Mestre.

Que la tierra le sea leve.

Lumbago


3034.- Curación. Es un dolor, casi siempre repentino, en la región lumbar. Se cura mediante el reposo en cama y la aplicación, en la parte doliente, de bayetas ó botellas de agua á una temperaura tan alta como se pueda resistir.

3035.- Alivian muchísimo las aplicaciones locales del siguiente linimento:
Bálsamo de Fioravanti     20 gr.
Alcohol alcanforado          10 gr.
Laúdano de Roussseau     10 gr.
Esencia de trementina          2 gr.
Cloroformo                       5 gr.

Se agita antes de usarlo.

3036.- O bien en la espalda, con una mezcla de:
Agual de cal         90
Aceite de olivas    90
Cloral                   45

domingo, 23 de diciembre de 2012

La resaca de la lotería


Me acuerdo de que en mi casa se compraba el periódico una vez al año -el 23 de diciembre- solamente para comprobar que no nos había tocado tampoco esta vez el “gordo” y, como casi siempre, ni siquiera la “pedrea”.

Y también me acuerdo ahora del número, siempre el mismo, que mi padre compraba todas las semanas:
el 12338.
Jamás le vi otro que no fuera ése en la cartera.
A mí me gustaban los capicúas y le decía que por una vez tampoco pasaba nada, que comprara uno diferente, si, total, el suyo nunca tocaba.
Pero en esto, como en tantas otras cosas, tampoco me hizo caso ni quiso darme ese gusto.

Coda: como no he encontrado ninguna imagen de un billete con ese número paterno para ilustrar la entrada, valga este otro capicúa del año en que nací.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Oración a San Pancracio, o por pedir que no quede


San Pancracio bendito, tú que fuiste bueno, compasivo y generoso. Acepta este perejil que te pongo para reconocerte y alabarte. Te pido que me acompañes en la vida para que no me falte salud, dinero y trabajo. Te pido también que ruegues a nuestro señor Jesucristo por mí, para que escuche mis deseos y satisfaga mis necesidades.

* * * * * * * 

22 de diciembre
¡San Pancracio aborrece el perejil, a ver si os enteráis!

viernes, 21 de diciembre de 2012

"Bongo"





Marrón oscuro atigrado, casi negro, con unas hermosas manchas blancas en cuello y pecho y tres calcetines del mismo color -se conoce que la otra pata no llegó a tiempo al reparto de los genes-, "Bongo" es todavía un cachorro de american stanford que lleva con nosotros tres o cuatro meses. Se lo regalaron a mi hija Alba en su cumpleaños. Durante este tiempo he podido observarle algunas curiosas manías, a saber: tras un duro y agotador día de no hacer nada aparte de mordisquear con un afán digno de admiración todo lo que se menea y también lo que no, escarbar en la tierra de los arriates como si buscara un tesoro, ladrar como un poseso en cuanto barrunta al cartero -en esto es todo un clásico-, mearse a base de bien por todos los rincones del garaje y huir luego como un cobarde si me acerco a la manguera, le encanta acercarse a la chimenea hasta casi tocar el fuego con el hocico, descortezar entre gruñidos de rabia los leños de encina, girar como una peonza alrededor de sí mismo buscando atraparse el rabo, apéndice al que debe figurarse como un enemigo mortal dadas las feroces dentelladas que le lanza…

No le hace pero que ningún asco a que le rasquen la tripa o el lomo -detrás las orejas se localiza otro de sus puntos flacos- poniendo los ojos en blanco del gustito antes de dormirse con las cuatro patas por lo alto y roncar como un bendito con la cabezota ladeada dando de vez en cuando unos suspiros de satisfacción que para sí los quisiéramos nosotros. Se tira, tanto dormido como despierto, unos pedos con silenciador que apestan como demonios. A cuerpo de rey vive el tío. Envidia me da algunas veces.

También le gusta -¡y de qué manera!- abrazarse a alguna de mis piernas en cuanto me descuido y ponerse a entrenar la cópula con ella mientras intenta sacudirme algún lametón que otro con ese pedazo de lengua babeante que se gasta. Y lo mismo le da la diestra que la siniestra, la que le pille más a mano le viene bien.
-Tan chico y tan vicioso -le riño en cuanto entra en faena arreándole un manotazo en el morro con la mano vuelta para que me suelte. 
Ante el tajante y descorazonador rechazo, ante tamaña ofensa imprevista, ante semejante descortesía por mi parte frente a sus insistentes requiebros, se retira con desgana aullando lastimero y me mira con desdén como diciendo “tú te lo pierdes”. Pero en cuanto huele la más mínima ocasión o aflojo la guardia ya está otra vez enganchado encima de mi pierna dale que te pego. Y vuelta a empezar. 
Le tiene la guerra declarada a las moscas, pero las cucarachas no quiere verlas ni en pintura.
Yo creo que está un poco loqueras.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Bicarbonato


Me acuerdo de que mi padre siempre llevaba en algún bolsillo de su chaqueta un paquete de papel con bicarbonato. Se lo echaba en la palma de la mano y se lo tomaba de golpe, muchas veces hasta sin agua.
Un buen día dejó de hacerlo, y desde entonces es como si el bicarbonato hubiese desaparecido de mi vida.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Los peligros del hojeo


Hojeo indeciso, indolente, algunos libros que llevan conmigo más de treinta años -entre sus páginas, sepultos, ajados billetes de metro o autobús, entradas de cine de sesión doble, fotografías ya casi sepias de gente que apenas reconozco o he olvidado, invitaciones de boda, exóticas postales…-, y constato de manera fehaciente -como si hiciera falta- que, de entre todos, el único que de verdad ha envejecido sin pausa he sido yo.
Porque ellos siguen tan frescos y lozanos como si hubieran sido escritos esta misma semana, esta misma mañana.
Aquí, está visto, quien acumula la mugre oscura de los años soy yo, su feliz ¿poseedor?

martes, 18 de diciembre de 2012

Don Tomás (novelas y tebeos)


Para Tomás Sánchez Santiago, 
quien, excepto en el patronímico, 
no se parece ni mijita a su tocayo del retrato.

Reinaba en su librería como un monarca absoluto concediendo graciosa audiencia a sus vasallos. Don Tomás, que jamás consintió en que le apeáramos el tratamiento, ay del osado que lo intentase en su presencia, se sentaba detrás del mostrador en un butacón de mimbre clavadito, pero algo más pequeño, el espacio no daba para más, al que algún tiempo después veríamos en aquella peli guarra de Emmanuelle que tanto dio que hablar por estos pagos aunque luego, visto lo que vino poco después en esta materia, tampoco es que fuera para tanto. Hasta cruzaba las piernas igual que la Kristel cuando dejaba caer sus posaderas en el asiento. Aunque iba siempre de chaleco y corbata para disimular en lo posible su estilo de picapedrero de cara a los clientes y gastaba también unos quevedos que colgaban de su cuello de un cordel churretoso y reloj de bolsillo con leontina de falsa plata, tenía pinta, y presumía de ello siempre que se le presentaba la ocasión (la cabra, ya sabéis, tira al monte), de excombatiente chusquero (de los ganadores, claro) y unas malas pulgas considerables, en parte acaso producto de su más que evidente cojera. “Malas pulgas”, ya lo habréis pillado, no es más que un eufemismo amable para definir su bilioso carácter porque el tío lo que tenía era una mala hostia que para qué os cuento. Estoy por jurar que es posible que la trajera de serie a pesar de que la cojera fuera adquirida a posteriori. Seguro que ya estáis al tanto de lo que se dice de los rengos y la mala leche. Pues este don Tomás tenía de ambas, minusvalía y mala follá, para dar y regalar.
Para que el lote fuera completo, también renqueaba, y no poco, de la azotea: era facha hasta dejarlo de sobra. Sus sempiternas y temibles lecturas “periodísticas” y “literarias” (Pueblo, Arriba, El Alcázar, Raza, Mein Kampf) así lo atestiguaban sin sombra de duda. Con deciros que tenía en el local una estatuilla de Franco en una peana dentro de una hornacina, como los santos en las iglesias, os lo digo todo. Al entrar en la tienda lo primero que hacía era cuadrarse mal que bien (la tara en la extremidad inferior derecha impedía que saliera perfecta la maniobra) y saludar al espanto de escayola con el brazo en alto y los ¡Franco, presente! y ¡Arriba España! de rigor. Como sería el menda, que el día que el generalito la palmó de una puta vez (que ya era hora, cojones) lo tuvieron que ingresar de urgencia con una apoplejía puñetera que le sobrevino a causa del disgustazo y de la que cascó poco después sin llegar a coger el alta. Con el  imprevisto y traidor ataque neuronal, la avería de las meninges se le acentuó hasta extremos delirantes: ¡si hasta quería que lo llevaran al entierro del galleguito en camilla!

-Aunque sea en parihuelas -suplicaba agonizante con un hilillo de voz gangosa, tartamuda, casi espectral. Y aunque su mujer movió Roma con Santiago para darle el gusto al ya casi cadáver del marido, al final no pudo ser la excursión macabra porque los médicos se cerraron en banda, no fueran a pillarse los dedos con el capricho funerario. Menudo par de dos. Dios los cría… Bien dice el refrán que quien con lobos se acuesta a aullar aprende.
Nos largaba unas peroratas infumables de su paso por la guerra. Bueno, él decía de manera indistinta Gloriosa Cruzada o Alzamiento Nacional. Según le pillara. Y con mayúsculas y todo. Y eso que no pegó ni un tiro porque no pasó de cabo furriel encargado de los chuscos en la retaguardia. Ahora, una cosa os digo: como no te anduvieras con ojo y te cogiera por banda, la tabarra era segura, no te libraba de ella ni la corte celestial. A sus espaldas le llamábamos, claro, “El abuelo Cebolleta”, como aquel personaje de tebeo, estratega de pacotilla, que no paraba de dar la murga a toda la parentela y conocidos con sus bélicos relatos, sus movimientos de tropas sobre el terreno, su táctica o estrategia para afrontar las escaramuzas blandiendo el bastón a guisa de espada para acometer al enemigo y enardecer a las tropas. De creer todo lo que nos decía, las batallas del Ebro y de Brunete las ganó él solito sin apearse del burro. Y la toma de Bilbao, apenas un romántico y otoñal paseo por el parque de la mano de alguna pánfila beata deseando secretamente que la desvirgaran de una puñetera vez. Algún garrido legionario de pelo en pecho y tatuajes en los biceps, a ser posible. 
A pesar de su vehemencia y ardor en el relato de ofensivas y contraofensivas, de emboscadas o asaltos, de simples refriegas o campañas en toda regla, la verdad es que no nos creíamos de la misa la media. Como el tío era un coñazo de campeonato, cada vez que queríamos cabrearlo en plan venganza, nada más que para entretenernos viendo como le hervía la sangre por el mosqueo, nuestra táctica habitual era poner en duda como a lo tonto cualquiera de sus afirmaciones; se cogía al momento unos rebotes de campeonato, se le salían los ojos de las órbitas y, rojo de indignación, nos lanzaba mandobles sin ton ni son con la garrota desde el asiento esperando acertar de pleno en algún lomo o cocorota mientras nos tachaba de masones y bolcheviques para arriba por poner su palabra en tela de juicio. Y como no le bastaba con las historietas de la guerra de aquí, que se conoce que se le hizo corta, hasta de su paso por la División Azul, de donde se trajo, mira tú por dónde, una afición insana al vodka más peleón, nos contaba unas milongas insufribles:
-¡Qué frío más hijoputa el de la estepa, muchachos, no os podéis ni imaginar el infierno que era aquello! Se te helaban de sopetón las pelotas y la minga como se te ocurriera mear al sereno. Y como tuvieras la infeliz idea de hacerte una pajilla al fresco para serenar los bajos, corrías el riesgo de que se te cayera en pedazos el cacharrín. Que fue ni más ni menos, os lo juro por mis muertos más sagrados, lo que le pasó a uno de la parte de Burgos por querer hacerse el machote y el listo delante de la compañía. Un cantamañanas, aquí entre nosotros. Que él ya estaba acostumbrado más que de sobra a sacudírsela a base de bien por mucho hielo y nieve que hubiera, y que "pa frío, frío, el de mi pueblo", decía el gilipollas mientras, envalentonado y suicida, echaba mano a la bragueta y se sacaba al amiguete de la funda. Y que cuanto más frío hiciera, más gustirrinín daba, eso está comprobao de sobra -concluía desafiante el fulano. Pues al suelo a trocitos, tal como os lo cuento: en cuanto se lió a darle al manubrio y cogió un poco de ritmo, los cachos de la polla mesetaria empezaron a caérsele de la mano como cubitos de molleja congelada. ¡Qué grima que nos entró a la vista del espectáculo! ¡Y cómo gritaba el condenado en medio de aquel blanco inmenso y desolador cuando se encontró de golpe y porrazo sin su colega favorito!

-A ver cómo vuelvo yo así al pueblo -se lamentaba luego el imbécil con unos lagrimones como estalactitas a punto de reventarle los ojos. La palmó de mala manera un par de semanas después (lo partió por la mitad una certera ráfaga de ametralladora soviética) en una descubierta chunga de cojones a la que se apuntó voluntario. Cuántas veces he pensado desde entonces que el burgalés (que no era mala gente del todo, esto también os lo digo, las cosas como son, tan solo un poco bruto y echao p´alante) lo hizo a propósito para que lo mataran y ahorrarse así la vergüenza con las mozas de su tierra a la hora de la jodienda.
El viejo parecía disfrutar de lo lindo cuando nos contaba estas cosas espeluznantes con aquel lenguaje chabacano y miserable. Para mí que era también un poco sádico. ¡Qué éramos críos, coño, un poco de consideración!
-Y Leningrado, chaveas, que lo sepáis -nos decía con suficiencia para rematar la monserga sacudiéndose la ceniza del "Ideales" de la pechera-, si no me joden la pierna con aquel obús comunista y cabrón cuando estaba en la cantina a lo mío, se lo meto enterito por el ojo del culo a los putos ruskis. Bolcheviques de mierda. Se me escapó por los pelos la Cruz de Hierro y el abrazo del Führer -remataba la monserga como a punto de llorar por el recuerdo. ¡Manda cojones con el Sun Tzu!
Pero el caso es que tú le mirabas el careto de gañán y su pinta de enclenque y no podías evitar pensar aquello de “perro ladrador, poco mordedor”. O, y por seguir con símiles caninos, “a otro perro con ese hueso”, don Cebolleta.
Al reunir al alimón las características de excombatiente y ex divisionario mutilado, lo tuvo a huevo a la hora de hacerse con uno de los locales más preciados del barrio para abrir algún fructífero negocio. Él estaba emperrado en la concesión de una licencia para montar un estanco o una administración de lotería y quinielas, negocios éstos de mucho asiento, poco trajín y beneficio seguro, y anduvo trasteando lo suyo por antesalas y despachos ministeriales, dando la murga a base de bien a bedeles y secretarios y tirando de papeles y recomendaciones, amén de algún sobornillo que otro, para lograr su objetivo, pero se le adelantaron dos viudas de Falange recomendadas por el cura del barrio. Y en aquellos tiempos oscuros se sotana y scaristía el aval de un cura iba a misa, nunca mejor dicho. Claro, que tampoco era como para que se quejara mucho: con su local situado entre la guardería de las monjas, la parroquia y la escuela nacional, y teniendo la competencia más cercana en las chimbambas, el negocio le iba sobre ruedas: libros de texto, cuadernos, lápices, gomas de borrar, sacapuntas, escuadras y cartabones, plumieres… Toda la intendencia, gruesa y menuda, de la artillería escolar del barrio, había que adquirirla allí casi manu militari.
He dicho librería y creo que le he otorgado un rango excesivo para sus méritos: como mucho, el material impreso que allí se podía encontrar se limitaba a números sueltos, muy resobados ya y amontonados al tuntún en cajones de madera de los de la fruta o el pescado, de novelas del oeste (Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane, Keith Luger…), tebeos de guerra y aventuras (El Capitán Trueno, Hazañas Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín…) o infantilmente cómicos (TBO, Pulgarcito, Pumby…).
También tocaba, para contento y satisfacción del sector femenino más recatado y pazguato, el género simplón de las fotonovelas, vidas de santos y vírgenes o folletines románticos, casposo género este último donde la estrella de la pluma y superventas indiscutible era Corín Tellado. Se podían comprar o alquilar. El precio de venta lo ponía el "Napoleón" (también le llamábamos así de vez en cuando, sobre todo cuando empezaba con la murga rusa) al voleo, a su capricho. Y a veces, aunque no siempre, con el minúsculo descuento de alguna perra chica. O gorda, si le caías bien o pensaba por vete a saber en base a qué peregrinas razones que eras de su cuerda. El importe del alquiler oscilaba dependiendo de la antigüedad de la publicación y el estado de conservación de la misma, pero solía moverse entre los dos reales y la peseta a la semana. A tocateja y en metálico, eso sí: allí no se fiaba ni a un general con la Laureada por muchas campañas que tuviera a cuestas o muy mutilado que estuviese. Item más: como te colaras en la fecha de devolución por un solo día, la multa era segura. Con el baldón añadido de figurar en una especie de lista negra que dificultaba muy mucho futuras transacciones lectoras.
A pesar de su tan cacareada experiencia militar y su vigilancia de halcón, algunas decenas de novelas y tebeos acabaron en nuestros bolsillos como por arte de birlibirloque.
Y sin pasar por caja ni tener fecha prevista de devolución.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Melero cumple años


Hace unos meses, leyendo un texto de mi amigo Pepe Melero, descubrí unas jocosas coplilas salidas del magín de Mariano Sebastián, más conocido por "el tío Pichorretas", un confitero de Aguarón que las iba publicando en los envoltorios de las golosinas que fabricaba.
Con el tiempo, las reunió en un libro que se publicó en Bilbao a principios del siglo XX con el esclarecedor título de Colección de cantares o lo que salga, con un brochazo sobre asuntos sociales y cuatro notas íntimas que sólo a mis hijos podrán interesar un poco.
Tras su nombre en la portada, imprimió la coletilla  de "autor de lo peor que se ha publicado hasta el día", lo que puede dar una idea bastante fidedigna de su particular sentido del humor.

Coplillas de este cariz:

“Dos cosas en este mundo
me hacen a mí suspirar:
el recuerdo de mi amada
y un bastonazo que me dio su padre”.

“Los baturros de mi pueblo,
por seguir la tradición,
cuando gastan alpargatas
se las ponen en los pies”.

Recuerdo que en aquel momento, riéndome aún por el feliz descubrimiento, escribí a mi amigo para enviarle un par de esas coplillas gamberras que cantábamos a voz en grito en mi panda juvenil y que se me vinieron de golpe a la memoria la hilo de éstas.

Hoy, que es su cumpleaños (que cumpla muchos más, y yo que lo vea), quiero regalárselas de nuevo públicamente.
Y que sea lo que Dios quiera:

San Isidro Labrador,
pájaro que nunca anida:
no le pegues al muchacho
porque ha roto la petaca.

El día que tú naciste
nacieron todas las flores;
por eso los albañiles
llevan zapatillas blancas.

Felicidades, amigo.


domingo, 16 de diciembre de 2012

sábado, 15 de diciembre de 2012

Convalecencia


Convalecencia. Placentero periodo de reposo tras un quebranto del cuerpo o el espíritu. En el mejor de los casos, y poniendo en ello toda nuestra buena fe, remota posibilidad de mejora en la salud o el ánimo siempre que no hagamos demasiado caso a las fantasiosas y peregrinas prescripciones del médico de cabecera.
Y a las del siquiatra, menos.
Puestos a convalecer, y puestos a hacerlo bien, lo suyo es pasar una agradable temporadita en algún balneario de postín, bien en las montañas, bien junto al mar, y dando cumplida cuenta de sabrosas viandas y ricos caldos, 
Y a ser posible (por pedir que no quede) atendido por guapas enfermeras ni religiosas ni militarizadas.

Imagen: Gil Elvgren