Las primeras lluvias del otoño visitan la ciudad y, a su reclamo y arrimo, una súbita y colorista floración de paraguas y gabardinas se enseñorea orgullosa de las calles. Algunos viandantes, sorprendidos e inermes ante el imprevisto chaparrón, miran al cielo impacientes en procura de clemencia mientras buscan con apremio algún precario refugio.
Por el contrario, ciertas fachadas, polvorientas y exhaustas por la intemperie y la aspereza del verano, muros que se dirían inpertérritos ante cualquier inclemencia, agradecen a su modo, reviviendo sus colores y llorando su alegría con serena dulzura, el aguacero benefactor y refrescante.
Los angelotes de la fuente de la plaza -diablillos desnudos a horcajadas sobre tritones de piedra-, y por escuchar las del cielo, silencian de golpe sus trompetas de agua.
Bella estampa otoñal. Lluvia bendita.
ResponderEliminarAbrazos.
La fuente de los putti malignos
ResponderEliminarLa fuente del jardín escondido
está bajo las acacias,
hay rumor de aguas turbias
donde se refleja la luna
y el sol no calienta nunca.
Angelitos de manos carnosas
se ríen del manantial.
Son siete serafines malignos
que con cólera antigua escupen
veneno de contagio dulce.
No caminante, no te acerques
a la fuente del jardín cerrado,
sus aguas dulces
no saciarán tu sed
y te confundirán los sentidos.
El veneno disuelto en el agua
te reventará el cerebro,
te hará creer que eres Dios,
inclemente como todos los dioses
y dispuesto a matar.
Salud
Francesc Cornadó