Hojeo indeciso, indolente, algunos libros que llevan conmigo más de treinta años -entre sus páginas, sepultos, ajados billetes de metro o autobús, entradas de cine de sesión doble, fotografías ya casi sepias de gente que apenas reconozco o he olvidado, invitaciones de boda, exóticas postales…-, y constato de manera fehaciente -como si hiciera falta- que, de entre todos, el único que de verdad ha envejecido sin pausa he sido yo.
Porque ellos siguen tan frescos y lozanos como si hubieran sido escritos esta misma semana, esta misma mañana.
Aquí, está visto, quien acumula la mugre oscura de los años soy yo, su feliz ¿poseedor?
Los libros nunca envejecen, bueno, algunos si.
ResponderEliminarUn saludo