domingo, 9 de diciembre de 2012

El nicho


Hoy he ido hasta el cementerio a ver el nicho que adquirí ni se sabe hace ya cuántos años. Como nadie se encarga del mantenimiento, su desastroso estado era de esperar. Por resumir: está hecho una pena. Los ratones y las arañas, amén de otra fauna menuda, aprovechando la coyuntura y la tranquilidad que allí se respira se han montado unos estupendos apartamentos con vistas a la montaña. Y sin pagar alquiler. Como okupas con gusto y de vacaciones.
En un momento de debilidad, y por hacerle un favor a un amigo que andaba buscando nuevos clientes para su cartera de lo mismo, cambié la póliza de decesos y elegí como forma de pasar a la posteridad el método de la incineración frente al de la sepultura para el día en que muriera, algo que, francamente, espero que todavía tarde bastante en llegar.
Como ya no lo necesitaba para nada puse el nicho en venta repartiendo carteles por los comercios del pueblo y hasta anunciándolo en la prensa local pensando, iluso de mí, que me lo iban a quitar de las manos. Pero entre la crisis económica, el aumento de la esperanza de vida y el proverbial “lagarto, lagarto” de los paisanos en todo lo que se refiera a la muerte -aquí no hay ni funeraria; y mira que es un negocio con clientela segura- estoy empezando a sospechar que me va costar horrores, sudores de muerte, recuperar lo que invertí.
No sé; estoy dándole vueltas a cambiar la póliza de nuevo -que le den por saco a mi amigo que, ahora que lo pienso, ni siquiera lo es, tan solo conocido- adecentar un poco el nicho -lo siento por los okupas multipatas- y volver a la situación anterior.
Entre otros motivos, porque tal y como están las cosas vete a saber dónde demonios tirarían mis cenizas estos desagradecidos que tengo por familia y están deseando heredar.

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