jueves, 15 de abril de 2010

Mestre, el ornitólogo

"La belleza no es un lugar
donde van a parar los cobardes".
Antonio Gamoneda
(Sublevación inmóvil)


Me acuerdo de un juglar de Villafranca del Bierzo tocando el acordeón en Mérida mientras recitaba a un público boquiabierto su hermosísimo poema Salmo de los bienaventurados.


A Mestre le asoman palomas por la cabeza, centauros del costado, estrellas de entre las manos; y peces y bicicletas y sombreros que vuelan a través de constelaciones y susurros, galopan por el camino de la nieve y las calles de las aldeas, amanecen en la sed y la alegría, se hacen música en su vuelo.
El diccionario de la R.A.E. define el término juglar, en su 5ª acepción, como trovador, poeta. Así lo pensé yo camino de mi casa, después de despedir a Juan Carlos Mestre en la estación de Mérida un día ya lejano e indeleble en mi memoria desde entonces; en mis oídos sonaban (con la música de un acordeón), y aún siguen sonando cada vez que me acerco a sus versos, poemas como el Salmo de los bienaventurados, Antepasados, Valle del alba, El arca de los dones, Retrato de familia, Fechado en Auschwitz, Página con perro, Asamblea, La tumba de Keats…
Sucede la poesía cuando Mestre aparece; ella, enamorada de esa bondad que se abisma en los ojos del poeta, le otorga sus favores con una magnificencia de la que carece cuando de otros se trata. Mas justo es decir que es un amor correspondido; él, Juan Carlos, también siente fervor por ella: jamás la ha traicionado ni, sospecho, tendrá nunca ni la capacidad, ni el arrojo, ni la más mínima intención de hacerlo. Pero, ¿cómo es la poesía de Juan Carlos Mestre? Pues como ella quiere, no sujeta a reglas ni amantes, libre e irredenta como una puta sin edad, apasionada por su oficio, llena de achaques y afeites y que, tirada en medio de la calle o encumbrada a los más altos palacios, saciada o temerosa, otorga sus favores a esos clientes que ella escoge y nunca le faltan.
Como ocurre con aquellos que se enamoran a primera vista, cuando dos palabras se encuentran, y se miran, y se ponen una al lado de la otra, y se cogen de la mano, y nos dicen algo que nunca había sido dicho de esa manera, eso es la poesía.
Sucede la poesía cuando Mestre aparece; las palabras entran en sus poemas como muchachas a la promesa de un baile y, como un extraño con hambre que llama a tu puerta en la noche de los viernes, nunca salen como entraron en él; su significado ya no es el mismo de siempre.




La incertidumbre y la magia, el compromiso y la imaginación (acaso el instrumento más formidable de que dispone el hombre para su felicidad), la dignidad y el fulgor de la inteligencia, el exacto silencio de lo cierto se han adueñado de sus palabras y de paso del lector.
En palabras de Osías Stutman “el poema restituye palabras al mundo porque el mundo destruye palabras que el poema salva”.
Lorca también lo sabía, y era otro de esos raros afortunados que tienen tratos secretos con ella.
Si a esto añadimos que su poesía es de una altura moral inusual en estos tiempos, plagada de versos llenos de rechazo y rebeldía ante lo oscuro de la historia y la vida, compasivos ante los humildes, feroces frente a la crueldad, habremos metido en el mortero todo lo necesario para que el producto resultante sea como pan recién hecho y para que quien lo prueba (cabe decir el lector) no salga indemne. Es la suya una actitud en la que la imaginación tiene la facultad de transformar la realidad, en que la injusticia no tiene cabida (sólo si es para denunciarla), y donde la dignidad del hombre bueno jamás se pone en entredicho.
Sin renegar de la tradición, del pasado, Mestre ha conseguido eso que se llama “voz”, una voz madura en el centro de una responsabilidad cívica porque para él la poesía “es un acto de resistencia ética y estética”.
Mestre, en fin, tiene la cabeza a pájaros: cuclillos, petirrojos, gorriones, cárabos, alondras, estorninos, cisnes, faisanes, oropéndolas, la delicadeza de haiku de los colibríes…
A Mestre le asoman estrellas por la cabeza, palomas del costado, centauros de entre las manos; y peces y bicicletas y sombreros que amanecen a través de constelaciones y susurros, vuelan por el camino de la nieve y las calles de las aldeas, galopan en la sed y la alegría, se hacen música en su vuelo.





Un hermoso poema suyo...
Reparto
El barbero de Whitman, Abraham Milton Rossell, muerto en la aldea de Brooklyn a los 38 por causas desconocidas.
Hermann Keller, carpintero de Paul Klee, desaparecido en Berna la noche del 24 de abril de 1910 sin dejar otro rastro que una carta de despedida a los pájaros del parque Gurten.
Manetto Mazzini, genovés, hijo de Renzo y Alesia, quien relacionó por primera vez la armonía tonal con el lenguaje de los delfines.
Rubén Azócar, hermano de Albertina, maestro elemental, corrector de pruebas, amigo de Neftalí Reyes Basoalto, más conocido como Pablo Neruda.
Norberto Beberide, pintor, pastelero, mago.
Isabelle Eberhardt, exploradora del Sahara, amiga de los camaleones, fumadora de kif, sepultada a los 27 por la crecida de un río.
Aicha Kandé, hechicera, apodada Un tiempo para cada cosa, empleada doméstica en la hacienda Roosevelt, Ciudad del Cabo.
Leonardo Mestre, de profesión sastre, emigrante, de estatura regular, pelo negro, ojos castaños, un lunar en la mejilla, embarcado para La Habana el 21 de junio de 1920 desde el puerto de A Coruña en el Vapor Orcoma de la Steam Packet Company.
Abdel Gaffâr Abufarne, sirviente del que perdona, bailarín apátrida, campeón del mundo de billar.
May Sheldon, novia blanca del Kilimanjaro.
Dora Eliana Levi, nacida Freedmann, violinista, amiga secreta de Chagall.
Por favor, ocupen sus asientos. Apaguen los teléfonos móviles. La función está a punto de empezar.





...y otro mío como continuación y homenaje.
FigurantesA Juan Carlos Mestre

James Rufus Agee, que vivió durante dos meses con los aparceros de Alabama durante la gran depresión, escribió los guiones de La reina de África y La noche del cazador y murió de un infarto en un taxi de Nueva York.

El mayordomo de Maupassant, que nunca se recuperó del tercer suicidio de su señor.

Clarence Roberts, sicario de un gánster. Cantaba como tenor de su parroquia en el coro de los domingos y asesinaba por las noches.

Ramón Enríquez, pescador de tiburones, quien, contra todo pronóstico, murió una tarde de galerna con los naipes en la mano junto a los cestos de la carnaza.

Mario Ezequiel Brindisi, puntero derecho, virtuoso de la armónica con la que tocaba tangos y boleros hasta hacernos llorar de alegría o desconsuelo.

Tom Nash, compinche de Mark Twain, patinador nocturno en el Mississippi al abrigo de los grandes vapores fluviales.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno, ese cuate escritor y fotógrafo que se hizo llamar Rulfo para que no se perdiera el apellido de su abuela por el sumidero del olvido.

Frank O´Hara, poeta y dramaturgo, combatiente naval en el Pacífico. Amante de Joe Brainard, murió arrollado por un vehículo en la playa de Fire Island, estado de Nueva York.

Ada Falcón, cantante de tango en la época de entreguerras, quien en la cumbre del éxito se retiró a un convento de clausura y se hizo monja franciscana.

José y Juan Viñals, tipógrafo y óptico respectivamente, poetas, hijos del panadero catalán que fundó el cementerio de Corralito, Argentina, allá por los años treinta, y del que fue uno de sus primeros moradores.

Pietro D´Abano, astrólogo y filósofo cuyo cadáver fue quemado por la Inquisición por haber tenido tratos con el diablo.

Mariano Azuela, escritor de los pobres, médico del ejército de Pancho Villa.

Fermina Ocaña, natural de Uclés, provincia de Cuenca. Modista privada al servicio de los Peñasco, sobrevivió al hundimiento del Titanic, peregrinó a su pueblo por cumplir una promesa, y abrió una pensión en Madrid, lo más lejos que pudo del mar, a donde no regresó jamás.

Johannes Kepler, matemático y astrónomo estudioso de las órbitas planetarias. Viudo de dos esposas y superviviente de varios hijos, murió solo y pobre en una ciudad extraña intentando cobrar una deuda para aliviar sus penurias.

Gutierre de Cetina, soldado y poeta, por este orden, autor de los más bellos madrigales, muerto en un duelo a espada bajo la ventana de su amada.

Andrés Cepeda. Anarquista y homosexual, letrista de tangos. Algunas de sus letras fueron cantadas por Gardel.

Carl Ludwig Long, saltador de longitud alemán. Aconsejó a Owens sobre cómo efectuar su último salto en los Juegos del 36. Perdió el oro frente a él y se ganó el odio de Hitler, quien lo envió a morir en el frente de Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial.

Antoine de Tounens, procurador de los tribunales franceses, masón, que se autoproclamó Rey de la Araucania y la Patagonia. Deportado en cuatro ocasiones desde la República Chilena, acabó sus días viviendo de la caridad de un sobrino carnicero.

Daniel Moyano. Escritor argentino, italiano, indio y español. De chico robaba fruta con quien luego sería el “Che” en el huerto cordobés de Manuel de Falla. Violinista en el Cuarteto de Cuerda y Orquesta de Cámara de La Rioja. Murió en el exilio.

La dirección pone en conocimiento de los señores espectadores que en caso de fuerza mayor este elenco de figurantes se hará cargo de la representación.

No se devolverá, en ningún caso, el dinero de las entradas.


Coda: Hoy, 15 de abril, Juan Carlos Mestre cumple años.
Felicidades, amigo.


Para saber más: La página de Mestre.

Para escuchar: Valle del alba (con Amancio Prada)

Todas las imágenes son obra suya.

4 comentarios:

  1. Aplaudo, Elías, ese recorrido por Juan Carlos Mestre y su poética, por su concepción de la belleza y fidelidad al verbo.

    Aplaudo su poema, comprometido y didáctico, no exento de ánima y vuelo.

    Aplaudo el tuyo, como perfecto contrapunto (mejor, continuación), haciendo posible una representación imposible.

    Aplaudo las ilustraciones que acompañan a la entrada, que también son poesía.

    Te felicito a ti, y mis felicidades al poeta berciano.

    Mi abrazo a ambos.

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  2. Mestre, Antonio, valga la redundancia, es un maestro. Yo te animo a que lo leas en profundidad. Cada uno de sus libros, de sus poemas en un tratado de belleza, de dignidad, de amistad.
    Le daré tu abrazo.
    Y otro para ti.

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  3. Elías, aunque no toda su obra, sí conozco parte de su poesía. Leí "Antífona de otoño en el valle del Bierzo", de la colección Adonais (o Adonáis, con acento, como figura en las últimas publicaciones), y luego poemas sueltos. Y, aunque no escribe una poesía con la que yo me identifique particularmente, en cuanto a forma, sí me ha parecido siempre sincera y comprometida. Volveré a su lectura en cuanto pueda, siguiendo tu recomendación.

    Abrazos

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  4. Antonio: la "Antífona" fue su primer -no, segundo- libro publicado.
    Yo te recomendaría La tumba de Keats, pero entiendo que esto de recomendar lecturas es un tema delicado.
    En todo caso, dale una segunda opoirtunidad.
    Abrtazos.

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