En este blog ya se ha hablado en un ligero apunte, escuetamente pero con emoción, de Fernando Sanmartín a propósito de “Heridas causadas por tres rinocerontes”, un hermosísimo libro transido de dolor y esperanza -así titulé aquella entrada compartida con otro escritor amigo suyo, Miguel Mena- que te golpea el corazón con su hermosura.
Hoy me he acordado de él y he vuelto a sus páginas en el silencio de mi biblioteca, y esa lectura ha hecho esplendoroso este día.
Hoy me he acordado de él y he vuelto a sus páginas en el silencio de mi biblioteca, y esa lectura ha hecho esplendoroso este día.
¿Verdad que tiene cara de buena persona? Porque lo es; en Fernando Sanmartín toma cuerpo el viejo axioma de que la cara es el espejo del alma. Amén de un magnífico poeta, un escritor con el alma limpia. De su pluma han salido algunos de los mejores libros que me ha sido dado leer de unos años a esta parte; libros delgados, de apenas cien páginas cada uno, pequeños libros grandes llenos de vida.
Dejadme que os cuente algo:
Yo había publicado un libro y tenía el capricho y la ilusión de presentarlo en Zaragoza, su ciudad, sobre todo porque quería conocer en persona a alguno de esos amigos que se hacen a través de los libros.
-Para eso, habla con Fernando -me aconsejaron. Y lo hice.
Él no me conocía; y sin conocerme de nada, sólo de hablar por teléfono, me dijo: -Quédate tranquilo, yo me encargo de todo.
Esto alrededor de las once de la mañana de un día cualquiera en que se me ocurrió molestarle en su trabajo con mi deseo. Un par de horas más tarde me llama para decirme que ya estaba todo arreglado: el sitio (una de las mejores librerías de Zaragoza, Antígona, con unos libreros encantadores, Julia y Pepito), el día, las notas de prensa con la convocatoria del acto…
Yo podría haber resultado un asesino en serie, o un escritor frustrado y envidioso que le hubiera tomado a él como blanco de mi venganza, o un mala sangre y un desagradecido que le haría la vida imposible el tiempo que estuviéramos juntos. Sin hablar de que podría dejarle una fama en su ciudad como para que sus amigos de siempre le retiraran la palabra. Al fin y al cabo, no me conocía.
Pero eso a él no le importó; alguien le pedía un favor, y Fernando se lo hacía.
Así de simple, así de sencillo, así de generoso.
Y encima nos regala a todos los lectores textos como éstos, donde la buena literatura, la de verdad, la que no esconde artificios, aquella donde la claridad asoma, se hace presente con talento y nobleza:
JAVIER DE LA HOZ era vecino mío. Tenía aire rupestre y en su personalidad existía un contrabandista, un chico misterioso y un rompecristales.
Alguna tarde estudiábamos juntos, en su casa, sobre una mesa con hule de cuadros. A mí me gustaba su hermana, una especie de arcángel que iba a un colegio de monjas un curso por encima del nuestro. Las hermanas de mis amigos eran como un texto sagrado. Las veía tumbadas en el sofá, secándose el pelo o estudiando más que nosotros. Y entonces sabía que aquellas niñas poseían su pequeño mundo, su afilada rutina, su secreto discurso.
Javier de la Hoz blasfemaba cuando algo se le torcía. A mí, al principio, me producía perplejidad porque mi alma cristiana todavía no estaba encapotada.
Una vez participamos en un concurso de cometas. Él le dibujó a la suya una calavera pirata. Parecía un loco furioso corriendo con la cometa de un lado para otro. Hasta que se le rompió el bramante. Luego siguió corriendo para ver, ya desprendida de su mano, hacia dónde se dirigía. Los perdí de vista mientras el viento bronco soplaba sin parar.
Con Javier de la Hoz conocí mañanas de niebla espesa, comí lentejas con arroz, leí el Nuevo testamento, supe que los deberes escolares son sólo el inicio de otros deberes que llegan luego, me aprendí el nombre de jugadores del Benfica y del Manchester United, empecé a dudar de la inocencia y conocí licores que me cepillaban la mediocridad.
Los dos, tras leer una revista de su hermana en la que sólo salían actrices y cantantes melódicos, tomamos la decisión de ser cosmopolitas. El problema fue, tras la decisión, que no sabíamos lo que aquella palabra quería decir.
(De “La infancia y sus cómplices”, Xordica Editorial, 2002)
ESCRIBIR un poema. O emplear el folio en otra cosa. Escribir un poema. O utilizar el folio para una carta de amor, para un deseo, para una amenaza firmada que propicie nuestra detención. Escribir un poema. O no escribirlo nunca. Saltar de un tren en marcha o a un río de aguas bravas. Y lastimarnos. Para de este modo propiciar lo que el poema puede ser: un ejercicio de supervivencia.
HE comprado en el rastro de Tiergaten una pequeña fotografía, muy pequeña, de un traje de buzo, con escafandra y zapatos de plomo. Es de los años sesenta. La he comprado para mirarla en casa, algunos días en los que baje a las profundidades de lo cotidiano.
(De “Hacia la tormenta”, Xordica Editorial, “2005)
LAVO LAS MANOS DE YORGOS. Lavo sus manos llenas de arcilla porque esta tarde ha hecho figuras con arcillas. Sus manos son transparentes. El niño enfermo también deslumbra. El niño enfermo se deja lavar las manos. Y yo derramo el jabón para que la arcilla de sus dedos se vaya por el desagüe. Por ese desagüe donde yo no soy arcilla para desaparecer.
(De “Heridas causadas por tres rinocerontes”, Xordica Editorial, 2008)
Ahora, después de todo esto, después de todo aquello, me precio de ser su amigo.
Gracias, Fernando.
Esta última foto de Fernando es de Víctor Juan Borroy
Sin duda, toda una suerte: lo de ser amigo de una persona así, y, para nosotros, la de poder leer textos donde, como bien dices, la claridad se asoma.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Un abrazo.
Fíjate que yo estoy viviendo una historia muy parecida a la que viviste tú con Fernando. Me voy a Zaragoza a final de mes, a presentar mi libro y a una charla-debate sobre él en la biblioteca de Aragón. Todo esto ha sido posible gracias a Manuel Cortés. No lo conozco, bastó un un correo y se puso en marcha. Todo lo ha oranizado él. Compró mi libo, se lo ha leído, me ha hecho la reseña para los medios, ha organizdo los eventos y me ha brindado su amistad. A veces ocurren cosas maravillosas.
ResponderEliminarPor cierto, si viven en Zaragoza, me gustaría verte en uno de los eventos.
PD: Fernando escribe como los ángeles. Maravilloso.
Un abrazo.
Es que los "mañicos"..., Mercedes, son unos tipos estupendos. Habrá de todo, como en botica, pero al menos los que yo conozco, tanto ellos como ellas, ya digo, de "chapeau".
ResponderEliminarDisfruta de esa historia de amistad. Son regalos que la vida nos pone en el camino.
Ya verás como todo sale perfecto.
Y ya me gustaría, ya, pero vivo más cerca de ti que de Zaragoza. En Mérida, concretamente.
Leer a Fernando es un lujo; estoy seguro de que seguirá sorprendiéndote(nos).
Abrazos.
Sí que lo es, Antonio: la amistad es un asidero (el otro es el amor)ante el abismo de la mediocridad al que estamos cayendo sin remedio.
ResponderEliminarHay que agarrarse a ella con las dos manos, con la boca, con el corazón.
Abrazos.
NO lo has podido decir mejor, Elías. Reflexionando sobre ello, he dejado rastro de mí en Amigos. Te lo debo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Magnífica entrada Elías, esos asideros son sin duda un seguro de vida, al menos para la paz del alma. Los amigos son tan, ..., todo.
ResponderEliminarMe quedo con el folio por escribir, y ten por seguro, que a veces para mi es un precipicio que me incomoda, otras que me provoca y la mayoria de las veces una manera de volar.
Megnífico.
Entre tu blog, el de Mercedes, el de Antonio, Santiago, García Francés, mi lectura está asegurada por una buena temporada, la primera es Merceditas, el resto estoy en un dilema.
Y lo más agradable de leeros que tengo algo más que la referencia de un prólogo o la breve exposición biográfica que suelen acompañar los libros. Sin duda una mujer con suerte que soy.
Por cierto la entrada de los 2 micros con moscas dentro no puedo verlo, creo que es mi pec, pero la verdad no sé si me agrada ver la fotos puag.
Un abrazo con mucho cariño.
Acabo de ver la entrada de Antonio del Camino, maravillosa entrada y tú Elías, ya lo digo en su coemntario "eres un resorte", jajajaja, no te preocupes no es nada preocupante, pásate sin tienes tiempo y ganas y lo lees en mi comentario.
ResponderEliminarUn saludo.
Elías, creo que mi comentario de antes lo mandé como Anónimo,por mi torpeza. Y como no me gustan nada los anónimos en los Blogs, me identifico: soy Isabel Román. Oro abrazo
ResponderEliminar¿Qué me he "pasao" tres pueblos?, ¡Caspitas!, no me di cuenta. Espero que no me perdiera nada de interés.
ResponderEliminarLo de genio mi querido amigo, estoy de acuerdo con los citados, pero la genialidad a veces se mide por la dimensión cualitativa de de la obra y por los ojos que reciben esa obra, en este caso son los míos y permíteme decidir quienes son mis genios, además de la maravillosa lista que describes. ¿Me explico?.
Un abrazo muy humilde, pero muy grato.
Querida Lola: ya sé que lo dices con todo el cariño, pero es que la palabra genio me da mucho respeto.
ResponderEliminarEl que no pudieras ver las moscas era torpeza mía. Todavía no sé bien qué ha pasado, pero creo que ya está solucionado. Y las fotos, nada, no te asustes.
Pdta: Yo también imparto un taller literario durante dos meses en Llerena.
Una experiencia fantástica.
Abrazos, abrazos.
Abrazos
Isabel: gracias por identificarte. Yo respondo también a los "anónimos", pero es mucho mejor tratarse cara a cara.
ResponderEliminar¿En qué entrada hiciste ese comentario anónimo?
Ahora mismo no sé dónde está.
Quizá nos veamos pronto.
Un fuerte abrazo.
Elías, me has despertado curiosidad por este autor y estoy esperando un par de libros. Ya te comentaré.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues creo que te encantará, Teresa.
ResponderEliminarPara el próximo curso quiero traerlo al Aula.
Me hace mucha ilusión.
Un beso