La simpleza de pensamiento y soluciones de los grandes empresarios, que hace tiempo empezó a ser alarmante, va tomando visos de ser permanente y desastrosa. En cualquier situación social o económica, tanto si la cosa va bien (lo que siempre es mérito suyo, faltaría más), como si va mal (culpa nuestra, por supuesto), lo primero, y casi lo único, de lo que hablan cada vez que pueden -y pueden siempre que les da la gana- es de "flexibilizar el mercado laboral" (¡qué eufemismo!). Dicho de otro modo: abaratar el despido de los asalariados a su cargo mientras consiguen su vieja aspiración del despido libre como paso previo al retorno, por la vía más rápida posible, a los viejos tiempos de la esclavitud de la mano de obra.
Cuestión ésta que parecen tener inscrita en los genes; como un automatismo que se pone en marcha cada vez que tienen un micrófono o una tribuna al alcance -y los tienen siempre que quieren- ante los que difundir sus anhelos.
De inversiones con vistas al futuro, de investigación y desarrollo, de mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, del reparto indecoroso de beneficios a manos llenas, de los casi delictivos contratos blindados de que presumen y gozan con casi total impunidad, de revertir, en fin, en la sociedad algo de lo que ésta les demanda justamente, no se les oye una palabra.
Sus declaraciones públicas en este asunto rozan, si es que no entran de lleno en ella, la inconstitucionalidad. Sí, porque la Constitución, en su Título I, capítulo II, sección II, artículo 35, habla de derecho a un trabajo con una “remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia”. O sea, un trabajo digno.
¿Y qué dignidad habría en un trabajo en esas condiciones que fomentan y a las que aspiran con ardor?
Claro, que por lo que se ve no están solos en el empeño.
Y este -y cualquier otro gobierno- lo consiente, cuando no lo alienta y lo subvenciona.
Y nosotros lo soportamos apáticos.
Y así nos va.
Esta crisis -llamémosle así para entendernos- ha demostrado una vez más -por si hiciera falta otra- que el concepto "soberanía" -eso de la Constitución, "la soberanía reside en el pueblo español"- y el concepto "política" -o sea, lo de la "cosa pública"- han caducado. Ya sabemos quién manda y qué "cosa" le importa. Aunque quizá dé lo mismo que lo sepamos. Y tienes razón, así nos va. Así que la utopía de uno se ha reducido a un tiempo en que ya no nos vendan la moto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues sí, por ahí van los tiros, amigo Elías. Suscribo hasta la última coma. Al final, más que los políticos (una clase de la que habría que hablar aparte: más en estos tiempo), es el gran capital el que como siempre (pero quizá ahora más que nunca) corta el bacalao. Por desgracia, las luchas internas de la izquierda y el mal ejemplo de muchos líderes y responsables sindicales, han llevado, primero al desencanto y más tarde, casi, a un pasotismo que, evidentemente, va en contra de los intereses de la clase trabajadora y allana los caminos a la voracidad insaciable de los empresarios. ¿Hasta cuándo seguiremos así?
ResponderEliminarUn abrazo.
Se me olvidaba: una vez más, El Roto, ha sabido resumir en una viñeta con claridad meridiana la realidad más cruda.
ResponderEliminarNuevo abrazo.
Gracias, amigos, por vuestro comentarios a este "desahogo".
ResponderEliminarPero es que hay veces en que uno necesita deshogarse siquiera sea en esta ventana, tener la certeza de que la moto que nos venden al menos tiene ruedas, papeles en orden, algo.
Vuelvo a lo que decía Whitman: "El mejor gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz".
Abrazos.