jueves, 22 de julio de 2010

Bestiario de Arreola (1)


El rinoceronte
El gran rinoceronte se detiene. Alza la cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y dispara su pieza de artillería. Embiste como ariete con un solo cuerpo de toro blindado embravecido y cegato, en arranque total de filósofo positivista. Nunca da en el blanco pero queda siempre satisfecho de su fuerza. Abre luego sus válvulas de escape y bufa a todo vapor.
(Cargados con armadura excesiva, los rinocerontes en celo se entregan en el claro del bosque a un torneo desprovisto de gracia y destreza, en el que sólo cuenta la calidad medieval del encontronazo).
Ya en cautiverio, el rinoceronte es una bestia melancólica y oxidada. Su cuerpo de muchas piezas ha sido armado en los derrumbaderos de la prehistoria, con láminas de cuero troqueladas bajo la presión de los niveles geológicos. Pero en un momento especial de la mañana, el rinoceronte nos sorprende: de sus ijares enjutos y resecos, como agua que sale de la hendidura rocosa brota el gran órgano de la vida torrencial y potente, repitiendo en la punta los motivos cornudos de la cabeza animal, con variaciones de orquídea, de azagaya y alabarda.
Hagamos entonces homenaje a la bestia endurecida y abstrusa porque ha dado lugar a una leyenda hermosa. Aunque parezca imposible, este atleta rudimentario es el padre espiritual de la criatura poética que desarrola en los tapices de la Dama, el tema del Unicornio caballeroso y galante.
Vencido por una virgen prudente, el rinoceronte carnal se transfigura, abandona su empuje y se agacela, se acierva y se arrodilla. Y el cuerno obtuso de agresión masculina se vuelve ante la doncella una esbelta endecha de marfil.

Juan José Arreola

3 comentarios:

  1. Excelente texto: poético y todo un tratado de observación.

    Gracias por traerlo.

    Un abrazo.

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  2. Arreola es un grandísimo escritor no lo suficientemente leído.
    Y como soy un coleccionista de ellos, aquí iré trayendo su "bestiario" poco a poco.
    Es sólo una pequeña muestra de su talento.

    Un abrazo.

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  3. Es que no tengo perdón, Elías. Cómo se me pudo pasar esta maravilla. Bueno, sólo tengo un atenuante, o dos: el trabajo y el horno en que se ha convertido este finisterre.
    Me alegro mucho de compartir también a Arreola.
    Un abrazo.

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