jueves, 4 de marzo de 2010

Tuna



Tuna. Espeluznante conjunto músico-vocal de origen medieval, cuyos temidos integrantes, en número variable, pero siempre de escaso intelecto y prestancia, se reclutan entre los vagos más redomados de algunas facultades universitarias de la Península Ibérica.
Sus tonadas, rondallas, pasacalles… tabarras insufribles que ellos adjetivan sin cortarse un pelo de conciertos callejeros, son uno de los factores más negativos de nuestro trato con los foráneos y han llegado a incidir, para mal, por supuesto, en el balance anual del sector turístico patrio.
Siempre al acecho de incautos y pacíficos viandantes o comensales de salones y terrazas, suelen atacar en tromba y por sorpresa taponando con hábiles maniobras envolventes, dignas de la estrategia militar más reputada, todas las posibles vías de escape de sus presas y víctimas.
Vestidos con un a modo de jubón de terciopelo negro que vivió tiempos mejores, a veces camisas con chorreras y puñetas, y siempre con una capa cochambrosa ornada con cintas de colores y escudos alusivos a los territorios anteriormente asolados humillándoles los hombros, yo he visto sucumbir excursiones enteras de japoneses y yanquis, de teutones y escandinavos, de argentinos y rusos..., en cuanto estos facinerosos aparecían de repente tras una esquina dispuestos al asalto blandiendo, crueles y despiadados, sus bandurrias desafinadas, sus letales guitarras, sus panderetas insufribles, sus tísicos acordeones.
Armonía, tono, composición, tesitura vocal, melodía… son conceptos musicales de los que esta tropa dañina abomina como de la peste.
Sí poseen, en cambio, una capacidad casi inaudita para ingerir “de gañote” y sin tino ni mesura alguna, grandes cantidades de todo tipo de bebidas alcohólicas y/o espirituosas acompañadas de sus correspondientes tapas, aperitivos y/o raciones, a ser posible de algún guisote contundente y grasiento.
Dentro de su ya poco afortunado y manido repertorio, Triste y sola, Clavelitos y Con las cintas de mi capa, tres terribles composiciones que deberían desaparecer de la faz de la tierra para ver de favorecer la concordia entre los pueblos, son los instrumentos de tortura a los que estos desalmados del ritmo, estos penosos vocalistas, estos melómanos al revés, recurren con mayor asiduidad y deleite en su búsqueda implacable del daño.
Suelen rematar sus temibles incursiones, y a sus desdichados oyentes -que regresan a sus hoteles con los bolsillos más ligeros y en un estado de perplejidad cercano a la catatonia-, con una interpretación del afamado pasodoble Paquito el Chocolatero particularmente nefasta y desafortunada gracias a la cual podría decirse, metafóricamente, que "les dan la puntilla a sus víctimas".
El maestro Gustavo Pascual Falcó, levantino autor de la melodía original masacrada sin compasión por estos zánganos sin entrañas, se remueve en su tumba con cada uno de estos bárbaros atentados hacia su festiva, torera y digna composición.
De manera incomprensible para el ciudadano corriente, estas tragicómicas e improductivas asociaciones gozan a veces de subvenciones públicas para llevar a cabo, impunemente, y yéndose de rositas con el botín, sus alevosos crímenes musicales.

3 comentarios:

  1. ¡Jo! Pues a mí me gusta mucho la tuna.
    En fin, para gustos colores.
    Un abrazo, hoy un poquito disgustadilla.

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  2. Bueno, Mercedes, no te enfades. Ten en cuenta el componente irónico, ya que es un diccionario para escépticos. Aunque a lo mejor se me ha ido un poquitín la mano.
    Abrazos.

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  3. Nada de irse la mano, ni mucho menos. Salvo honradas excepciones (que aquí también, no lo negaremos, hay), abundan los grupos que responden a tan magna definición. En su descarga (de la Tuna), diré que en cierta ocasión, en Granada, oí interpretar precisamente la canción que lleva el nombre de esta ciudad (Granada, tierra soñada por mí..., etc.) de forma tan sentida y bien entonada, que aún recuerdo se me ponen los pelos como escarpias.

    Un abrazo a ambos.

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