Conocí la obra de Francisco Javier Irazoki, gracias a la recomendación de Álvaro Valverde. Había leído de él, "Los hombres intermitentes", uno de esos libros que impactan en la primera lectura y no dejan de hacerlo cada vez que te acercas de nuevo a sus páginas, a sus versos, a esa prosa poética que estremece y emociona.
Y andaba ahora enfrascado con "La nota rota", un delicioso ramillete de biografías de músicos que él considera, por diferentes motivos, rompedores en su mundo.
Así que tenía esta fecha señalada en mi calendario desde hacía meses, cuando supe que el 16 de marzo estaría en Badajoz leyendo sus poemas en el MEIAC.
140 kms de ida y vuelta, 140 motivos felices por haber asistido a esa lectura y gozar, en compañía de otros buenos amigos (Quique, Paulete, Eduardo), de su presencia y conocimiento, de su palabra y abrazo(s).
Y andaba ahora enfrascado con "La nota rota", un delicioso ramillete de biografías de músicos que él considera, por diferentes motivos, rompedores en su mundo.
Así que tenía esta fecha señalada en mi calendario desde hacía meses, cuando supe que el 16 de marzo estaría en Badajoz leyendo sus poemas en el MEIAC.
140 kms de ida y vuelta, 140 motivos felices por haber asistido a esa lectura y gozar, en compañía de otros buenos amigos (Quique, Paulete, Eduardo), de su presencia y conocimiento, de su palabra y abrazo(s).
Él se define como "un pequeño coleccionista de asombros, un atleta de la mirada".
Dejo aquí para vosotros, con su permiso, y como constancia de lo que digo, un par de muestras de su escritura, dos poemas de "Los hombres intermitentes":
Antes de los claveles
Aprendí el lenguaje de los sordos gracias a unos hombres que huían de la pobreza. Llamaban golpeando suavemente la puerta, y yo veía por una rejilla aquellos rostros asustados. A menudo enfermos, sus gestos dibujaban las lindes de Francia.
Los portugueses no nos pedían ayuda en verano; esperaban que un viento frío recluyese a nuestros guardias en los cuarteles. Y quienes no sabíamos predecir la conducta de ninguna nube nos orientábamos al distinguir en los montes la capa verde del agente o el tabardo descosido del inmigrante. Eran dos penurias enemigas que el contrabandista alumbraba con una linterna.
Sus visitas significaron para los niños el descubrimiento de la humildad y el rostro cetrino. Los adultos hablaban entre dientes contra dos tiranías y acordaban un precio antes de dirigirse a la frontera que explicaban con sus dedos. Mis parientes y vecinos los guiaban en expediciones nocturnas a través de los bosques, y con frecuencia debían cargar sobre los hombros el cuerpo de alguien herido.
A veces un prófugo moría en el río Bidasoa y cruzaba hinchado las pesadillas infantiles.
Años después conocí escritas las palabras que los visitantes no me dijeron, y soñé que acompañaba a mis familiares en el tráfico de perfumes, vituallas y hombres portugueses, y que escondía debajo de unas hojas secas el pequeño paquete de heterónimos.
Ahora veo a esos fugitivos en París, donde tienen fama de cabales y han construido casas. Me lo dicen en un idioma común, sin gestos, mientras cierran la vejez con sus llaves de conserjes.
Los portugueses no nos pedían ayuda en verano; esperaban que un viento frío recluyese a nuestros guardias en los cuarteles. Y quienes no sabíamos predecir la conducta de ninguna nube nos orientábamos al distinguir en los montes la capa verde del agente o el tabardo descosido del inmigrante. Eran dos penurias enemigas que el contrabandista alumbraba con una linterna.
Sus visitas significaron para los niños el descubrimiento de la humildad y el rostro cetrino. Los adultos hablaban entre dientes contra dos tiranías y acordaban un precio antes de dirigirse a la frontera que explicaban con sus dedos. Mis parientes y vecinos los guiaban en expediciones nocturnas a través de los bosques, y con frecuencia debían cargar sobre los hombros el cuerpo de alguien herido.
A veces un prófugo moría en el río Bidasoa y cruzaba hinchado las pesadillas infantiles.
Años después conocí escritas las palabras que los visitantes no me dijeron, y soñé que acompañaba a mis familiares en el tráfico de perfumes, vituallas y hombres portugueses, y que escondía debajo de unas hojas secas el pequeño paquete de heterónimos.
Ahora veo a esos fugitivos en París, donde tienen fama de cabales y han construido casas. Me lo dicen en un idioma común, sin gestos, mientras cierran la vejez con sus llaves de conserjes.
Palabra de árbol
No conocí al que murió en el vientre de mi madre. La abuela lo recogió, dijo que era grande como un guía y lo puso en el hoyo que el padre había cavado entre las raíces de mi higuera preferida.
Yo pasaba tardes enteras bajo el gris áspero de las hojas del árbol, esperando que naciesen los higos. Cogía al fin el fruto blando y tocaba su piel negra que después deshacía en tiras. Cada hilo era una puerta para adentrarme en mi hermano muerto y lo paladeaba al ritmo lento de un viajero antiguo. Luego rompía con los dientes las semillas menudas del interior. Ellas contenían palabras, voces que subieron por la savia de la higuera.
Los otros niños crecieron descubriendo aventuras. Para mí, crecer fue sentir el paso del tiempo al escuchar los mensajes que un muerto me enviaba desde sus frutos.
Alguien quiso una ceremonia devota en aquel lugar. De la cartera de mi ojo derecho saqué una lágrima inmóvil. Una lágrima petrificada que se transformó en blasfemia de fuego cuando la deposité en la escudilla situada a los pies de los ídolos.
Aquí, un interesante vídeo con su imagen y su palabra.
Bueno Elías, me encanta que te gustara Irazoki, en persona digo, su obra como dices ya la conocías. Te veo entusismado hablando con él sentados ambos en la mesa de un rincón, me gustó mucho esa imágen, dos tipos extraordinarios enfrascados en una conversación animadísima. Si en ese momento alguién hubiera entrado en el bar diciendo que se nos venía encima un gran meteorito seguro que no os hubiérais enterado. Saludos.
ResponderEliminarEsta tarde hablabamos Zoki y yo por teléfono de sus recientes lecturas en Badajoz y Villanueva, y me mencionó también el agradable encuentro contigo. Siendo él un amigo ya antiguo desde aquel Don Benito del 78 en que empezamos a cartearnos por puro azar poético -debido a un viaje raudísimo de un amigo común que nos unió a todos, Fernandito Aramburu, en pos de conocer a Marochi, recién premiada por su especial 'Canto de la Distancia'-, me ha emocionado este viaje de Zoki a la tierra que hace tiempo me queda como un hilo azul en la memoria similar al del Guadiana. Y de paso recibo el regalo de conocer por ti este poema -Palabras de árbol- que me sigue hablando de los orígenes de un hombre transparente al que 10 años después de esas cartas visité en su corazón y su pueblo, Lesaka, y luego hemos podido cruzarnos siempre sin esperarlo y brevemente otro par de veces. Cómo agradezco que un universo y recorrido personal convertido en tan hermosas palabras como las de 'Los hombres intermitentes' se haya leído y valorado tanto entre la gente que tanto aprecio de Extremadura, a los que invito a saborear las palabras precedentes de sus libros anteriores, pulidas de intemperie y de emoción por nombrar sin hacer daño que nos ha ido legando desde 'Árgoma': una respiración en cada asombro.
ResponderEliminarBueno, José Manuel: gracias a ti - y a Quique, para que no se enfade- por darnos la oportunidad de conocerlo. Disfruté mucho.
ResponderEliminarAbrazos.
¡Carlos Medrano! ¡Cuánto tiempo! Me has dado una gran alegría al aparecer por aquí tan de sorpresa. Sé que eres amigo de Zoki porque tu nombre apareción en sus labios durante nuestra conversación.
ResponderEliminarMe parece un escritor extraordinario, lleno de humildad y sabiduría, generoso y tierno.
Mi viaje al Aula de Badajoz es uno de los más enriquecedores que recuerdo.
Y encima me ha traido como regalo añadido tus palabras, tan gratas.
Pásate por aquí de vez en cuando, mantén el contacto.
Escribiré a Zoki en breve. Pídele a él mi correo -no quiero ponerlo aquí- y escríbeme para contarte cómo te va, qué haces, si sigues escribiendo. Esas cosas.
Te espero.
Abrazos.