sábado, 6 de marzo de 2010

Paisanaje (4) Hipólito


Estábamos de él hasta la coronilla, por decirlo finamente. El Liberto, que no era precisamente el más cerril de todos nosotros pero tampoco el más templao que se diga, subía el tono de la expresión hasta el “Nos tienes hasta los güevos, Hipólito”, improperio que pugnaba duramente con el “Me cago en tus muertos tós y no te cobro ni la mano de obra, Poli”, que le espetaba el Dimas a la menor ocasión. Y es que el Hipólito, tambien conocido por "El Académico", era un plasta del carajo, una mosca cojonera, un redicho tocapelotas que en cuanto podía, y viniese o no a cuento, que eso a él se la traía floja, tomaba la palabra y empezaba a soltar ristras de coletillas que si bien al principio tenían su gracia (-“Hombre, Hipólito, que finolis vienes hoy. ¿Has tenío sesión?” -nos choteábamos en la cuadrilla cuando empezaba con la murga sin sospechar la subsiguiente y dañina andanada verbal a nuestra inocente ironía), pronto nos ponía los nervios a punto de ebullición: Verá usted... Por consiguiente... En esas estamos... Lo sé de buena tinta... No obstante lo dicho por usía... Yo opino de que... Tirandillo... Apaga y vámonos... Qué le vamos a hacer... En esta actual coyuntura que sufrimos en suelo patrio…
Lindezas de este calibre, disparadas una tras otra durante sus aterradoras e incansables peroratas diarias, habían cimentado a modo la fama del Hipólito y espantado de su lado para siempre a los tertulianos menos conspicuos y tenaces. ¡Pero cuánto daño y estragos, madre mía de mi alma, han causado las coletillas verbales y la oratoria mal entendida!

Los que teníamos la pesada condena de ser sus amigos desde siempre -el hacerse pajillas en corro, el mear en grupo a ver quién llega más lejos o la tiene más grande, el haber rondao a las mismas mozas con iguales y miserables resultados crea lazos inexplicables reñidos con el más elemental sentido común- no teníamos más remedio que aguantar el chaparrón que nos caía un día tras otro sin privarnos, eso sí, que lo cortés no quita lo moctezuma, como decía aquel, de ponerle a caldo a la menor ocasión y en su misma cara. Pero el tío, que tenía más conchas que un galápago y unos arrestos fuera de lo normal, se defendía bravamente de nuestros ataques con la munición más dañina de su artillería. Una de sus réplicas preferidas ante nuestros insultos, y que nos agriaba la bilis hasta casi el encabronamiento, era esta:
-Tales invectivas se me antojan desmesuradas, mentecatos. O bien: -Sois más simples que el mecanismo de un botijo: no tenéis estilo ni para el denuesto. Cuando no esta otra perla, gran reserva, de su inagotable cosecha: -Naufragan por mi ebúrnea epidermis, cual esquifes caducos en la galerna, indoctos gañanes, iletrados soplagaitas, bachilleres en suspenso eterno, vuestros fútiles, obtusos, hueros vocablos.

Ahí sí que estábamos a esto de llegar a las manos a las bravas. Cuando empezaba de semejante guisa era como si nos hubiera mentao a la madre. Y es que la capacidad de aguante, como todo en la vida, a ver, también tiene un límite. En cierta ocasión particularmente enconada tuvimos que sujetar entre tós al Anacleto que, absolutamente fuera de sí, echando espumarajos verdes por las comisuras -era mucho de masticar hinojo el Anacleto- y los ojos inyectados en sangre y casi vueltos por la rabia, tiraba de la de Albacete con ánimo de hacer carne picada con la papada del Poli o filetearle los higadillos. Hasta ese punto nos ponía algunas veces el "Académico" de los cojones.

Así que la mañana en que apareció en medio de la plaza dentro de un saco de arpillera de los de guardar el trigo, con las manos atadas a la espalda, una mordaza en la boca, molío a palos a base de bien ("Como pa ablandar un pulpo", que dijo un gracioso), a punto de congelación y un letrero en el cuello que rezaba “¿Te vas a callar de una puta vez, Académico?”, un sólido muro de silencio, cual omertá siciliana y mafiosa, cual secreto de elección papal, cual conspiración política o financiera... se impuso en el pueblo, y los responsables de la fechoría, o de la hazaña, según como se mire o se entienda, que cada uno es libre pa pensar lo que quiera, estaría bueno, nunca fueron descubiertos a pesar de las pesquisas (tampoco demasiado intensas, las cosas como son, no vayas a creer que se rompieron los cuernos en la investigación, que a ellos también les tenía la cabeza modorra con tanto eufemismo y disparate) del sargento Bermúdez y sus muchachos de verde.

Si hasta hubo quien sugirió que había que darles un premio a los autores del escarmiento, dedicarles una calle, una fuente, una plazuela, una rotonda, un colegio…

No sé, algo lucido y vistoso. Más que ná pa agradecer el descanso de los paisanos. Que no se diga que en este pueblo no somos gente agradecía y de bien.

4 comentarios:

  1. Un relato ameno y magníficamente escrito. Lo he saboreado a placer. También yo conozco a cierto tipo que debería acabar metido en un saco maniatado. Je, je, je... Yo dedicaría la mejor de las plazas a los autores, se me ocurre una frase...
    Un placer venir a leer.

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  2. ¡Cómo se ponen algunos por un "quíteme esas pajas"! ¡Qué genio!

    Disfrutelo.

    Un abrazo.

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  3. Estos relatos de "Paisanaje" forman parte de un libro que ando escribiendo aquí y allá, casi a salto de mata, y donde intento retratar a esos personajes arquetípicos que casi todos conocemos o hemos conocido en algún momento.
    Intento aliñarlos con un poco de humor.
    Si arranco alguna sonrisa como la tuya, me doy por satisfecho.
    Abrazos.

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  4. Antonio: es que algunas veces, y según y como, es difícil no perder los nervios como el Anacleto.
    Abrazos.

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