lunes, 15 de marzo de 2010

Cristina Grande (una chica de Huesca)



Aquella mañana de marzo había un estruendo de locos, un frenético trasiego de gente y maletas, de abrazos y despedidas, de ferroviarios y taxistas, en la cafetería de la estación de Atocha (“La Vieja Estación del Sur”) donde conocí a Cristina Grande; fue, como ella escribió poéticamente en la dedicatoria de uno de los libros que llevé para que me los firmara, un “feliz encuentro entre vías”.
Me encantó esa dedicatoria por la casualidad (esas casualidades amables e inocentes que surgen de cuando en cuando y tan felices nos hacen) de que yo procedo de un barrio de Madrid, El Pozo, que pertenece a otro que se llama, sí, vaya por Dios, Entrevías. Bueno, pertenecer acaso no sea el término exacto, que los de El Pozo somos muy nuestros y nos gusta presumir de independientes.
La vida ovilla tramas alrededor de las personas las más de las veces sin que nos demos cuenta, y no da, como suele decirse, puntada sin hilo.
Pero en realidad, y "para que el diablo no se ría de la mentira", como decía el tío Nicanor, un vecino del barrio que sólo hablaba con refranes y frases hechas (podía mantener así una conversación durante horas, era un artista), yo había conocido a Cristina (una chica de Huesca) varios años antes en la librería “El Buscón”, de Cáceres. Allí me topé una mañana en sus estantes con un título que atrajo mi atención de inmediato y casi a distancia: La novia parapente.

Un libro elegante, escrito con un estilo directo y lleno de sorpresas, de recursos como atrapar al lector en apenas unas líneas y con unos finales inesperados. Un libro lleno de pasión y sexo, de desamor y melancolía. Páginas que uno hubiera firmado a ciegas si natura le hubiese dotado de un talento mínimamente parecido al de Cristina.
Cuentos de apenas dos, tres, cinco páginas, de donde cuesta salir; es difícil no acabar el libro y desear empezarlo de nuevo. Setenta y cinco páginas apenas que contienen todo un mundo.
Cuatro años estuve esperándola desde entonces; quiero decir, que Cristina tardó todo ese tiempo en dar a la imprenta Dirección noche, otra espléndida colección de relatos en los que tirarse de cabeza como a una piscina en un tórrido verano haciendo tirabuzones desde el trampolín, gozando por anticipado el momento de entrar en el agua, salpicando de frescor, y cloro, los ojos del lector.

Y otros cuatro pasaron, lentos y vaporosos unas veces, turbios y enloquecidos otras, antes de conocer a Renata y su historia de familia. Esa Naturaleza infiel que es también la nuestra, la de esta España en las dos últimas décadas y que estamos olvidando a marchas forzadas, obligados por el día a día que nos roe y nos consume sin que nos demos cuenta, saltando, como en las casillas del juego de la Oca, de infortunio en fatalidad. Una historia orlada de humor y ternura, de lirismo incluso en algunos pasajes, pero cruda como la vida misma, donde no se nos ahorra el ponernos delante submundos (la droga, el rencor) que nos atemorizan y espantan. Y escrita con ese estilo directo (frases cortas, párrafos breves) tremendamente efectivo para envolver al lector.


Cristina nos tiene tomada la medida: nos pone delante los fantasmas de sus personajes (que siempre tienen algo de quien les da vida) para que veamos los nuestros en su reflejo misterioso. Algo muy necesario para que no nos olvidemos de quiénes somos, cómo somos, por qué así.
Y todo esto en apenas -contando los tres libros que he citado- trescientas páginas.
Hasta ahora, en que con todas sus fuerzas, y parafraseando la frase con la que acaba su último libro, “ha echado la persiana”.
¿Os he dicho ya que además es farmacéutica, que sabe descifrar caligrafías imposibles, que también ayuda a curar las penas del cuerpo, que atrapa sueños con su cámara?
Texto leído como presentación a Cristina Grande durante su presencia en el “Aula Delgado Valhondo”. Mérida, 17 de noviembre, 2M9 .

Ahora os dejo con dos muestras de su talento literario, dos artículos publicados en su columna de Heraldo de Aragón.

RECUERDO (CREO)

Vivíamos cerca de la plaza de San Miguel en el invierno de 1985. Solía apearme del 40 junto a una carnicería equina, donde ahora hay una tienda de telefonía. Tenía un bonito cartel de madera en la fachada, creo recordar, con una cabeza de caballo pintada de perfil. Siempre me quedaba mirando al interior y siempre la veía vacía, como nuestra nevera. Los domingos no había tiendas abiertas, sólo el asador de pollos de la plaza de San Miguel. Hacía muchísimo calor allí adentro. Las esperas habrían sido más llevaderas de haber sabido que en esa casa, quizá justo sobre nuestras cabezas, había vivido Goya entre 1768 y 1769. Pero eso lo descubriría José Luis Ona unos años más tarde, cuando ya nos habíamos mudado al barrio de la Magdalena. Y descubrió otras casas del joven Goya en el Coso Bajo (números 128 y 132), y en la plaza de San Pedro Nolasco. La casa de Goya en Burdeos estaba cerrada cuando fuimos a visitarla. Tampoco vi a mis parientes bordeleses aquel calurosísimo día de julio de 2003. La carnicería equina desapareció hace tiempo. Me dio un poco de pena, creo recordar, aunque nunca llegué a entrar en ella. Estaba justo frente a la casa de balcones vencidos en la que vivió Goya. La única de sus casas zaragozanas que sigue en pie. Apuntalada y con goteras, pero sigue en pie. Tiene dos balcones por planta, visiblemente inclinados todos ellos hacia un eje imaginario que partiría en dos la casa. En la planta baja, los pollos dan vueltas y vueltas, y nunca terminan de asarse. Ya no hace tanto calor allí adentro. Junto a la puerta del asador hay una discreta placa de metacrilato que recuerda a Goya, y que a mí, no sé por qué, me habla de las extrañas conexiones de la memoria.
 
Heraldo de Aragón (febrero, 2008)

VERDE AUSENCIA

Fuimos a comer a Lanaja. En el suelo pedregoso del corral habían crecido muchas hierbas desde mi anterior visita. Ese verdor inusual delataba la ausencia de mi abuela. Su ropa seguía ordenada en el armario. Varios perfumes sobre el tocador. Tres pares de zapatos a un lado de la cama. El batín de mi abuelo colgado de la percha de árbol, casi petrificado. No me atreví a tocar nada, ni siquiera la chalina de seda de mi bisabuelo que antes solía anudarme a modo de corbata. En el jardincillo interior, noté la desaparición de unos helechos que mi abuela trajo sin querer en sus botas de montaña, hace más de treinta años. Nunca quiso arrancarlos. Le parecía un milagro lo de los helechos espontáneos en la tierra monegrina. La hacían sonreír. El níspero que una vez había plantado (y que salió de una pepita) estaba cargado de frutos. Seis o siete gatos medio salvajes huyeron al comprobar que quizás faltaba entre nosotros una oscura silueta. María Salillas me habló más tarde de unos tulipanes negros que mi abuela compartió con sus vecinas. Yo traje de Holanda, sólo para ella, aquellos extraños bulbos. A mi abuela le gustaba lo raro. Fumaba cigarrillos turcos. Todos eran rubios a su alrededor y ella, sin embargo, por llevar la contraria, se teñía el pelo de negro negro (negro ala de cuervo). Ya hace dos años que murió. El verde de los campos, los olivos esplendorosos después de la última poda, el tomillo en flor, las humildes rabanizas que crecen entre las vides, el romero y la ontina con que nos frotábamos los dedos, todas esas cosas, incluso el recuerdo de los tulipanes que no salieron del todo negros, me pusieron ligeramente triste. María Salillas me regaló una hermosa cala blanca.
 
Heraldo de Aragón (Huesca, 13-4-2008) 
CRISTINA GRANDE (Lanaja, Huesca, 1962)
Pasó toda su infancia en Haro, La Rioja, donde empezó sus estudios musicales. Estudió Filología Inglesa y Cinematografía en la Universidad de Zaragoza; también estudió Fotografía en la Galería Spectrum de Zaragoza, ciudad en la que vive.
Es columnista de Heraldo de Aragón.
Ha publicado tres obras: dos libros de relatos, La novia parapente (ed. Xordica) y Dirección noche (ed. Xordica), con el que fue finalista del Premio Setenil 2006; y una novela, Naturaleza infiel (ed. RBA), que ha cosechado elogios de la crítica. Esta tercera obra se tradujo a varias lenguas y su autora fue nombrada "Nuevo Talento Fnac".
Cristina Grande también ha participado en numerosas obras colectivas como Zaragoza de la Z a la A, Los Monegros, El reino de las luces, Éxitos secretos, Canfranc, o Elegías íntimas. Instantáneas de cineastas.Tiene en prensa, en Ed. Traspiés, el libro de artículos ilustrados Agua quieta.

(Foto: Cristina Grande)

2 comentarios:

  1. Pues después de haberte leído a ti y a ella, sólo me queda decirte que nos has traído una gran escritora. Desde aquí animo a Cristina Grande a volver a subir la persiana.
    Un abrazo.

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  2. Mercedes: creo que ya falta poco para que ese "Agua quieta" que cito en la bibliografía vea la luz con la persiana subida.
    Te gustará, estoy seguro.
    Abrazos

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