lunes, 15 de febrero de 2010

Paisanaje (3) Dolores



Dolores era la del medio de tres hermanas que bien podrían haber salido de figurantas de mérito, y aun de actrices principales, en alguna función de aficionaos de "La casa de Bernarda Alba", drama rural por excelencia. Hechuras tenían de sobra. Con deciros que en el pueblo las llamaban “Las tres viudas” y ni siquiera se habían casao. A fe mía que los nombres que sus padres les habían asestao a las niñas en el primer sacramento (Angustias, Soledad -de la que en otro momento te hablaré, ya le llegará el turno- y Dolores) les venían como anillo al dedo, como un vestido hecho a medida por modista apañá.
Esta Dolores que digo andaba siempre entre ellos: cuando no era la gripe, era un dolor de muelas; si hoy la varicela, mañana vómitos y diarreas; o un menstruo puñetero o unas horribles migrañas o un uñero cabrón en el deo gordo… Lo que se dice un cascabel, vamos. Mas no creáis que Lolilla lo llevaba mal, antes al contrario: si por un casual se pasaba una temporadita sin molestias reales (descanso que en su círculo más cercano bendecían como agua de mayo), ya se encargaba ella -igual que drogata falto de su chute, lo mismito que borrachuzo sin la botella- de buscarlas, de inventárselas o, en caso de auténtica necesidad, de provocarlas a su gusto recurriendo a cualquier artimaña. Una insignificante variación de la temperatura corporal se convertía de inmediato en fiebre o hipotermia; cualquier minúscula molestia ósea devenía rauda en dislocación o rotura; una ligera contracción muscular se transformaba, como por arte de magia y a la velocidad del sonido, en desgarro de fibras con desasimiento. Porque además, y como no podía ser de otra manera, que los fanáticos son todos iguales en su desvarío, dominaba, producto de sus hipocondríacas lecturas de prospectos medicinales, un amplio glosario de términos médicos y farmacéuticos con los que apabullaba a las primeras de cambio, y viniese o no a cuento, a quien tuviese la mala fortuna de encontrarse por sus aledaños cuando sufría el consabido ataque. ¿Qué de qué, dices? Eso da igual. El caso era dar el coñazo y hacerse notar a costa de lo que fuera.
Alguno con estudios la motejaba también, y con su poquito de recochineo, de “Vademécum”, que vete tú a saber lo que quiere decir. Ná bueno, seguro.

Como bien habéis sospechao, lo que a la Loli le gustaba era sentirse mimada, compadecida, ser el centro de atención de todos, y para ello no se paraba en mientes. Si alguien te viene con el cuento de que a él, o a ella, no le había dao la tabarra con alguna dolencia, no te creas de la misa la media: miente como un cabrón. O cabrona, porque aquí no se ha escapao de la loca esa ni el lucero del alba. Con el tiempo, aquellos con quienes trataba de costumbre consiguieron abstraerse mal que bien de tal sinrazón, y cuando decía sentirse como a las puertas de la muerte, le seguían la corriente como a los locos (“Vale, Loli, que sí, que ya te hemos oío, tómate algo a ver si se te pasa, no des más la murga, cojones”), lo que no hacía otra cosa que sacarla de sus casillas, empeorar los supuestos síntomas que estuviese sintiendo e incrementar el escándalo. Y es que tenía harto a todo el mundo mundial: familia, amigos, parientes, allegados…

De modo que cuando el cáncer, sarcoma, carcinoma, tumor, neoplasia, crecimiento tisular maligno (vulgo, cáncer de estómago) dio la cara, ya era demasiado tarde para la práctica efectiva del arte de Hipócrates y Galeno. Igualito que en el cuento de Pedro y el lobo.


Pero oye, fue conocer el óbito de la Loli (la Angus se arrancó a llorar por una vez con motivo y no había manera de pararla ni a hostias, la dejamos por imposible), darle sepultura (entre palmas, vítores, fanfarrias, fuegos de artificio…), y un suspiro unánime de alivio (tal que manta zamorana en noche de frío, tal que bolsa de agua caliente en los pinreles, tal que cerveza fresquita después de las calorinas de la siega) se apoderó del pueblo.

Que en un tris estuvimos de cambiar la fiesta de la Patrona por el día en que la espichó. 


Porque el alcalde no tuvo güevos, que si no...

4 comentarios:

  1. Un texto dinámico y bien redactado, llegas al final de sopetón. Has retratado la personalidad del hipocondriaco a la perfección; he conocido a más de uno que encaja en tu texto.
    Un abrazo.

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  2. Querido Elías, llevas enlazado desde que me lo hiciste saber por mail. Estás en la sección de "Creación y opinión - Autores".
    Un fuerte abrazo desde Zafra
    Nos leemos.
    JM

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  3. Y yo, Mercedes. Yo también conozco a más de uno y de una de esta especie. Los textos con este título de "Paisanaje" son arquetípicos, tipos de gente que casi todos conocemos.
    Abrazo.

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  4. Perdóname, José Manuel; mi torpeza legendaria y esta presbicia galopante me han inducido al error.
    Otro desde Mérida.

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