CARTA DEL NACHO A LA CRISTI DANDO CUENTA DE SU LLEGADA AL PUEBLO Y PRIMERAS TOMAS DE CONTACTO CON LOS LUGAREÑOS, NO TODO LO AFABLES Y ACOGEDORES QUE HABÍA SUPUESTO EN UN PRINCIPIO
Hola, cari, ya he llegado, quédate tranquila. No te he escrito antes porque me estaba recuperando del periplo y ya sabes que estas cosas (no como otras, que las acabo echando leches -en contra de mi voluntad, que conste en acta-, que se te queda una carita de ¿¡ya!?) las somatizo despacio, a mi ritmo. Menudo viajecito. No, si al final, como siempre, y visto el principio (aunque, como dice el dicho, “los gitanos no queremos buenos comienzos”), vas a acabar teniendo razón. Como decían en aquel programa de la tele, del que ahora no recuerdo bien de qué iba, “si lo sé, no vengo”. Seis horas, seis, que se dice pronto, para recorrer poco más de doscientos kilómetros, en un autobús con más mataduras que burro viejo, asmático (no veas cómo resoplaba en las cuestas ese motor diesel), sudando como un beduino con fiebre, dando tumbos por una carretera llena de baches y polvo que no merece tal nombre y, por si fuera poco el castigo, empotrado en la ventanilla por gracia y salero de una vecina de asiento que a buen seguro es un paradigma de eso que ahora se llama con una cierta impudicia obesidad mórbida cuando siempre se ha dicho una gorda como un tonel para que todo el personal lo pillara a la primera, y que necesita (el orden es lo de menos) una reducción de estómago, una liposucción a lo bruto y un afeitado de bigote con urgencia. Amén de algún desodorante extrafuerte de probada eficacia y garantía.
¿Tú has visto esos documentales de lugares absurdos e incómodos, esos destinos turísticos como hechos a propósito para viajeros masocas, con vehículos extravagantes llenos hasta el culo de fulanos poco propensos a la higiene íntima (bueno, a la higiene en gneral), un personal gritón y malencarado, recién paridas más feas que Picio dando la teta sin recato ni vergüenza a una cría que llora como si la estuvieran abriendo en canal, greñudos músicos de palo y lata dando el coñazo de cojones, carteristas desdentados, cestas de gallinas llenas de mierda, bicicletas heridas de muerte y bultos varios amontonados en el techo a la buena de dios, o sea, de mala manera, y sujetos con unas maromas grasientas? Pues eso. Tal cual. Clavadito.
Destrozado, cari, estoy destrozado, me duelen hasta los pelos del sobaquillo. Para que te hagas una ligera idea, como después de aquel torneo de pádel en que me jodí los gemelos y la espalda en las semifinales, que si no me lo llevo de calle, anda que no. Ahora mismo necesitaría como el comer un masajito de los tuyos, de aquellos que me dabas advirtiendo “pero sólo un masaje, eh, que no tengo yo hoy el chichi para farolillos, que te conozco”, y que luego acababan siempre como acababan, tontina, que no sé por qué ponías tantas pegas con lo que te gusta el dale que te pego.
Cristi, amor; como estaré de chungo y hecho polvo, y no te exagero ni mijita, que me echas ahora mismo de comida a los perros y no me quieren, te me apareces en camisón y tanga y, a pesar de mis más que acreditados romanticismo y sensualidad, no te hago ni puto caso, fíjate lo que te digo.
El pueblo... La madre que parió. Pues a ver qué te cuento yo del pueblo sin que avises a un equipo de rescate o llames al 112. ¡A mí la Legión, camaradas! Me tenía que haber cortado la lengua y el dedo de señalar. Para empezar se llama Cascajos de la Quinta, toma ya denominación de origen. Lo de Cascajos, vale, eso no lo discuto, que se lo ha ganado a pulso porque bien es cierto que está hecho unos zorros, un desastre, una puta pena: parece un poblacho de mierda de ésos que salen en las pelis del oeste con las bolas de ramas secas rodando por la calle principal entre el polvazo del desierto y la mierda de las vacas famélicas, que se le notan todas las costillas a los animalicos. Pero ese apellido "de la Quinta” no sé a qué viene, la verdad, no me entra en la cabeza. Como no sea para darse pisto... Porque de "Quinta" tiene más bien poco: un montón de casuchas y chabolas, con alguna excepción, en medio de la nada, rodeado de secarrales por todas partes menos por una, como las penínsulas por el agua salaíta de la mar: la iglesia, un espantoso bloque de hormigón con techo de tejas de colores a cuatro aguas, no te lo pierdas (como si diluviara todos los días, cuando aquí sólo caen cuatro gotas si a los pájaros les da por escupir o mear, si es que los pájaros hacen esas guarradas, que lo ignoro), diseñado por un arquitecto que no estaba en sus cabales, a buen seguro cliente asiduo de algún manicomio. Para que te hagas una idea cabal del templo piensa en una mezcla entre refugio nuclear y cortijo abandonado. Y otra cosa te digo: no me extrañaría ni un pelo que el engrendo urbanístico hubiera ganado algún premio de arquitectura o de diseño, que cuanto más grotescos y horrorosos son los edificios más premios les dan, que parecen que están tontos, coño.
Ahora mismo hace un calorina que te cagas: se podría asar un cochino encima de la chapa de algún tractor o darle matarile a lo fino a algún hereje dejando que se tueste en su propia salsa en el rollo de granito de la plaza. Pero también me da en la nariz que en medio de este páramo los inviernos tienen que ser de atarse los machos, de mear cubitos o, como mínimo, de calzoncillos de felpa hasta los tobillos, vamos.
De momento estoy parando en el “Hostal Dominga”, una pensión de mala muerte de donde la higiene y la limpieza huyeron a toda pastilla hace ya tiempo. Fue lo primero que me cayó a mano, aunque ando a ver si me busco otro apaño un poco más arreglado porque lo que es a éste le zumba la pandereta. cosa de esas chungas.Y eso que el roña de mi jefe no se ha estirado ni un poco con las dietas, que parece que va a heredar el periódico, el muy gilipollas. Más que nada, por no pillar la sarna, el tifus, la malaria o alguna otra cosa chunga de esas, que ya sabes lo aprensivo que soy. Y porque no quiero acabar haciendo amistad con esas cucarachas insolentes que parecen reírse del pringao nuevo cada vez que entro en la habitación, sea la hora que sea, que parecen okupas con derecho a baño y cocina, las jodías bichas. Con decirte que las telarañas me sirven como dosel de la cama. Y que la patrona, una marimacho de edad ambigua (pero tirando a provecta, los sesenta no los cumple ya, eso seguro) con un tufo a repollo hervido que tira para atrás, un culazo como una mesa camilla y unas tetas que dejan en mantillas a las de la estanquera de Amarcord, me pone unos ojitos que ella intenta tiernos e insinuantes y yo me tomo como amenaza. Pero bueno, como estoy casi todo el día fuera trabando amistades y entablando conversaciones para documentar los artículos, tampoco es que tenga una prisa horrorosa en cambiar de alojamiento. Si la Domin no pasa a mayores, claro, que la veo yo pero que muy necesitada y tengo oído por ahí que el furor uterino es bien jodido. Bueno, según dicen, que yo de eso no entiendo.
En lo que si me tengo que espabilar es en empezar a mandar textos al periódico, que ya me avisó el borde del redactor jefe que esto no eran unas vacaciones pagadas. Y este tío se gasta una mala hostia del copón, que parece que tiene una guindilla en el culo encabronándole las almorranas o un dolor de muelas, cabrón como pocos, en la punta el nabo.
En cuanto a la técnica de redacción de los artículos, no sé, tengo dudas, a ver qué opinas tú; yo pienso que lo mejor va a ser dejar que me cuenten los paisanos a su bola y limitarme a transcribir lo que vaya oyendo por ahí, metiendo mano lo menos posible para mantener el color local, los modismos propios del lugar, los típicos arcaísmos del habla llana del pueblo: la “autenticidad del lenguaje rural y campestre", que diría el capullo de mi jefe. Pero estoy abierto a sugerencias.
Hola, cari, ya he llegado, quédate tranquila. No te he escrito antes porque me estaba recuperando del periplo y ya sabes que estas cosas (no como otras, que las acabo echando leches -en contra de mi voluntad, que conste en acta-, que se te queda una carita de ¿¡ya!?) las somatizo despacio, a mi ritmo. Menudo viajecito. No, si al final, como siempre, y visto el principio (aunque, como dice el dicho, “los gitanos no queremos buenos comienzos”), vas a acabar teniendo razón. Como decían en aquel programa de la tele, del que ahora no recuerdo bien de qué iba, “si lo sé, no vengo”. Seis horas, seis, que se dice pronto, para recorrer poco más de doscientos kilómetros, en un autobús con más mataduras que burro viejo, asmático (no veas cómo resoplaba en las cuestas ese motor diesel), sudando como un beduino con fiebre, dando tumbos por una carretera llena de baches y polvo que no merece tal nombre y, por si fuera poco el castigo, empotrado en la ventanilla por gracia y salero de una vecina de asiento que a buen seguro es un paradigma de eso que ahora se llama con una cierta impudicia obesidad mórbida cuando siempre se ha dicho una gorda como un tonel para que todo el personal lo pillara a la primera, y que necesita (el orden es lo de menos) una reducción de estómago, una liposucción a lo bruto y un afeitado de bigote con urgencia. Amén de algún desodorante extrafuerte de probada eficacia y garantía.
¿Tú has visto esos documentales de lugares absurdos e incómodos, esos destinos turísticos como hechos a propósito para viajeros masocas, con vehículos extravagantes llenos hasta el culo de fulanos poco propensos a la higiene íntima (bueno, a la higiene en gneral), un personal gritón y malencarado, recién paridas más feas que Picio dando la teta sin recato ni vergüenza a una cría que llora como si la estuvieran abriendo en canal, greñudos músicos de palo y lata dando el coñazo de cojones, carteristas desdentados, cestas de gallinas llenas de mierda, bicicletas heridas de muerte y bultos varios amontonados en el techo a la buena de dios, o sea, de mala manera, y sujetos con unas maromas grasientas? Pues eso. Tal cual. Clavadito.
Destrozado, cari, estoy destrozado, me duelen hasta los pelos del sobaquillo. Para que te hagas una ligera idea, como después de aquel torneo de pádel en que me jodí los gemelos y la espalda en las semifinales, que si no me lo llevo de calle, anda que no. Ahora mismo necesitaría como el comer un masajito de los tuyos, de aquellos que me dabas advirtiendo “pero sólo un masaje, eh, que no tengo yo hoy el chichi para farolillos, que te conozco”, y que luego acababan siempre como acababan, tontina, que no sé por qué ponías tantas pegas con lo que te gusta el dale que te pego.
Cristi, amor; como estaré de chungo y hecho polvo, y no te exagero ni mijita, que me echas ahora mismo de comida a los perros y no me quieren, te me apareces en camisón y tanga y, a pesar de mis más que acreditados romanticismo y sensualidad, no te hago ni puto caso, fíjate lo que te digo.
El pueblo... La madre que parió. Pues a ver qué te cuento yo del pueblo sin que avises a un equipo de rescate o llames al 112. ¡A mí la Legión, camaradas! Me tenía que haber cortado la lengua y el dedo de señalar. Para empezar se llama Cascajos de la Quinta, toma ya denominación de origen. Lo de Cascajos, vale, eso no lo discuto, que se lo ha ganado a pulso porque bien es cierto que está hecho unos zorros, un desastre, una puta pena: parece un poblacho de mierda de ésos que salen en las pelis del oeste con las bolas de ramas secas rodando por la calle principal entre el polvazo del desierto y la mierda de las vacas famélicas, que se le notan todas las costillas a los animalicos. Pero ese apellido "de la Quinta” no sé a qué viene, la verdad, no me entra en la cabeza. Como no sea para darse pisto... Porque de "Quinta" tiene más bien poco: un montón de casuchas y chabolas, con alguna excepción, en medio de la nada, rodeado de secarrales por todas partes menos por una, como las penínsulas por el agua salaíta de la mar: la iglesia, un espantoso bloque de hormigón con techo de tejas de colores a cuatro aguas, no te lo pierdas (como si diluviara todos los días, cuando aquí sólo caen cuatro gotas si a los pájaros les da por escupir o mear, si es que los pájaros hacen esas guarradas, que lo ignoro), diseñado por un arquitecto que no estaba en sus cabales, a buen seguro cliente asiduo de algún manicomio. Para que te hagas una idea cabal del templo piensa en una mezcla entre refugio nuclear y cortijo abandonado. Y otra cosa te digo: no me extrañaría ni un pelo que el engrendo urbanístico hubiera ganado algún premio de arquitectura o de diseño, que cuanto más grotescos y horrorosos son los edificios más premios les dan, que parecen que están tontos, coño.
Ahora mismo hace un calorina que te cagas: se podría asar un cochino encima de la chapa de algún tractor o darle matarile a lo fino a algún hereje dejando que se tueste en su propia salsa en el rollo de granito de la plaza. Pero también me da en la nariz que en medio de este páramo los inviernos tienen que ser de atarse los machos, de mear cubitos o, como mínimo, de calzoncillos de felpa hasta los tobillos, vamos.
De momento estoy parando en el “Hostal Dominga”, una pensión de mala muerte de donde la higiene y la limpieza huyeron a toda pastilla hace ya tiempo. Fue lo primero que me cayó a mano, aunque ando a ver si me busco otro apaño un poco más arreglado porque lo que es a éste le zumba la pandereta. cosa de esas chungas.Y eso que el roña de mi jefe no se ha estirado ni un poco con las dietas, que parece que va a heredar el periódico, el muy gilipollas. Más que nada, por no pillar la sarna, el tifus, la malaria o alguna otra cosa chunga de esas, que ya sabes lo aprensivo que soy. Y porque no quiero acabar haciendo amistad con esas cucarachas insolentes que parecen reírse del pringao nuevo cada vez que entro en la habitación, sea la hora que sea, que parecen okupas con derecho a baño y cocina, las jodías bichas. Con decirte que las telarañas me sirven como dosel de la cama. Y que la patrona, una marimacho de edad ambigua (pero tirando a provecta, los sesenta no los cumple ya, eso seguro) con un tufo a repollo hervido que tira para atrás, un culazo como una mesa camilla y unas tetas que dejan en mantillas a las de la estanquera de Amarcord, me pone unos ojitos que ella intenta tiernos e insinuantes y yo me tomo como amenaza. Pero bueno, como estoy casi todo el día fuera trabando amistades y entablando conversaciones para documentar los artículos, tampoco es que tenga una prisa horrorosa en cambiar de alojamiento. Si la Domin no pasa a mayores, claro, que la veo yo pero que muy necesitada y tengo oído por ahí que el furor uterino es bien jodido. Bueno, según dicen, que yo de eso no entiendo.
En lo que si me tengo que espabilar es en empezar a mandar textos al periódico, que ya me avisó el borde del redactor jefe que esto no eran unas vacaciones pagadas. Y este tío se gasta una mala hostia del copón, que parece que tiene una guindilla en el culo encabronándole las almorranas o un dolor de muelas, cabrón como pocos, en la punta el nabo.
En cuanto a la técnica de redacción de los artículos, no sé, tengo dudas, a ver qué opinas tú; yo pienso que lo mejor va a ser dejar que me cuenten los paisanos a su bola y limitarme a transcribir lo que vaya oyendo por ahí, metiendo mano lo menos posible para mantener el color local, los modismos propios del lugar, los típicos arcaísmos del habla llana del pueblo: la “autenticidad del lenguaje rural y campestre", que diría el capullo de mi jefe. Pero estoy abierto a sugerencias.
Así, a bote pronto, a ojo de buen cubero, a la pata la llana, no parecen mala gente los paisanos con los forasteros; lo único es que hay que ir con tiento a la hora de los saludos y despedidas. Para el saludo te aprietan la mano como si quisieran quedarse con ella, que te dejan los huesecillos propios de la misma hechos fosfatina. La variante de la despedida es aún peor si cabe: te atizan unas palmadas en la espalda que parece que estuviesen calibrando la resistencia de un tambor. Te vas para casa más doblado que el Quasimodo con reuma. Pero lo hacen porque sí, sin mala intención, casi con cariño. Aunque no sé yo, no es que esté muy seguro de esto último: por lo poco que llevo visto, aquí el personal raja de los demás sin pizca de compasión, a tumba abierta, como suele decirse, y no hay más que darles un poco de carrete y llenarles el vaso de tinto del país para que larguen de los vecinos lo que no está en los escritos. Le pegan a la sin hueso que da gusto. Una mina, cari, esto va a ser una mina, pan comido, miel sobre hojuelas, la caraba en verso.
El que sí que me tiene mosca de cojones es el alcalde, que no llevo aquí ni tres días y ya me he enterado de que me ha puesto de mote “El Bizco”.
-Tiene la vista más repartía que la lotería del Niño -me han dicho que va diciendo por ahí al personal sin cortarse ni un pelo.Y eso sí que no: con mi ligero estrabismo (que me da una mirada molona e interesante, tú bien lo sabes) ni una broma. No sé por qué me barrunto que no nos vamos a llevar ni medianamente bien. Me parece que me voy a tener que cagar en sus muertos un día de estos. O comprobar a conciencia si la anchura de su jeta encaja a la perfección en la palma de mis manos.
Bueno, Cristi, te dejo que tengo cita con uno en la taberna para que me vaya contando e ir entrando en materia. A ver si la primera impresión, que dicen que es la buena, se cumple. Y que mañana sin falta tengo que mandarle el primer “retrato” al ogro.
Besitos donde tú sabes. (Ahí no, tontina, un poquitín más abajo. No, ahí tampoco, más abajo, más abajo).
Nacho.
-Tiene la vista más repartía que la lotería del Niño -me han dicho que va diciendo por ahí al personal sin cortarse ni un pelo.Y eso sí que no: con mi ligero estrabismo (que me da una mirada molona e interesante, tú bien lo sabes) ni una broma. No sé por qué me barrunto que no nos vamos a llevar ni medianamente bien. Me parece que me voy a tener que cagar en sus muertos un día de estos. O comprobar a conciencia si la anchura de su jeta encaja a la perfección en la palma de mis manos.
Bueno, Cristi, te dejo que tengo cita con uno en la taberna para que me vaya contando e ir entrando en materia. A ver si la primera impresión, que dicen que es la buena, se cumple. Y que mañana sin falta tengo que mandarle el primer “retrato” al ogro.
Besitos donde tú sabes. (Ahí no, tontina, un poquitín más abajo. No, ahí tampoco, más abajo, más abajo).
Nacho.
Imagen: Fotograma de Amarcord, de Federico Fellini
Bueno, la carta es todo un tratado sobre el dichoso pueblo, jeje. Madre mía, como no se adapte a los "castrojas", el calor, la aridez de la zona y los apretones de manos, las va a pasar canutas el compañero de la Cristi.
ResponderEliminarUna carta muy divertida.
Un abrazo.
Pues espero que las próximas entradas de este "paisanaje" te sigan divirtiendo.
ResponderEliminarEn la siguiente entrega ya empezarán a salir los paisanos.
Abrazos.