martes, 15 de junio de 2010

Paisanaje (10) Ramón



Al Ramón, más conocido por “El Máuser”, le gustaron las armas desde pequeñito, se conoce que el muchacho lo traía de serie en el adeene. Empezó, como casi todos, enredando con el traje de vaquero y la pistolita que disparaba mixtos y poco después, tras el paréntesis casi obligado por la tradición para el manejo del tirachinas, se pasó con alborozo, con armas y bagajes, nunca mejor dicho, a la escopetilla pajarera -que así llamábamos a la carabina de aire comprimido- con la que aterrorizaba a todo perro o gato que tuviera la desgracia de cruzarse en su camino y diezmaba sin contemplaciones ni remordimientos el censo local de gurriatos, lagartijas y roedores. Con el tiempo dio en trastear entre los señoritingos de la ciudad que venían para la media veda cuando la temporada de caza, y como se conocía al dedillo las guaridas de los contornos (-Parece un hurón, el puto enano éste -comentaban los soplapollas con guasa), a éstos les cayó en gracia hasta el punto de regalarle de tapadillo una paralela con más tiros pegaos que en la guerra de Cuba y que palomas, conejos, zorros y perdices de los alrededores, amén de otros mamíferos, aves y reptiles, temían más que a un nublao: era salir el Ramón de las lindes del pueblo con ánimo de furtiveo, la escopeta camuflá bajo el brazo, el perrillo zascandil a su vera, y toda la fauna autóctona se pasaba la voz al punto y corrían, o volaban, según su naturaleza, a empadronarse en los municipios vecinos, lo más lejos posible fuera de su alcance. Pero quiá, ni por esas: el Ramón siempre regresaba con el morral repleto de los más torpes vertebrados, ya fueran de pelo o de pluma, volátiles o no, o de esos otros que se arrastran (culebras, lagartos, batracios de charca... género así, viscoso y frío), que dan tanto asco de vivos y, al tiempo, ya difuntos y bien preparaos con su poquito de aliño y su salsita pa mojar el pan, tan ricos están. Coño, si hasta a los peces de la charca les metía algún cartuchazo que otro.
 

Entrar en quintas, llegar al cuartel, hacer la instrucción, jurar bandera y apuntarse voluntario a la PM fue todo uno. No quería ni coger el correspondiente permiso reglamentario, no te digo más: él ansiaba (-Y cuanto antes, mi sargento, hágame usté el favor, por su padre se lo pido -le suplicó al chusquero que otorgaba los destinos) un servicio con armas; nada de esas mariconadas de cabo furriel, oficinista de intendencia, edecán del comandante, turuta en la banda o pinche de cocina que los más timoratos, y mira que los había a patadas en el cuartel, ansiaban hasta en sueños.

POLICÍA MILITAR: dos términos que si por separado ya inspiran un vago e indefinido temor, juntos, y con mayúsculas, ni te cuento lo que acojonan. Había que verle salir de patrulla con su nueve largo al cinto y la metralleta terciada sobre el pecho, el traje de faena en perfecto estado de revista, el correaje niquelao, y el casco con las siglas de respeto en el frontal bien sujeto por el barboquejo: los reclutillas se cagaban patas abajo (-Diarrea cobarde espontánea -diagnosticaba el cachondo) en cuanto “El Máuser” hacía su entrada en la cantina y desparramaba la mirada amenazadora por entre la barra y las mesas. El decorado cambiaba de golpe: los dados y el dominó cesaban veloces en su alegre tintineo, las cuarenta en bastos (o lo que pintara en ese momento) no se cantaban, las fichas del parchís perdían la color a pasos agigantados, la oca se escondía rauda en el pozo por si las moscas, el rey se enrocaba por su cuenta y riesgo…

Si había suerte y aquel día estaba de buenas se dejaba invitar (siempre cubata de coñá, fuera la hora que fuese) como haciendo un favor y santas pascuas, aquí paz y después gloria, que hoy tira “El Máuser” con balas de fogueo. Pero de esas jornadas plácidas y sin víctimas se recordaban más bien pocas: lo más normal era que un botón desabrochao, un faldón de la camisa fuera de sitio asomando valentón más de lo debido, unas botas escasas de betún y cepillo… cuando no una mirada mal escogida por algún “conejo” poco baqueteao todavía por la vida soldadesca o algún comentario inoportuno mascullado entre dientes por el listillo de turno y recogido por su radar siempre alerta, sacaran a pasear su estilo de legionario y dieran con el díscolo en el calabozo durante un par de semanas o, como mínimo, una noche en prevención, diez o doce imaginarias de matute y un par de “galletas” de propina. Durante su largo apostolado cuartelero, casi se podrían contar con los dedos de una mano los reclutas que escaparon indemnes a su yugo. Y a la vista de los malsonantes epítetos que le dedicaban con entusiasmo los de su quinta, tampoco puede decirse que la madre del Ramón gozara de mucha popularidad en el cuartel. Si hasta algunos mandos menores (cabos primeros, sargentos, brigadas... lo que viene siendo “el género chusquero"), recibieron una que otra reprimenda, y aun correctivo, con el consiguiente y perenne baldón en la hoja de servicio, por denuncias del Ramón en un claro exceso de celo de sus competencias policiales y saltándose a la torera el conducto reglamentario.

Pero, ay, amigo, como decía el estribillo de la canción de moda aquel verano de su desgracia, “todo tiene su fin”. El día de la licencia, mientras los demás mílites de su reemplazo festejaban la emancipación de semejante esclavitud dándose a la bebida sin tino ni conocimiento, y en tanto planeaban un último y devastador asalto a casa de Madame Ivette (la Patro, para los íntimos), se le vio llorar, por primera y única vez en su vida, a la hora de entregar sus pertrechos en la intendencia después de que los mandos del batallón, en un arranque de sensatez sorprendente entre gente de galones (más que nada por la falta de costumbre), le hubieran negado el reenganche por enésima vez acatando una “Orden de obligado e inexcusable cumplimiento”, firmada y rubricada por el teniente coronel de la Brigada y leída la noche anterior en el toque de retreta, con tós los soldaos firmes y tiesos como palos, pero más contentos por dentro que unas castañuelas en manos de folclórica. Hasta lagrimillas de alivio y alegría asomaron a algunos ojos. Pues anda que no tenían ganas ni ná de quitarse de encima aquella mosca cojonera.

El Ramón, que, dicho sea de paso, sin un arma en la mano no tiene ni media hostia, ahora se pasa la vida acodado en la barra del bar huyendo del celo de su legítima (la Encarni, no veas tú que fiera corrupia), y no pasa del café con leche o, tirando por lo alto, y en ocasiones especiales, un vermú con sifón y aceitunas.

Y es que, si lo piensas fríamente, al final no somos ná.

8 comentarios:

  1. Vaya con el Rámón, también yo he conocido alguno con ese porte y afición que lo metió en cintura una Encarni. Lo que tú dices, al final, después de tanto, no somos ná.
    Buen texto, como siempre.
    Un abrazo.

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  2. Me encantan, Elías, estos daguerrotipos rurales, con ese gracejo natural de pueblo que tanto me recuerda a Gila (y lo de "gracejo natural de pueblo", que conste y quede claro, no es nada negativo, sino todo lo contrario). En este caso, además (y en algún otro también, pero en éste más), el personaje es reconocible y los que por suerte o desgracia estuvimos 15 meses de vacaciones con una beca del ejército (como dice mi amigo Higinio), nos hemos topado con alguno así.

    Lo dicho, un disfrute.

    Un abrazo.

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  3. Iba a decirte que es un estupendo retrato, pero me gusta mucho más lo de "daguerotipo rural" (de Antonio del Camino). Pues eso, estupendo. O como dicen los sureños del oeste de por aquí, bárbaro.

    Un abrazo.

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  4. Mercedes: es que mucho Ramón, mucho Ramón...
    Pero donde se ponga una Encarni.
    Lo dicho: "en andando" vosotras de por medio, los hombres, ná de ná.

    Un beso.

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  5. Gracias, Antonio.
    Estoy disfrutando mucho con la redacción de estos, como dices, "daguerrotipos rurales".

    Y otra coincidencia: yo también estuve "becado" 15 meses exactos (bueno, faltaron seis días).

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  6. Pues gracias a ti también, Daniel.
    Y estoy de acuerdo con los que dices de los "daguerrotipos" de Antonio.

    Me alegro de que te haya gustado.

    Si Dios no lo remedia, habrá más de cuando en cuando.

    Un abrazo

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  7. Antonio: se me ha olvidado el abrazo en el anterior comentario.
    Así que ahí van dos para compensar.

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  8. Pues de nada, Elías; un olvido sin importancia. Aquí los abrazos, como el valor en la mili, se suponen. ;) Aquí van los míos.

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