Para Antón Castro, forofo impenitente.
ZAMORA
Debutó en primera división a los dieciséis años, cuando todavía vestía pantalones cortos. Para salir a la cancha del club Español, en Barcelona, se puso un jersey inglés de cuello alto, guantes y una gorra dura como un casco, que iba a protegerlo del sol y de los patadones. Corría el año 1917 y las cargas eran de caballería. Ricardo Zamora había elegido un oficio de alto riesgo. El único que corría más peligro que el arquero era el árbitro, por entonces llamado el Nazareno, que estaba expuesto a las venganzas del público en canchas que no tenían fosa ni alambrada. En cada gol se interrumpía largamente el partido, porque la gente se metía en la cancha para abrazar o golpear.
Con la misma vestimenta de aquella primera vez, se hizo famosa, a lo largo del tiempo, la estampa de Zamora. Él era el pánico de los delanteros. Si lo miraban, estaban perdidos: con Zamora en el arco, el arco se encogía y los palos se alejaban hasta perderse de vista.
Lo llamaban el Divino. Durante veinte años, fue el mejor arquero del mundo. Le gustaba el coñac y fumaba tres paquetes diarios de cigarrillos y uno que otro habano.
Eduardo Galeano
(El fútbol a sol y sombra, Siglo XXI Editores, 1995)
Me acuerdo de Lev Yashine, La Araña Negra, aquel magnífico arquero ruso que murió con una pierna de menos.
Excelente entrada, el libro de Galeano está muy bien. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Suso.
ResponderEliminarAfortunadamente, el fútbol, tanto tiempo alejado de la literatura, ya tiene tras de sí una buena retahíla de excelentes libros.
Y el de Galeano es una buena muestra.
Un abrazo.
Pues, que quieres que te diga, amigo Elías, por mitos que no quede. Yo, de Iríbar de toda la vida. Creo que nunca hubo cancerbero (como dirían Hesíodo y Matias Prats) más elegante... Y es verdad lo que dices de la literatura futbolera... aunque donde este un buen pase de Iniesta...
ResponderEliminarSiempre es un placer pasarse a jugar a la taba un rato (aunque no siempre haya tiempo).
Gracias, Alfredo, por tu visita.
ResponderEliminarY dices bien; por mitos que no quede.
E Iríbar lo es, que duda cabe.
Aún recuerdo -aunque no muy bien- aquel estribillo en que se recitaba una alineación que acababa con aquello de "E Iríbar de portero".
Uno es futbolero en su justa medida, con su poquito de pasión, pero disfruta de esos momentos en que un buen pase, un buen remate, una buena parada, casi te ponen los pelos de punta.
En realidad, creo que a quienes nos gusta el fútbol no deberíamos ser de ningún equipo, sino de los buenos jugadores, sin importar en qué club destapen el tarro de las esencias.
Un abrazo.