Me acuerdo del afilador, del paragüero, del que estañaba las sartenes y los cacharros de zinc, del que vendía cucuruchos de pipas, chufas y altramuces tirando de un carrito hecho como a trompicones, del que venía, empapado, con la barra de hielo al hombro.
Me acuerdo de una frase de Johnny Guitar donde está condensada toda la desesperación del amor no correspondido: “Miénteme, dime que me quieres”.
Me acuerdo de haber intentado cientos de veces, sin haberlo conseguido nunca del todo, hacer volar como es de ley aquellas cometas de papel prensa, cañas, trapos y engrudo.
Y de llorar amargamente después de cada fracaso.
Me gustó mucho el título de esta entrada. Y me acordé leyéndola de la primera vez que vi "Johnny Guitar" y de lo mucho que significó Nicholas Ray. Comparto contigo la amargura infantil de las cometas, no sé cuantas construí, pero sé que fueron tantas como fracasos a la hora de hacerlas volar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Recuerdo, Elías, los vendedores que enumeras, y a una señora mayor que cada mañana, a las 8,30 h. en punto, pasaba por mi calle con una cesta de mimbre bajo el brazo. En la esquina más próxima a mi casa, gritaba: "La churreeeeeeé..." Obviamente, vendía churros, más o menos recién hechos en una churrería próxima a mi calle. Para mantenerlos templados, los traía tapados un paño blanco, de lienzo, que sólo levantaba por uno de los extremos cuando cogía cohombros para su venta.
ResponderEliminarDe Johnny Guitar, qué decir. Como tantas otras películas de los años 40/50, con guiones maravillosos y frases antológicas: la que recoges, una de ellas; por cierto, si la memoria no me falla, Aute la tomó como cita en uno de sus discos (tendría que buscar en cuál exactamente, la memoria en ese punto, me falla).
Por último, me temo que lo de las cometas, tan bonito y fácil en las películas, es asignatura pendiente para más de uno, a la vista de tus recuerdos y del comentario de Daniel.
Un abrazo a ambos.
Daniel, Antonio: una sesión de cine clásico entre los tres estaría pero que muy bien.
ResponderEliminarEn cuanto a las cometas... El día que sea deporte olímpico, seguro que a nosotros no nos llaman.
La imagen de la churrera es idéntica al recuerdo que yo tengo, incluso en lo del paño para tapar la mercancía. Lo único que en mi barrio era churrero el que pregonaba.
Un fuerte abrazo para los dos.
El sonido del afilador se colaba durante aquellos veranos de calor y niñez a través de ventana, maldecía aquel ruido que me despertaba.
ResponderEliminarAhora siento una nostalgia grandísima.
Carmen: otro personaje, el afilador.
ResponderEliminarHace unos días pasó uno por mi calle -de los de antes, de los que movían la piedra de afilar con los pedales de su bicicleta- y, acaso como íntimo homenaje a aquéllos de la infancia, puse en sus manos mi cuchillo de cocina preferido.
Ahora corta que da miedo.
Un beso.
Oficios y más oficios que se perdieron para siempre. Del cine, qué te voy a contar. Una sala de barrio daba trabajo a 4 ó 5 personas (taquillera, portero, acomodador, proyeccionista y persona en el bar). Hoy, en unos multicines, el que te da la entrada te vende las palomitas. Acomodadores, no hay y la proyección está programada con ordenador. Temps era temps, que cantaba Serrat. Abrazos, Elías.
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