Odio a Popeye desde que era pequeñito.
Un tipo adicto a las espinacas no me parece de fiar.
La consecuencia más visible del pecado es que también odio las espinacas.
No me gusta de ellas ni como suena su nombre.
Y aquella novia remilgada que tenía, seca como un alambre, con voz de pito y nombre como de aceituna.
Así que tampoco me gustan las mujeres flacas con la falda a media pierna.
Brutus -sé de un mastín que se llama así- me parecía el más normal de los tres. Un tanto primario tal vez, pero sin artificios, noble en su tosquedad.
Lo malo de esta historia es que mi madre, mientras cosía o hacía punto, también veía a Popeye y sus hazañas de mentira, y aprovechaba, inclemente y astuta, cualquier descuido mío para atiborrarme de espinacas -hervidas, acompañando a los garbanzos, pasadas por la sartén con algún ajo triste, camufladas arteramente en las croquetas o las empanadillas...- a las primeras de cambio y a traición.
Yo, descubierta la traidora añagaza, la artera maniobra culinaria, la sibilina jugarreta alimenticia, me negaba en redondo a engullirlas así como así y resistía como un jabato herido encastillándome fieramente en la protesta, y aun rebelión, con los labios apretados al máximo y cabeceando enérgico a un lado y otro, pero comprenderéis que dadas las diferencias de edad y jerarquía, por no hablar de los expeditivos métodos maternos -de preferencia collejas y soplamocos con el último recurso de blandir en el aire alguna zapatilla amenazante, concluyente espada de Damocles en el asedio si no había rendición incondicional por mi parte-, llevaba todas las de perder en tan desigual batalla, lo que ocurría de común sí o sí. Compadeceos de mí y tened en cuenta que, al fin y al cabo, era un jabato, no un jabalí.
Lo que todavía no acabo de entender es su absurdo empeño en que me pareciera a aquel imbécil.
Nunca se lo he perdonado.
Lo siento, mamá, no lo conseguiste.
Bueno, por fin tengo la seguridad de que esta ventana no es un espejo en el que veía repetida mi propia imagen. Por fin una diferencia. ¡Las espinacas me encantan!Puedo entender, no obstante, "el recao" (mensaje, dicho en plan fino) del texto.
ResponderEliminarCoincido, eso sí, en lo relativo a la tal Olivia (Rosario, en otras versiones). Y en lo de las madres, fuera con espinacas o con los filetes de hígado (aquí estba mi verdadero talón de aquiles).
Un abrazo.
A mi tampoco me gustaron nunca las espinazas, acelgas y ese tipo de verde... jeje, aunque Popeye no me caía mal..
ResponderEliminarUn saludo
Vaya, vaya, Antonio, así que "espinaquero" (vaya palabro que me acabo de inventar)...
ResponderEliminarPues, nada, amigo, mi cuota de espinacas te la cambio por la tuya de hígado, y aquí paz y después gloria.
Un abrazo gastronómico.
Bien por ti, Suso, bienvenido al club.
ResponderEliminarAunque las acelgas sí que me gustan.
Son las espinacas (y otra hortaliza de la que hablaremos otro día) las que no trago.
Un abrazo
Cómo te entiendo. A mi madre no se le daba por las espinacas. Lo suyo era el aceite de hígado de bacalao. ¡Vaya suplicio! Cuántas palabras de la infancia relacionadas con la comida que parecen componer una tabla periódica: el hierro, el fósforo...
ResponderEliminarUn abrazo.
¿¡¡¡Las habas!!!? (guiño cómplice) Por si fueran, adelantaré que también me encantan. Bueno, es que, en general, me va toda la verdura. (Vale, me callo.)
ResponderEliminarUn abrazo.
A mi las espinacas me encantan, en todas sus variedades, tortilla, bechamel, con piñones... Lo que no podía, ni puedo, soportar son las visceras, esa especie de revuelto de pulmón, higado, sangre, tráquea a la que luego se le agregaba cebolla picadita y salsa de tomate. Qué asco!!. Mi madre lo llamaba 'esadurilla', ignoro si es el nombre correcto. Me gustaría pensar que eso ya no se come, o si?
ResponderEliminarSaludos.
A mi me gustan las espinacas, pero las acelgas me derimen.
ResponderEliminarPero hay algo que solo pensarlo me entran vomiteras, a mi madre le dio por prepararnos un huevo con leche, canela y no se que más, según ella necesitabamos vitaminas. Dios que asco, nunca pude tomar eso y a mi hermana le encantaba.
Cosas raras.
Pues ami sí me gustan las espinacas pero no me gusta popeye.
ResponderEliminarMira que eres apañao con tus entradas.
Un abrazo Elías.
Daniel: hay qué ver cómo eran las madres: como se emperraran en algo, ya te podías ir preparando.
ResponderEliminarEn cuanto al bacalao -dejando aparte lo del aceíte de hígado- es para mí una de las cumbres de la gastronomía.
Y si te vas a Portugal a comerlo, ni te cuento la maravilla.
Un abrazo.
Antonio: ¿se puede saber cómo lo has adivinado? Efectivamente, son... las habas
ResponderEliminar(otro puajjj).
Y como en esta entrada no damos ni una, a ver si con esto estamos de acuerdo: en la cúspide de la huerta, para mí, las alcachofas.
Éstas sí que me quitan el "sentío".
Abrazo.
Ada: Vaya que si se come todavía ese revuelto que dices. Por aquí le llaman chanfaina, y hay incluso un pueblo cercano que organiza unas jornadas gastronómicas en su honor.
ResponderEliminarY se llena de gente.
Yo aún no he ido, pero cualquier día me presento allí y me como una cazuelita.
Un abrazo.
Madison: Pues como le dije a Antonio, las cambiamos y tan amigos.
ResponderEliminarEn cuanto a la otra "receta", mi madre era partidaria de la yema de huevo, el vino quina y una cucharada de azúcar. Y encima nos despertaba tempranito (yo creo que lo hacía para pillarnos medio dormidos y que no le montaramos el "cristo") para hacernos tragar el invento.
Claro, que yo he visto ahora niños comiendo gusanitos, gominolas y cosas así camino del colegio.
Así que no sé, no sé...
Un abrazo.
Dichosa tú, Lola, que has encontrado el punto de equilibrio.
ResponderEliminarPara mí, ya digo, ni el uno ni las otras.
Y gracias por ese "apañao".
Me gusta ese término, lo utilizo mucho.
Un abrazo.
Bueno, Elías, en lo de las alcachofas sí que coincidimos, aunque, nuevamente, observo nuevo "desencuentro" en ese ponche que mencionas. A mí también me lo preparaban y me chupaba los dedos (dicho sea de paso, es que, salvo el tema vísceras, que tengo que esforzarme un poco, para lo demás tengo buena boca). Ahora me parece increíble que nos dieran con siete u ocho años aquellos copazos de vino quina, aunque lo mezclasen con lo que quisieran, con 16/17º de alcohol. Hoy en día, con este mundo tan light, no sé dónde hubiesen acabado nuestros padres.
ResponderEliminarUn abrazo.
Empezando por el final, Antonio, pues como mínimo, en protección de menores, cuando no en algo más gordo. Hay ahora una sobreprotección a la infancia que ya veremos adónde nos conduce.
ResponderEliminarEn lo relativo a las alcachofas, si les añadimos unas almejas, bocatto di cardinale.
Abrazo.