"Una vez me pareció estar dentro de una película romántica, concretamente en esa socorrida escena casi al principio de la misma donde chico mira a chica que mira a chico desde la distancia, y después de algunos fotogramas se enamoran de golpe y para siempre sin haber cruzado una palabra.
Fue en una terraza de esas con pista de baile, cuando yo no bailaba así me mataran.
Cruzamos intensas miradas llenas de adolescente deseo, algún mohín con los labios: ella bailando con otro y mirándome; yo, conversando con los amigos, pero sin poder dejar de mirarla.
Me parecía extranjera, una vikinga de los países del frío.
No cruzamos ni una sola palabra en toda la velada.
Miradas. Sólo miradas. Nada más que miradas. Ni ella ni yo nos atrevimos a más.
Esa cobardía, o pudor, o miedo al ridículo delante de los amigos que tantas puertas nos cierra en las narices.
Al final, como en el famoso estrambote del soneto de Cervantes, fuese, y no hubo nada: tan sólo un leve roce de su falda al pasar por mi lado, una sonrisa de adiós, y un perfume a sándalo y dama de noche permaneciendo sobre mis deseos en la gasa oscura de la madrugada, en la brisa cálida del verano.
Todavía ahora, tantos años después (las nieves del tiempo platearon mi sien), me cruzo a veces con mujeres que me la recuerdan y que también me sostienen la mirada.
Pero sigo sin atreverme a nada más que a mirarlas.
Y por eso bebo".
Me encanta, creo en el lenguaje de las miradas, sobre todo si de seducción se trata.
ResponderEliminarUn beso.
Pues la tuya, Paloma, que lo sepas, me parece absolutamente seductora.
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
Y otro beso para ti.
Ah, ese plano tembloroso del leve roce de la falda suspendido de los hilos de la memoria... En fin, Elías, ¡cómo te entiendo!
ResponderEliminarUn abrazo.
Estupendo relato (iba a decir "genial", pero ya sabemos que es un adjetivo que no nos gusta), cargado de matices. El final, redondo.
ResponderEliminarUn abrazo.
La inmensidad está en esas cosas que se quedan como suspendidas en el aire.
ResponderEliminarPero y ¿no es eso exactamente el paradigma del deseo?
Una mirada sostenida, un roce, un olor... a sándalo, a vainilla o a suavizante mimosin.
Esa comunicación bien vale la pena, la no verbal, la que acelera los sentidos. Y no los quema.
Todo un placer tu texto.
Besos querido Elías.
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Gracias, Daniel, por ese comentario, leve y delicado como el roce, sí, de una falda.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Antonio.
ResponderEliminarNO, "genial", desde luego que no lo es, pero sí he intentado cargarlo de matices.
Y el final, pues fue lo que más me costó.
No me salía. Hasta que apreció esa frase.
Abrazos.
Querida Carmen: ¡Ah, el deseo, el deseo!
ResponderEliminarese sentimiento que, por su propia naturaleza, nada tiene que ver con la razón.
Pero son los deseos, de toda índole, el motor que nos mueve.
Me alegra que lo hayas disfrutado.
Besos también para ti.
¡Ay, cómo reconozco esas sensaciones que recreas! Y cómo a pesar de esos "y no hubo nada", -y aun de los "y no hay nada"- es inolvidable la emoción de esos momentos, en los que se pierde la medida del tiempo.Yo no recuerdo el roce de una falda, claro. Sí de una manga, y el roce de un bracillo peludo al lado, y el volver por unos segundos a los 18 años...
ResponderEliminar¡Gracias por este escrito estupendo, capaz de desencadenar tantas evocaciones!
Inolvidabel, como dices, Isabel, la emoción de esos momentos. Me gustaría pensar que todo el mundo la ha sentido alguna vez.
ResponderEliminarUn beso.
Acabo de leer el relato y me ha gustado. Realmente está conseguida esa historia de lo no ocurrido tan común en la vida de casi todos. "Lo que pudo haber sido y no fue...", decía una canción de los 40.
ResponderEliminarSaludos, Elías.
Un placer tu visita a esta ventana, almanaque:
ResponderEliminarseguiré atento, como siempre, las andanzas de tus personajes tan parecidos, como te decía,
a los míos de "Paisanaje".
O eso me gustaría pensar.
Un abrazo.