¡Qué tristes e inútiles se ven los puentes urbanos en esos momentos del día -a pleno sol, en la más completa oscuridad, pacientes bajo la lluvia o el viento…- en que nadie cruza por ellos!
Igual que animales extraños fuera de su sitio, respiran inquietos el hambre extraña de las ausencias, ese incierto rastro como de humo o de niebla, de silencio y miedo flotando entre sus piedras de pisadas ya idas para siempre.
O todavía por venir.
Hay puentes que más que para cruzar por ellos salvando el cauce de algún río, parecen estar hechos para apoyarse en sus pretiles y ver pasar el agua.
Simplemente eso: mirar cómo pasa el agua enfrascado en viejos recuerdos, planeando algo, fumando un cigarrillo bajo la atenta mirada de los patos o los cormoranes, oyendo el silbo del aire en el follaje inseguro de las orillas, siguiendo con la mirada el sereno navegar de alguna barquilla de remos.
Si hay suerte.
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Simplemente eso: mirar cómo pasa el agua enfrascado en viejos recuerdos, planeando algo, fumando un cigarrillo bajo la atenta mirada de los patos o los cormoranes, oyendo el silbo del aire en el follaje inseguro de las orillas, siguiendo con la mirada el sereno navegar de alguna barquilla de remos.
Si hay suerte.
Imagen: Alexander Kitaev
Lo hermoso de esta visión de los puentes la has logrado gracias a su viviencia o recuerdo en soledad. Un puente-si pasa bajo él una corriente- es un lugar que cruza hacia uno mismo sin tener que llegar a ninguna otra parte.
ResponderEliminarY si uno llega ahí, lo que busca -o nos busca- sucede. Tan sólo en soledad puede verse.
La magia y el misterio de los puentes: la unión de dos orillas, la seducción del agua... Me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo.