Temblando, con el frontal partido por el marrón, por el marronero, cae sobre sus costillas, pesada como un mundo, la res. Cae con estrépito, de bruces sobre el cemento, balando al descuajarse su osamenta, ya sólo un pobre costillar enorme, ya sólo un pobre cuero y sangre, media tonelada de huesos astillados, hincados en toda esa vida temblorosa y atónita. Ahí se va alzando, como un pesado pingajo, atrapada por la pata por un gancho que le salta arriba, que la alza por el ojal abierto en el garrón de un cuchillazo en plena estupidez sentimental, en plena media tonelada de monstruoso dolor, incomprensible, absurdo, balando, plañidera y tonta, como un escarabajo que no piensa, mientras medita lentamente por qué duele tanto. Y por qué duele qué parte de quién, que es ella misma, la res, abierta al descuartizamiento atroz por todas partes, que nunca habían dolido y que eran tantas partes, tan extensas… Y que pastando nunca habían dolido: haciendo leche, esperma, músculos, crin y cuero y cornamenta viva, que eran la vida misma manando hacia sus adentros, vibrando tiernamente como un sol cálido hacia sus adentros… y nunca habían dolido.
Ya está colgada, las patas delanteras se enderezan, se endurecen y avanzan hacia adelante y hacia arriba, implorantes y fatalmente rígidas, rematadas en cortas pezuñas que hace un instante amasaban el barro del corral, el estiércol de otros cien balidos, dinosaurios del siglo de las máquinas, nacidos para morir de un marronazo.
Ahora ya es carne azul colgada en la heladera: Uruguay for export.
Aquella res, que murió de un marronazo, cayó y tembló todo el frigorífico. Aquella otra res, que recibió el marronazo en plena frente, de dos dedos de espesor, mientras entraba al tubo desconfiando porque allí no había pasto, alcanzó a comprender que había otra res delante, balando, que ya se llevaba el gancho. Y cayó detrás también, y el cemento tembló bajo esos huesos.
Aquella otra res, que esquivó el marronazo y que cayó también, con un ojo reventado y una guampa partida, desecha, también cayó y tembló la tierra, tembló el marrón, tembló el marronero; la res murió temblando de dolor y de miedo, de un marronazo en plena frente, for export del Uruguay.
(De Guitarra negra)
Alfredo Zitarrosa
Muy bueno. Luego dicen de los toros. Se podríaa ilustrar con el cuadro del buey de Rembrandt. Abrazos, Elias.
ResponderEliminarA la vista de tu entrada de hoy, he ido al CD en donde la voz de Zitarrosa, potente y modulada, recita este poema. De paso, he escuchado otras canciones y he regresado a otros días. En resumen, que me has abierto la mañana a la nostalgia...
ResponderEliminarEl texto de Zitarrosa, por cierto, impresionante.
Un abrazo.