lunes, 17 de octubre de 2011

Mordiscos


El ladrido de los perros establece caminos entre la niebla.


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Por mucho que los trates a cuerpo de rey, por más que los alimentes bien y les prodigues toda clase de cuidados y atenciones, en una rehala de podencos o mastines -cabe decir la gente con la que te relacionas de costumbre- siempre hay algún ejemplar (un macho viejo y resabiado, tal vez una hembra recién parida…) al que, sin que sepas por qué, ni haberle dado motivo, le caes fatal.
Y no tengas ninguna duda de que en cuanto se le presente la ocasión te lo hará notar con una buena tarascada, y hasta un mordisco en toda regla, por lo que te conviene averiguar cuanto antes cuál es el can desagradecido y tomar las medidas pertinentes con vistas a la evitación del daño.


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Muerto el perro, se acabó la rabia, decimos por costumbre, sin apreciar que en la frase misma que pronunciamos la rabia permanece.


Imagen: Julio Fuks

3 comentarios:

  1. Tres verdades como puños, Elías, expresadas con la precisión y belleza que dibujan siempre tus palabras.

    Abrazos.

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  2. Isabel Román18 octubre, 2011

    Yo he aprendido mucho de aquel famoso Perrito de Pavlov, Elías. Aquel que se iba donde le daban el dulce, mientras que salía corriendo y procuraba no volver donde le daban palos o descargas eléctricas. El instinto, que muchas veces no falla...
    Un abrazo grande.

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  3. Qué bien visto lo de la permanencia de la raboa en la frase hecha.
    Jesús Alonso

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